Apúntate a la nueva moda viral: ser una persona terrible

Parece que hemos pasado de la era de la vergüenza a la era de la post-vergüenza. Un tiempo en el que mostrarse malintencionado, perverso, cruel e inmoral es loable. La intolerancia no sólo se tolera, sino que se consiente y se alienta Recuerdo con bastante nostalgia la época en la que mostrarse públicamente como una mala persona, como un hijo de puta inmisericorde, daba cierto pudor o vergüenza, tenía consecuencias personales, laborales o emocionales. Lo recuerdo con nostalgia porque ahora mismo sucede justo lo contrario. Pensaréis: pero, ¿qué es ser una buena persona exactamente, qué lo constituye, cómo se mide? Tranquilos, en esta columna no voy a filosofar sobre los límites de la bondad humana ni voy a indagar en textos confucianos. Todos sabemos que el camino hacia la corrupción personal es una pendiente resbaladiza en la que puede caer cualquiera. No, en esta columna me voy a referir sencillamente a ser una persona absolutamente terrible de forma intencionada. Hace unos días, en estación de tren de Lleida-Pirineus, un joven magrebí murió carbonizado tras chocar con la catenaria encima de un tren de alta velocidad. Lo que sucedió a continuación no os sorprenderá: las redes sociales se plagaron de comentarios alegrándose, jactándose y mofándose de muerte del chaval. Ni siquiera voy a reproducir los mensajes porque rezuman un racismo nauseabundo. Otro ejemplo reciente: Marc Cucurella, el jugador español del Chelsea, dio una entrevista en la que hablaba con honestidad del autismo de su hijo. La entrevista recibió decenas de comentarios como: “Spoiler: el autista no es el nene”, “Salió igual que el padre”, “Alguien ya dijo la máxima de padre boludo, hijo boludo”. Seguramente las personas que dicen ese tipo de barbaridades siempre las han pensado, siempre han albergado algún tipo de resentimiento profundo; la diferencia es que ahora pueden expresarse públicamente sin pudor. No solo se muestran racistas, homófobos o machistas, es que se muestran racistas, homófobos o machistas con alegría. Hay una especie de celebración: es un racismo, una homofobia o un machismo celebratorio. Parece que hemos pasado de la era de la vergüenza a la era de la post-vergüenza. Un tiempo en el que mostrarse malintencionado, perverso, cruel e inmoral es loable. La intolerancia no solo se tolera, sino que se consiente y se alienta. No es casual ni improvisado. Estamos dominados por políticos, asesores de políticos o élites multimillonarias cuya intención es destruir la confianza que tenemos los unos en los otros y, especialmente, destruir la confianza que tenemos en las instituciones. Y lo tienen más fácil que nunca porque antes bastaba con pedirle a la gente que cuestionase sus creencias o ideales. Ahora ni siquiera necesitan ese punto porque muchos ya no creen en nada. Y así es bastante más fácil odiar. Y si la situación es tan flagrante que alguien tiene que pedir disculpas, las disculpas se ejecutan como una mera formalidad funcionarial plagada de condicionales: “Lamento si he ofendido a alguien”. Nunca es un “lamento mis ofensas”, siempre es un “lamento si”. No hay disculpas sinceras porque se cree en los agravios profundamente. Borges dijo una vez que ningún escritor puede crear un personaje con más cualidades buenas que las que tiene él mismo. En la ficción, los malos y las creaciones monstruosas son más atractivas. Nos lo pasamos mejor con los malos en libros y películas. Pero es que estamos siendo desbordados por la ficción en la vida real. Solo cabe esperar que sea una tendencia pasajera y en algún momento vuelva a ponerse de moda ser una persona decente. 

Feb 3, 2025 - 08:32
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Apúntate a la nueva moda viral: ser una persona terrible

Apúntate a la nueva moda viral: ser una persona terrible

Parece que hemos pasado de la era de la vergüenza a la era de la post-vergüenza. Un tiempo en el que mostrarse malintencionado, perverso, cruel e inmoral es loable. La intolerancia no sólo se tolera, sino que se consiente y se alienta

Recuerdo con bastante nostalgia la época en la que mostrarse públicamente como una mala persona, como un hijo de puta inmisericorde, daba cierto pudor o vergüenza, tenía consecuencias personales, laborales o emocionales. Lo recuerdo con nostalgia porque ahora mismo sucede justo lo contrario.

Pensaréis: pero, ¿qué es ser una buena persona exactamente, qué lo constituye, cómo se mide? Tranquilos, en esta columna no voy a filosofar sobre los límites de la bondad humana ni voy a indagar en textos confucianos. Todos sabemos que el camino hacia la corrupción personal es una pendiente resbaladiza en la que puede caer cualquiera. No, en esta columna me voy a referir sencillamente a ser una persona absolutamente terrible de forma intencionada.

Hace unos días, en estación de tren de Lleida-Pirineus, un joven magrebí murió carbonizado tras chocar con la catenaria encima de un tren de alta velocidad. Lo que sucedió a continuación no os sorprenderá: las redes sociales se plagaron de comentarios alegrándose, jactándose y mofándose de muerte del chaval. Ni siquiera voy a reproducir los mensajes porque rezuman un racismo nauseabundo. Otro ejemplo reciente: Marc Cucurella, el jugador español del Chelsea, dio una entrevista en la que hablaba con honestidad del autismo de su hijo. La entrevista recibió decenas de comentarios como: “Spoiler: el autista no es el nene”, “Salió igual que el padre”, “Alguien ya dijo la máxima de padre boludo, hijo boludo”.

Seguramente las personas que dicen ese tipo de barbaridades siempre las han pensado, siempre han albergado algún tipo de resentimiento profundo; la diferencia es que ahora pueden expresarse públicamente sin pudor. No solo se muestran racistas, homófobos o machistas, es que se muestran racistas, homófobos o machistas con alegría. Hay una especie de celebración: es un racismo, una homofobia o un machismo celebratorio. Parece que hemos pasado de la era de la vergüenza a la era de la post-vergüenza. Un tiempo en el que mostrarse malintencionado, perverso, cruel e inmoral es loable. La intolerancia no solo se tolera, sino que se consiente y se alienta.

No es casual ni improvisado. Estamos dominados por políticos, asesores de políticos o élites multimillonarias cuya intención es destruir la confianza que tenemos los unos en los otros y, especialmente, destruir la confianza que tenemos en las instituciones. Y lo tienen más fácil que nunca porque antes bastaba con pedirle a la gente que cuestionase sus creencias o ideales. Ahora ni siquiera necesitan ese punto porque muchos ya no creen en nada. Y así es bastante más fácil odiar.

Y si la situación es tan flagrante que alguien tiene que pedir disculpas, las disculpas se ejecutan como una mera formalidad funcionarial plagada de condicionales: “Lamento si he ofendido a alguien”. Nunca es un “lamento mis ofensas”, siempre es un “lamento si”. No hay disculpas sinceras porque se cree en los agravios profundamente.

Borges dijo una vez que ningún escritor puede crear un personaje con más cualidades buenas que las que tiene él mismo. En la ficción, los malos y las creaciones monstruosas son más atractivas. Nos lo pasamos mejor con los malos en libros y películas. Pero es que estamos siendo desbordados por la ficción en la vida real. Solo cabe esperar que sea una tendencia pasajera y en algún momento vuelva a ponerse de moda ser una persona decente. 

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