Zamora, la luz primera. El cielo azul limpio, la piedra, sus murallas, el río, la plata; su cúpula y sus torres, el bronce de las campanas, el ocre, la tierra, el surco. Sus paisajes, los tejados de barro, sus gentes románicas, cinceladas a golpes; su alma intangible. Los almendros en flor, la amapola que regresa siempre al Campo de la Verdad. Diecinueve de enero. Los fríos inviernos zamoranos; ese frío de una guerra fratricida en sus estertores finales. Aquellos niños de Postguerra que jugaban en la calle, los pantalones cortos, los ojos bien abiertos, la tímida alegría de un país que cosía sus heridas. Gentes que compartían lo que tenían, que hacían de la vecindad una familia, una bienaventuranza. Ahí...
Ver Más