Roberto Iglesias. Revelación de la noche.

AMG, 1995. 80 páginas.

Poemario de Roberto Iglesias, fallecido hace cinco años y aunque natural de Mieres muy vinculado con La Rioja. Estos libritos son como los pimientos del padrón, que unos pican y otros non. Éste es de los que pican.

De corte más bien tirando a clásico resultan sin embargo frescos en su lectura, con unas imágenes que nos hablan de amor y desamor, de soledad, de pérdida, que nos dice que Logroño ardía o que el corazón le dice que sonría y él no puede. Que éramos de fuego y hemos sido derrotados. Que las madrugadas están vacías.

Ha sido toda una sorpresa.

Muy bueno.

XXX
Sábado, 21. Sep. 91 – Lunes, 30. Sep. 91.
Revelación de la noche heredada en soledad con aleteo de oscuros horizontes oxidados, remolinos hirvientes en las sombras de mi sombra, un habitante de la ciudad solo y persistente salta de la pirámide alumbrada hacia el abismo, tiniebla soberana que me eleva como un pájaro de solitario vuelo, oscuridades incendiadas, alas de sombra que se extienden claras y purísimas, revelación de la noche heredada en soledad como tu carne, cielo mío.
Tiemblo de tu amor,
cuando anochece y alumbran los besos la memoria, la gardenia del aire de tu calle, cuando pasas, porque anuncia la fiesta lunar siempre misteriosa y paraliza la intensidad loca del diluvio:
ah los días plateados de noviembre y esa infancia como una sinfonía inútil, como doce otoños durmientes que sonaran a una cólera votiva:
ah noche roja del alma, penumbra melodiosa, negruras de mi ser recuperado, sombra mía, exactitud del silencio amoroso, la perfecta armonía feliz de la estrellada oscuridad, revelación de la noche y edades encendidas, tiempos de perfección sin deslumbrar en los relojes, los esmaltados años con la sombra del océano y los cerros y chopos de los ojos escolares, melancolía del libro y la luz amarillenta del salón invernal donde soñabas con la muerte:
ah la noche perpetua del amor que tú buscabas, noche invisible como la eternal sombra del ser, como la esencia humanada del tú mismo, reflejo misterioso del verde atardecer en la olivera o en la colina más alta del valle del recuerdo, nada son los colores y las formas, que abre el día iluminado o cierra el sol candente, y reverberan detrás de mis retinas las aceras y los árboles y tu cuerpo desnudo, pero siempre entre la noche, cuando abandona el rayo estelar su deslumbramiento, porque así te esperé desde remota intimidad, solo y uno, abatido y resignado y penitente,

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