Un arma de cancelación masiva
Por una vez, al menos, pongamos el acento no tanto en la catarsis del linchamiento, sin defensa posible, sino en los motivos por los que este es posible y en las pasiones que mueven a los que buscan los elementos para promoverlos o los promueven para conseguir, mediante la intervención de las masas, el daño que buscan Es a menudo un error estratégico silenciar a un hombre, porque deja al mundo la impresión de que tiene algo que decir G.K. Chesterton El otro día me pasaron un audio que aparentemente destroza la coherencia de un par de políticos y deja a otro a la altura del betún ético aunque algún remitente piense que roza el Código Penal. Me lo pasaron para publicarlo, obviamente, porque no es sino la enésima edición de la lucha fratricida entre facciones que ya conocemos. No publico nada que no pueda constatar directamente, no soy un muro de ninguna red sino periodista, pero me ha venido al pelo porque era la tercera andanada en busca de la hoguera de la cancelación que veía durante la semana. La delación o la denuncia o la exposición o la rebusca en el pasado se ha convertido en una gran arma de destrucción a través de las masas. Si dejamos por un momento al margen el motivo de la misma -comportamientos sexuales, acosos, ideas reprochables- y nos quedamos por un instante con el origen, vemos siempre el afán último de acabar con las posibilidades de éxito de la persona en cuestión, la venganza o bien su apartamiento de una lid para aumentar las posibilidades de otra o cualquier otra opción poco estimulante dentro de la variada panoplia de bajezas humanas. Le pasó a Errejón, al que no se denuncia sobre la marcha sino en un momento concreto y de forma anónima para conseguir un objetivo que fue logrado. No entro en la bondad del objetivo, porque no defiendo que el fin justifique los medios. Le ha pasado a Comín, cuyo comportamiento inadecuado -si es delito o no, repito, precisa de medios de prueba que no voy a manejar aquí- era conocido desde hace tiempo en su partido y que, según me dicen, el propio denunciante había manifestado preferir dejar en un limbo la cuestión. ¿Un problema justo ahora para Junts? Vaya. Le pasa a Gascón por unos tuits expresando ideas infames que alguien ha ido a desenterrar de su timeline con el evidente objetivo de perjudicar sus posibilidades de obtener el Oscar pensando, seguramente con acierto, que en ellos tocaba todas las teclas que son red flag para el mundo de Hollywood. Por una vez, al menos, pongamos el acento no tanto en la catarsis del linchamiento, sin defensa posible, sino en los motivos por los que este es posible y en las pasiones que mueven a los que buscan los elementos para promoverlos o los promueven para conseguir, mediante la intervención de las masas, el daño que buscan. Los tuits de Gascón contienen ideas racistas, machistas, pronazis, antisemitas y colonialistas, lo tienen todo, vamos. Si buscas material para destruir a alguien que espera recibir un premio de una de las comunidades más despiertas de Estados Unidos no encuentras un racimo más apetitoso. Y estaban ahí, dejados al paso del tiempo y a la evolución de una persona que de anónima pasa de pronto a lo más alto de la escalera de la fama. Alguien los busca, obviamente. Alguien los busca, ¿la periodista canadiense? O ¿alguien la alerta sobre su existencia? Queda al descubierto que la persona que antecedió a Karla era prácticamente un alt Rigth de manual. ¿Y ahora qué? En los casos de los políticos, basados en denuncias sexuales, nos encontramos no sólo ante la posibilidad del delito sino ante la incoherencia máxima entre lo defendido en público y lo actuado en privado. “Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona” escribía Errejón. ¿Tiene un político un personaje, puede tenerlo, puede ponerse la máscara (per sonna) o esperamos de cualquiera de ellos la autenticidad y la honestidad sobre su mensaje y sus intenciones? Aquí no me cabe duda. Un político no es un personaje. Un político es una persona pública, un representante del público, enarbolando unas ideas y unas propuestas que son comunes con sus votantes. Esa incoherencia íntima es pues un engaño al electorado. En los países anglosajones siempre se llevó al máximo la exigencia de la coherencia interna entre el comportamiento y el ideario político. Predicar y dar trigo. Pero en el caso de Gascón nos encontramos ante un supuesto actoral en el que, desde luego, sí existe la dicotomía persona y personaje. El premio lo es por su trabajo artístico, por su actuación, por su convertirse en un personaje ante la cámara. No he visto la película pero lo que se valora es estrictamente su interpretación en ella. ¿Tiene alguna influencia en este hecho concreto y delimitado en el tiempo y en el espacio d
Por una vez, al menos, pongamos el acento no tanto en la catarsis del linchamiento, sin defensa posible, sino en los motivos por los que este es posible y en las pasiones que mueven a los que buscan los elementos para promoverlos o los promueven para conseguir, mediante la intervención de las masas, el daño que buscan
Es a menudo un error estratégico silenciar a un hombre, porque deja al mundo la impresión de que tiene algo que decir
El otro día me pasaron un audio que aparentemente destroza la coherencia de un par de políticos y deja a otro a la altura del betún ético aunque algún remitente piense que roza el Código Penal. Me lo pasaron para publicarlo, obviamente, porque no es sino la enésima edición de la lucha fratricida entre facciones que ya conocemos. No publico nada que no pueda constatar directamente, no soy un muro de ninguna red sino periodista, pero me ha venido al pelo porque era la tercera andanada en busca de la hoguera de la cancelación que veía durante la semana.
