De la Casa Orsola, las primeras veces y los 76 desahucios diarios

La lucha de la Casa Orsola es un símbolo de la resistencia de las personas que quieren las casas para vivir poniendo freno a la maquinaria especulativa. Necesitamos símbolos que nos muestren lo que podemos lograr, pero también necesitamos resistir cada díaEl desahucio de Josep en Casa Orsola, aplazado hasta el martes tras una mañana de resistencia vecinal El pasado viernes será un día recordado en la lucha por el derecho a la vivienda. Centenares de personas se reunieron delante de la Casa Orsola, en el Eixample de Barcelona, para impedir que echaran a Josep de su casa, el primer vecino del bloque que, en su resistencia contra la apuesta especulativa de un fondo de inversión que los quiere expulsar, enfrentaba una fecha de desahucio. Y lograron impedirlo con una muestra espectacular de la fuerza que tiene la organización colectiva. El poder, sin embargo, es persistente, y los juzgados fijaron una nueva fecha con un horario insólito: la madrugada del lunes al martes, a las cinco de la mañana. El Sindicat de Llogateres, que organizó la resistencia el viernes, vuelve a convocar a la gente este lunes por la noche, y esperan poder mostrar otra vez lo que se puede lograr desde el apoyo mutuo. ¿Pero qué lleva a centenares de personas a congregarse para impedir que echen a una persona de su casa un viernes por la mañana, o un lunes por la noche? No es sencillo explicar por qué la gente se vincula a una lucha colectiva, y las razones pueden ser muy diversas. Vivir o conocer una situación de injusticia suele ser un impulso importante, pero visto el mundo tan desigual en qué vivimos, está claro que necesitar que las cosas cambien no siempre es suficiente para llevarnos a organizarnos para cambiarlas. A veces es un convencimiento ideológico, un horizonte claro del mundo que deseamos, lo que nos lleva a la organización. Muy a menudo es alguna experiencia vivida en colectivo la que nos lleva a hacer “clic”, a dejar de pensar el mundo con los parámetros del individualismo. O al menos a empezar a pensar que, si podemos cambiar las cosas, tendrá que ser juntas. En noviembre de 2010, la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH) paró por primera vez un desahucio, el de Lluís, vecino de la Bisbal del Penedès (Tarragona) que a causa de los efectos de la crisis, no pudo seguir pagando su hipoteca. No sabían sí lo lograrían, pero fue el primero de centenares, que hizo triunfar el lema “sí se puede”. Observando la calle desde un balcón de la Casa Orsola el viernes, no pude evitar recordar la resistencia contra el desalojo de un bloque de la Sareb donde la PAH había realojado a varias familiar en Salt (Girona) en octubre de 2013. Ahí se congregaron PAHs de todo el Estado y gente que militaba en otros colectivos. Para muchas personas, esas fueron primeras veces para recordar. Otras estaban ahí porque antes habían estado resistiendo el desalojo de bloques okupados o manifestándose por las razones más diversas. Después de la PAH, muchos otros colectivos han seguido construyendo sobre lo aprendido. Como periodista que sigue estas realidades, lo que me enganchó a la lucha por la vivienda ya desde mis primeras semanas de prácticas fue ver a gente muy distinta, la mayoría en situaciones muy precarias, que apostaba por lo colectivo como vía de conquista de derechos y de transformación social. Y no sólo por salvarse del desahucio, sino porque la solidaridad es lo que daba sentido a seguir luchando en contextos muy difíciles. Es mucha la gente que dice que cuando empieza a luchar por los casos de compañeras y compañeros, acaba olvidándose de luchar por el suyo propio, por más que también estén en riesgo de quedarse en la calle. No siempre hay centenares de personas movilizadas para parar un desahucio. Lo habitual es que sean 15, 30 o 50 personas valientes y persistentes las que están semana tras semana poniendo el cuerpo para evitar que echen a sus compañeras. Lo hacen en las mañanas de días laborables, y la mayoría pueden estar ahí porque no tienen trabajo —y también se ven en riesgo de quedarse en la calle— o tienen empleos precarios que no entienden de horarios de oficina. Recuerdo que hace unos años Chary, de la PAH de Málaga, me contaba que en una protesta contra el ministro De Guindos le espetó a un policía: “Si tuviera trabajo, ¿tú crees que yo estaría aquí para darle un papelito al ministro? Yo me iría a trabajar para ganar dinero, que me hace más falta que qué”. Muchas de las personas que estaban ante la Casa Orsola el viernes, y que volverán a estarlo este lunes por la noche, son esa gente, las que están cada semana poniendo el cuerpo para parar desahucios con los sindicatos de vivienda de barrios y pueblos, las PAHs, o el propio Sindicat de Llogateres. Pero muchas otras descubrían por primera vez el viernes cómo era parar un desahucio. Empezaron por todo lo alto. Las primeras veces son poderosas. Lo son sobre todo cuando alguien sale con el s

