¿Para qué estudiar sintaxis?

La sintaxis no consiste en aplicar unas reglas externas y arbitrarias a una oración, sino en hacer un ejercicio de descubrimiento Es un debate cíclico. Una vieja polémica que no se agota. Cada cierto tiempo, alguien (habitualmente de ciencias, aunque no solo) acaba preguntando: ¿para qué sirve estudiar sintaxis en el colegio? ¿Por qué pasamos tantas horas de nuestra etapa escolar analizando sintagmas, localizando complementos directos, identificando predicativos? ¿A alguien le ha servido ese conocimiento en la vida real? ¿No sería más útil dedicar ese tiempo a otra cosa más productiva, más interesante?  La pregunta suele caer como una patada en la boca del estómago a las personas con inquietudes humanísticas o sensibilidad lingüística. ¿Que para qué sirve la sintaxis? ¡La sintaxis sirve para escribir bien, para expresarse mejor! Y hay una parte de verdad en ese argumento: estudiar sintaxis promueve el razonamiento metalingüístico, es decir, entrena nuestra capacidad para pensar sobre la estructura de la propia lengua. Entender los ladrillos que conforman las oraciones nos puede ser de ayuda para detectar faltas de concordancia, puntuar correctamente (¡aviso a navegantes! ¡Las comas no representan “respiraciones”, sino que se ponen siguiendo criterios puramente sintácticos!) o pulir textos en general. Los rudimentos de gramática escolar que llevemos en la mochila pueden ser también un buen apoyo a la hora de aprender nuevos idiomas.  Si bien el argumento es bienintencionado (y tiene parte de razón), la realidad es tozuda. Y lo que la realidad nos muestra es que los humanos nos convertimos en hablantes plenamente competentes de nuestro idioma (e incluso de otros) sin tener que estudiar sintaxis. Para cuando un alumno llega a la clase de lengua, tiene una competencia lingüística apabullante que no ha obtenido mediante un adiestramiento explícito. Los nativos sabemos hacer perfectamente subordinadas de relativo sin necesidad de saber qué es una subordinada de relativo. Por otro lado, si el argumento primordial para estudiar sintaxis en la escuela es el de fortalecer nuestras habilidades expresivas, cabe preguntarse si la sintaxis es el mejor músculo que podemos ejercitar para ese fin, o si hay otras actividades que quizá resulten más productivas para mejorar la comunicación escrita, como la lectura o los ejercicios de redacción. ¿Es entonces la sintaxis escolar una pérdida de tiempo miserable? El meollo está en que este cuestionamiento solo lo hacemos con la sintaxis: no nos preguntamos si hemos pasado demasiadas horas de nuestra vida aprendiéndonos los accidentes geográficos de Asia, las taxonomías de los reinos biológicos o cómo nombrar compuestos químicos según la IUPAC. Nunca cuestionaríamos si es razonable estudiar en el colegio las leyes de la física, incluso si nada en nuestra vida personal o profesional nos lleva nunca a vernos en el brete de tener que calcular la velocidad con la que llega al suelo una caja que se desliza por un plano inclinado. Y no lo cuestionamos, porque entendemos que la fuerza de la gravedad, el dióxido de carbono, la península de Kamchatka y los protozoos son parte de la naturaleza que nos rodea, del universo en el que vivimos. Entendemos colectivamente que, sean cuales sean nuestras inclinaciones personales o nuestras perspectivas laborales, debemos conocer estas cosas para entender el mundo. No es ese el caso de la sintaxis. Creemos que analizar sintácticamente una oración consiste en aplicar a una oración dada un galimatías de reglas, trucos memorísticos y excepciones ilógicas, y que el ejercicio no tiene más sentido que el de hacer encajar la frase en unas cajitas que alguien con muy mala leche y demasiado tiempo libre se inventó para torturarnos, pero que no tienen ninguna conexión con el mundo real. Entendemos la sintaxis como algo ajeno, algo que solo existe entre las paredes del aula. Bajo esa óptica, la sintaxis se entiende casi como una estafa piramidal: aprender sintaxis solo sirve para enseñar sintaxis a otros el día de mañana.  Pero la sintaxis no vive en la pizarra, ni en un libro de gramática. La sintaxis vive en nuestros cerebros. Si al hablar establecemos de forma inconsciente concordancias de número entre sujeto y verbo, si pronominalizamos complementos directos, si movemos unos elementos (pero no otros) a unas posiciones de la oración (pero no a otras), es porque en último término, nuestros cerebros saben que existen los sujetos, los complementos directos, los predicativos, las subordinadas. Que existe la sintaxis, al fin y al cabo. Lo que hacemos cuando analizamos una oración no es un ejercicio de aplicación de unas reglas externas y arbitrarias, sino un ejercicio de descubrimiento. Analizar sintácticamente una frase consiste en identificar las relaciones entre los elementos que la arman, desentrañar la arquitectura que permite a la oración mantenerse en pie y, en definitiva, explicitar u

Feb 2, 2025 - 15:08
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¿Para qué estudiar sintaxis?

¿Para qué estudiar sintaxis?

La sintaxis no consiste en aplicar unas reglas externas y arbitrarias a una oración, sino en hacer un ejercicio de descubrimiento

Es un debate cíclico. Una vieja polémica que no se agota. Cada cierto tiempo, alguien (habitualmente de ciencias, aunque no solo) acaba preguntando: ¿para qué sirve estudiar sintaxis en el colegio? ¿Por qué pasamos tantas horas de nuestra etapa escolar analizando sintagmas, localizando complementos directos, identificando predicativos? ¿A alguien le ha servido ese conocimiento en la vida real? ¿No sería más útil dedicar ese tiempo a otra cosa más productiva, más interesante? 

La pregunta suele caer como una patada en la boca del estómago a las personas con inquietudes humanísticas o sensibilidad lingüística. ¿Que para qué sirve la sintaxis? ¡La sintaxis sirve para escribir bien, para expresarse mejor! Y hay una parte de verdad en ese argumento: estudiar sintaxis promueve el razonamiento metalingüístico, es decir, entrena nuestra capacidad para pensar sobre la estructura de la propia lengua. Entender los ladrillos que conforman las oraciones nos puede ser de ayuda para detectar faltas de concordancia, puntuar correctamente (¡aviso a navegantes! ¡Las comas no representan “respiraciones”, sino que se ponen siguiendo criterios puramente sintácticos!) o pulir textos en general. Los rudimentos de gramática escolar que llevemos en la mochila pueden ser también un buen apoyo a la hora de aprender nuevos idiomas. 

Si bien el argumento es bienintencionado (y tiene parte de razón), la realidad es tozuda. Y lo que la realidad nos muestra es que los humanos nos convertimos en hablantes plenamente competentes de nuestro idioma (e incluso de otros) sin tener que estudiar sintaxis. Para cuando un alumno llega a la clase de lengua, tiene una competencia lingüística apabullante que no ha obtenido mediante un adiestramiento explícito. Los nativos sabemos hacer perfectamente subordinadas de relativo sin necesidad de saber qué es una subordinada de relativo. Por otro lado, si el argumento primordial para estudiar sintaxis en la escuela es el de fortalecer nuestras habilidades expresivas, cabe preguntarse si la sintaxis es el mejor músculo que podemos ejercitar para ese fin, o si hay otras actividades que quizá resulten más productivas para mejorar la comunicación escrita, como la lectura o los ejercicios de redacción.

¿Es entonces la sintaxis escolar una pérdida de tiempo miserable? El meollo está en que este cuestionamiento solo lo hacemos con la sintaxis: no nos preguntamos si hemos pasado demasiadas horas de nuestra vida aprendiéndonos los accidentes geográficos de Asia, las taxonomías de los reinos biológicos o cómo nombrar compuestos químicos según la IUPAC. Nunca cuestionaríamos si es razonable estudiar en el colegio las leyes de la física, incluso si nada en nuestra vida personal o profesional nos lleva nunca a vernos en el brete de tener que calcular la velocidad con la que llega al suelo una caja que se desliza por un plano inclinado. Y no lo cuestionamos, porque entendemos que la fuerza de la gravedad, el dióxido de carbono, la península de Kamchatka y los protozoos son parte de la naturaleza que nos rodea, del universo en el que vivimos. Entendemos colectivamente que, sean cuales sean nuestras inclinaciones personales o nuestras perspectivas laborales, debemos conocer estas cosas para entender el mundo.

No es ese el caso de la sintaxis. Creemos que analizar sintácticamente una oración consiste en aplicar a una oración dada un galimatías de reglas, trucos memorísticos y excepciones ilógicas, y que el ejercicio no tiene más sentido que el de hacer encajar la frase en unas cajitas que alguien con muy mala leche y demasiado tiempo libre se inventó para torturarnos, pero que no tienen ninguna conexión con el mundo real. Entendemos la sintaxis como algo ajeno, algo que solo existe entre las paredes del aula. Bajo esa óptica, la sintaxis se entiende casi como una estafa piramidal: aprender sintaxis solo sirve para enseñar sintaxis a otros el día de mañana. 

Pero la sintaxis no vive en la pizarra, ni en un libro de gramática. La sintaxis vive en nuestros cerebros. Si al hablar establecemos de forma inconsciente concordancias de número entre sujeto y verbo, si pronominalizamos complementos directos, si movemos unos elementos (pero no otros) a unas posiciones de la oración (pero no a otras), es porque en último término, nuestros cerebros saben que existen los sujetos, los complementos directos, los predicativos, las subordinadas. Que existe la sintaxis, al fin y al cabo. Lo que hacemos cuando analizamos una oración no es un ejercicio de aplicación de unas reglas externas y arbitrarias, sino un ejercicio de descubrimiento. Analizar sintácticamente una frase consiste en identificar las relaciones entre los elementos que la arman, desentrañar la arquitectura que permite a la oración mantenerse en pie y, en definitiva, explicitar un conocimiento que, antes que en ningún otro lugar, reside en nuestra cabeza, aunque sea al margen de nuestra consciencia. Esa sintaxis interna es la que nos permite crear a partir de un conjunto de reglas y elementos limitados una cantidad infinita de oraciones, y la que opera detrás de todas las lenguas humanas.  

Sin embargo, la queja recurrente sobre la inutilidad de estudiar sintaxis en la educación básica revela que esta no es la manera en que solemos pensar en la sintaxis, ni el recuerdo con el que nos quedamos de nuestra etapa escolar. Como dice el gramático Ignacio Bosque en una muy recomendable conferencia en la Universidad de Zaragoza: Cuando el profesor de ciencias naturales explica en clase la estructura del corazón, el alumno dice: ‘Ese es mi corazón’. Pero cuando el profesor de lengua explica la estructura de las subordinadas sustantivas el alumno no dice: ‘Esas son mis subordinadas sustantivas’

No estudiamos el aparato digestivo porque pensemos que hacerlo nos va a ayudar a digerir mejor la comida, sino porque el esófago, el estómago o el intestino forman parte de nuestro ser. De igual modo, es deseable estudiar sintaxis simple y llanamente porque la sintaxis es parte de lo que somos como individuos y de lo que nos construye como especie. La única especie que, hasta donde sabemos, tiene sintaxis. 

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