La delación o la denuncia o la exposición o la rebusca en el pasado se ha convertido en una gran arma de destrucción a través de las masas. Si dejamos por un momento al margen el motivo de la misma -comportamientos sexuales, acosos, ideas reprochables- y nos quedamos por un instante con el origen, vemos siempre el afán último de acabar con las posibilidades de éxito de la persona en cuestión, la venganza o bien su apartamiento de una lid para aumentar las posibilidades de otra o cualquier otra opción poco estimulante dentro de la variada panoplia de bajezas humanas.
Le pasó a Errejón, al que no se denuncia sobre la marcha sino en un momento concreto y de forma anónima para conseguir un objetivo que fue logrado. No entro en la bondad del objetivo, porque no defiendo que el fin justifique los medios. Le ha pasado a Comín, cuyo comportamiento inadecuado -si es delito o no, repito, precisa de medios de prueba que no voy a manejar aquí- era conocido desde hace tiempo en su partido y que, según me dicen, el propio denunciante había manifestado preferir dejar en un limbo la cuestión. ¿Un problema justo ahora para Junts? Vaya. Le pasa a Gascón por unos tuits expresando ideas infames que alguien ha ido a desenterrar de su timeline con el evidente objetivo de perjudicar sus posibilidades de obtener el Oscar pensando, seguramente con acierto, que en ellos tocaba todas las teclas que son red flag para el mundo de Hollywood.
Por una vez, al menos, pongamos el acento no tanto en la catarsis del linchamiento, sin defensa posible, sino en los motivos por los que este es posible y en las pasiones que mueven a los que buscan los elementos para promoverlos o los promueven para conseguir, mediante la intervención de las masas, el daño que buscan. Los tuits de Gascón contienen ideas racistas, machistas, pronazis, antisemitas y colonialistas, lo tienen todo, vamos. Si buscas material para destruir a alguien que espera recibir un premio de una de las comunidades más despiertas de Estados Unidos no encuentras un racimo más apetitoso. Y estaban ahí, dejados al paso del tiempo y a la evolución de una persona que de anónima pasa de pronto a lo más alto de la escalera de la fama. Alguien los busca, obviamente. Alguien los busca, ¿la periodista canadiense? O ¿alguien la alerta sobre su existencia? Queda al descubierto que la persona que antecedió a Karla era prácticamente un alt Rigth de manual. ¿Y ahora qué?
En los casos de los políticos, basados en denuncias sexuales, nos encontramos no sólo ante la posibilidad del delito sino ante la incoherencia máxima entre lo defendido en público y lo actuado en privado. “Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona” escribía Errejón. ¿Tiene un político un personaje, puede tenerlo, puede ponerse la máscara (per sonna) o esperamos de cualquiera de ellos la autenticidad y la honestidad sobre su mensaje y sus intenciones? Aquí no me cabe duda. Un político no es un personaje. Un político es una persona pública, un representante del público, enarbolando unas ideas y unas propuestas que son comunes con sus votantes. Esa incoherencia íntima es pues un engaño al electorado. En los países anglosajones siempre se llevó al máximo la exigencia de la coherencia interna entre el comportamiento y el ideario político. Predicar y dar trigo.
Pero en el caso de Gascón nos encontramos ante un supuesto actoral en el que, desde luego, sí existe la dicotomía persona y personaje. El premio lo es por su trabajo artístico, por su actuación, por su convertirse en un personaje ante la cámara. No he visto la película pero lo que se valora es estrictamente su interpretación en ella. ¿Tiene alguna influencia en este hecho concreto y delimitado en el tiempo y en el espacio de una obra, las ideas deleznables que haya tenido en el pasado o que siga teniendo secretamente? ¿Se juzga la interpretación o la persona? ¿Es la coherencia una característica exigible al intérprete? Es una cuestión que hemos tratado muchas veces en lo relativo a la creación y al artista. ¿Importa cómo trataba Picasso a las mujeres para reconocer su inmensa creatividad y la belleza inmortal de sus obras? ¿Importa la crueldad de Tolstoi para con su esposa cuando uno lee el monumento literario que es Guerra y Paz? Saben mi respuesta: no. La obra y el autor son cosas separadas, hasta el punto de que el autor llega a disociarse de alguna manera de sus obras al terminarlas y hasta el punto de que estas casi siempre resultan ser mejores que quien las creó.
Así pues lo que pensara o piense Gascón de los moros, los negros, los judíos o incluso de las mujeres ¿puede tener influencia en el valor de su interpretación? Si lo que se aprecia es la incoherencia, siendo una mujer trans, que atacaba a otros colectivos minoritarios y oprimidos, si esto tiene importancia ¿la iban a premiar por su trabajo o por lo que es? Porque si lo que se valora es premiarla por su interpretación -que insisto no puedo valorar porque no la he visto- lo que pensara o piense importa un rábano. Los actores no son filósofos, sus pensamientos pueden ser absurdos, asquerosos o simplemente banales -hay intérpretes bien simples- porque de lo que se trata, precisamente, es de su capacidad para transformarse en otros. Y son estos otros, los personajes, los que son a su vez inteligentes, feministas, malvados u odiosos pero no cancelamos a los personajes.
Vuelvo al principio para recordar que no soy yo buen buzón para vendettas entre las gentes de las diferentes facciones del Frente Judaico Popular, Frente del Pueblo Judaico, Frente Popular de Judea y la Unión Popular de Judea. No creo que los periodistas y los medios debamos prestarnos a ese juego. Ahí están los juzgados para quien los precise. Y espero con interés la reacción de la Academia que entrega los Oscar, no sea que como decían los tuits: “Cada vez más los Oscars se parecen a una ceremonia de cine independiente o reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrocoreano, una manifestación del Black Lives Matter o el 8M”, que escribía la susodicha hace solo cuatro años.