Feb 3, 2025 - 08:32
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De la Casa Orsola, las primeras veces y los 76 desahucios diarios

De la Casa Orsola, las primeras veces y los 76 desahucios diarios

La lucha de la Casa Orsola es un símbolo de la resistencia de las personas que quieren las casas para vivir poniendo freno a la maquinaria especulativa. Necesitamos símbolos que nos muestren lo que podemos lograr, pero también necesitamos resistir cada día

El desahucio de Josep en Casa Orsola, aplazado hasta el martes tras una mañana de resistencia vecinal

El pasado viernes será un día recordado en la lucha por el derecho a la vivienda. Centenares de personas se reunieron delante de la Casa Orsola, en el Eixample de Barcelona, para impedir que echaran a Josep de su casa, el primer vecino del bloque que, en su resistencia contra la apuesta especulativa de un fondo de inversión que los quiere expulsar, enfrentaba una fecha de desahucio. Y lograron impedirlo con una muestra espectacular de la fuerza que tiene la organización colectiva. El poder, sin embargo, es persistente, y los juzgados fijaron una nueva fecha con un horario insólito: la madrugada del lunes al martes, a las cinco de la mañana. El Sindicat de Llogateres, que organizó la resistencia el viernes, vuelve a convocar a la gente este lunes por la noche, y esperan poder mostrar otra vez lo que se puede lograr desde el apoyo mutuo.

¿Pero qué lleva a centenares de personas a congregarse para impedir que echen a una persona de su casa un viernes por la mañana, o un lunes por la noche? No es sencillo explicar por qué la gente se vincula a una lucha colectiva, y las razones pueden ser muy diversas. Vivir o conocer una situación de injusticia suele ser un impulso importante, pero visto el mundo tan desigual en qué vivimos, está claro que necesitar que las cosas cambien no siempre es suficiente para llevarnos a organizarnos para cambiarlas. A veces es un convencimiento ideológico, un horizonte claro del mundo que deseamos, lo que nos lleva a la organización. Muy a menudo es alguna experiencia vivida en colectivo la que nos lleva a hacer “clic”, a dejar de pensar el mundo con los parámetros del individualismo. O al menos a empezar a pensar que, si podemos cambiar las cosas, tendrá que ser juntas.

En noviembre de 2010, la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH) paró por primera vez un desahucio, el de Lluís, vecino de la Bisbal del Penedès (Tarragona) que a causa de los efectos de la crisis, no pudo seguir pagando su hipoteca. No sabían sí lo lograrían, pero fue el primero de centenares, que hizo triunfar el lema “sí se puede”. Observando la calle desde un balcón de la Casa Orsola el viernes, no pude evitar recordar la resistencia contra el desalojo de un bloque de la Sareb donde la PAH había realojado a varias familiar en Salt (Girona) en octubre de 2013. Ahí se congregaron PAHs de todo el Estado y gente que militaba en otros colectivos. Para muchas personas, esas fueron primeras veces para recordar. Otras estaban ahí porque antes habían estado resistiendo el desalojo de bloques okupados o manifestándose por las razones más diversas. Después de la PAH, muchos otros colectivos han seguido construyendo sobre lo aprendido.

Como periodista que sigue estas realidades, lo que me enganchó a la lucha por la vivienda ya desde mis primeras semanas de prácticas fue ver a gente muy distinta, la mayoría en situaciones muy precarias, que apostaba por lo colectivo como vía de conquista de derechos y de transformación social. Y no sólo por salvarse del desahucio, sino porque la solidaridad es lo que daba sentido a seguir luchando en contextos muy difíciles. Es mucha la gente que dice que cuando empieza a luchar por los casos de compañeras y compañeros, acaba olvidándose de luchar por el suyo propio, por más que también estén en riesgo de quedarse en la calle.

No siempre hay centenares de personas movilizadas para parar un desahucio. Lo habitual es que sean 15, 30 o 50 personas valientes y persistentes las que están semana tras semana poniendo el cuerpo para evitar que echen a sus compañeras. Lo hacen en las mañanas de días laborables, y la mayoría pueden estar ahí porque no tienen trabajo —y también se ven en riesgo de quedarse en la calle— o tienen empleos precarios que no entienden de horarios de oficina. Recuerdo que hace unos años Chary, de la PAH de Málaga, me contaba que en una protesta contra el ministro De Guindos le espetó a un policía: “Si tuviera trabajo, ¿tú crees que yo estaría aquí para darle un papelito al ministro? Yo me iría a trabajar para ganar dinero, que me hace más falta que qué”.

Muchas de las personas que estaban ante la Casa Orsola el viernes, y que volverán a estarlo este lunes por la noche, son esa gente, las que están cada semana poniendo el cuerpo para parar desahucios con los sindicatos de vivienda de barrios y pueblos, las PAHs, o el propio Sindicat de Llogateres. Pero muchas otras descubrían por primera vez el viernes cómo era parar un desahucio. Empezaron por todo lo alto.

Las primeras veces son poderosas. Lo son sobre todo cuando alguien sale con el sentimiento de que juntas somos más fuertes, de que, juntas, sí se puede. Son poderosas cuando son la primera vez de muchas.

La lucha de Josep y del resto de vecinos y vecinas de la Casa Orsola es una lucha emblemática. Un símbolo de cómo la especulación avanza y nos echa de nuestros barrios, de que, aun teniendo un trabajo estable y a pesar de llevar más de veinte años convencido de que tienes un hogar, el capital quiere seguir apostando por encima de nuestras posibilidades, vampirizar nuestras vidas para extraernos el máximo beneficio. La lucha de la Casa Orsola es un símbolo de la resistencia de las personas que quieren las casas para vivir poniendo freno a la maquinaria especulativa.

Necesitamos símbolos que nos muestren lo que podemos lograr, pero también necesitamos resistir cada día.

Según los datos del Poder Judicial, entre enero y septiembre de 2024 hubo en España 76 desahucios diarios, 20 sólo en Catalunya, que lidera históricamente el lamentable ranking. En muchos barrios, ciudades y pueblos hay gente organizada para impedirlos. Por poner algunos ejemplos de la semana pasada, el lunes en Barcelona había convocatorias para resistir a un desahucio en el Barri Gòtic y otro en el Poble-sec; en Sabadell, la PAHC convocaba a parar siete desahucios, cuatro de los cuáles el miércoles, de los que uno se consiguió parar antes en los juzgados y dos resistiendo en la puerta, pero los antidisturbios de los Mossos echaron a Bahore de su casa; en Manresa, había 22 personas pendientes de compartir su amenaza de desahucio en la asamblea de la PAHC de la comarca del Bages el domingo anterior, seis con fecha para la semana pasada, y el martes cuatro furgones de antidisturbios cortaron la calle donde vive Rosa para expulsarla a pesar de que tiene un 95% de discapacidad y que la PAHC estuviera negociando con los servicios sociales para que cubrieran su deuda con el propietario mientras esperaba una solución digna para su situación.

La mayoría de veces, las concentraciones logran parar los desahucios, pero esta sangría también es el pan de cada día de los movimientos por el derecho a la vivienda. Quienes han descubierto en la Casa Orsola la potencia de esta lucha, que sepan que, pasada la madrugada del lunes al martes, allá donde hay 15 personas parando un desahucio, seguro les iría bien ser 30 o 50.

La lucha por la vivienda tiene muchas caras, y todas necesitan respuestas colectivas. En un libro reciente, la antropóloga Irene Sabaté nos habla de la alienación residencial, que es la inseguridad constante de no poder dar por sentada una vivienda adecuada y estable, de saber que un cambio inesperado en la coyuntura del mercado, en la legislación o en tu situación vital pueden sacarte de lo que consideras tu hogar en cualquier momento. Lo que nos muestra a través de las historias de mujeres muy distintas, es que esa inseguridad llena de angustia las vidas de personas en condiciones sociales muy variadas, desde profesionales liberales a madres solas que no tienen acceso al mercado de trabajo.

“Defender la Casa Orsola es defender las casas de todos y todas”, le decía Josep a la multitud congregada la noche del jueves. Volver a parar el desahucio esta madrugada y forzar el fondo de inversión propietario de la finca a sentarse a negociar sería una gran muestra de lo que se puede conseguir colectivamente. Ojalá a muchas personas les ayude a hacer el “clic”, porque hace falta mucha gente para acabar con los 76 desahucios diarios.

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