Ricardo Yáñez: Isocronías

Intermitente, inconsecuente, inconsistentemente, a veces he llevado la escritura de diarios, unos de manera normal, y otros –suelto sin necesidad la sopa– en presunta clave (escritura celérea, despacioso el desciframiento). Durante un tiempo fui aficionado a frecuentar tanto biografías como diarios adjetivados como íntimos. Me temo que en ambos casos me conducía como lector del Tarot o del I Ching, que a ellos acudía desde un impulso no por intuitivo menos “mágico”. Pero en fin, los poetas, se me disculpará el aserto, tienen algo de magos, de adivinos. Y con ellos asimismo los mejores escritores (siempre algo, bastante a no dudar, poetas). ¿Adivinaría Julio Ramón Ribeyro, gran narrador, prosista de polendas, que el diario que empezó a escribir cuando aún estudiante de leyes y desde el que desde el principio empezó a quejarse (o de él mismo, de 21 años, como su redactor) sería tarea de vida y referencia obligada al abordar su obra, reconocida el año de su fallecimiento (1994) con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances? Hojeando nuevamente La tentación del fracaso me encuentro con que un día como hoy, hace 71 años –a los 24 de su edad–, anotaba lo que resumidamente reproduzco:

Ene 29, 2025 - 15:15
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Ricardo Yáñez: Isocronías
Intermitente, inconsecuente, inconsistentemente, a veces he llevado la escritura de diarios, unos de manera normal, y otros –suelto sin necesidad la sopa– en presunta clave (escritura celérea, despacioso el desciframiento). Durante un tiempo fui aficionado a frecuentar tanto biografías como diarios adjetivados como íntimos. Me temo que en ambos casos me conducía como lector del Tarot o del I Ching, que a ellos acudía desde un impulso no por intuitivo menos “mágico”. Pero en fin, los poetas, se me disculpará el aserto, tienen algo de magos, de adivinos. Y con ellos asimismo los mejores escritores (siempre algo, bastante a no dudar, poetas). ¿Adivinaría Julio Ramón Ribeyro, gran narrador, prosista de polendas, que el diario que empezó a escribir cuando aún estudiante de leyes y desde el que desde el principio empezó a quejarse (o de él mismo, de 21 años, como su redactor) sería tarea de vida y referencia obligada al abordar su obra, reconocida el año de su fallecimiento (1994) con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances? Hojeando nuevamente La tentación del fracaso me encuentro con que un día como hoy, hace 71 años –a los 24 de su edad–, anotaba lo que resumidamente reproduzco: