Cuando el casero no te deja ni colgar un cuadro: cómo influye la decoración en nuestro bienestar psicológico

Hay quien decora un piso nada más entrar en él y quien, por cuestiones de contrato o de presupuesto, no puede colgar un cuadro o una estantería. Pero la posibilidad de personalizar los lugares que habitamos está relacionada con nuestra sensación de pertenencia y bienestar Obligado a compartir piso con tu ex: cuando la crisis de vivienda condiciona las relaciones de pareja Si hace cinco décadas los muebles de las casas tendían a ser robustos y recargados, a día de hoy lo hacen hacia el minimalismo y la liviandad. Por supuesto, hay un peso importante de las tendencias de moda pero también en la forma de habitar. Antes, las viviendas se llenaban de enseres pensados para durar toda la vida porque esa era la residencia definitiva o a largo plazo. Ahora, la situación de la vivienda en España, con alquileres cada vez más imposibles, condiciona la manera de decorar de los arrendatarios. Los motivos pueden ser varios: cláusulas restrictivas, espacios limitados, incertidumbre ante la duración de la estancia, poder adquisitivo. El resultado, más o menos el mismo: casas impersonales que no son hogares. En el contrato de alquiler de Ana se especifica en qué paredes de la casa no puede hacer agujeros para colgar cuadros. En un principio, también había una cláusula que le impedía poner macetas en la terraza, aunque antes de firmar consiguió llegar a un acuerdo para poder colocarlas en espacios que no den al exterior. Tampoco se le permite tirar el colchón que había, aunque se ha comprado uno nuevo. “La casera no me deja tirarlo porque dice que no tiene otro sitio para guardarlo”. En la conversación más reciente que han tenido, ha conseguido que le cambie los hornillos de la cocina, que casi no funcionaban, y tiene pendiente hablar del sofá, que también está hecho polvo, pero “creo que no querrá y me da palo”, sostiene. El tema de los cuadros también menguó las posibilidades de Carolina de decorar su cuarto en el piso compartido al que se mudó cuando empezó la universidad, hace cinco o seis años. Estaba nuevo, con las paredes blancas y los caseros no querían que lo dañaran.“Nos dijeron que no pusiéramos clavos, que no colgáramos cosas ni pusiéramos pósters con nada adhesivo porque estábamos estropeando las paredes”, recuerda. Era la primera vez que vivía fuera de casa de sus padres y no se atrevió a saltarse 'las normas' por si le descontaban dinero de la fianza, aunque sus compañeras sí que lo hicieron. Para ella fue una decepción no poder decorar su cuarto como en casa de sus padres, donde su habitación estaba llena de pósteres y dibujos. Así que puso los cuadros que se había llevado encima de su mesa de escritorio y compró una estantería para poder colocar portarretratos y figuritas. En otras casas posteriores aprovechó los agujeros que habían hecho los anteriores inquilinos para colgar sus cuadros. “Nunca he hecho agujeros por el miedo que se me quedó de aquel primer piso”, comenta. En el contrato de alquiler de Ana se especifica en qué paredes de la casa no puede hacer agujeros para colgar cuadros. En un principio, también había una cláusula que le impedía poner macetas en la terraza Después del confinamiento derivado de la pandemia de la COVID-19, se realizaron numerosos estudios acerca de cómo el interior de las viviendas influyó en el bienestar mental de las personas. Más allá de conclusiones evidentes como que el tamaño de las casas o tener espacios abiertos al exterior ayudaron a no perder los nervios, se observó que la presencia de plantas en la vivienda también fue beneficiosa para el bienestar mental. En concreto, según una investigación llevada a cabo por la Universidad de Sevilla con 4.205 participantes: “Las plantas de interior se correlacionaron con un bienestar emocional positivo durante el confinamiento por COVID-19”, mientras que las emociones negativas “fueron más frecuentes en quienes vivían en casas pequeñas con luz natural mínima y privadas de plantas”. Precisamente las plantas ayudaron a Marcos a sentirse más cómodo en los pisos compartidos por los que ha transitado durante los cinco años que lleva en Barcelona. Él se expresa mucho a través de lo estético, pero cuando solo se dispone de un cuarto las posibilidades son muy limitadas. “Tienes que comprimir tu vida de un camión de mudanzas en una o dos maletas”, afirma. “Si le doy importancia a la decoración, no la puedo postergar hasta el día que me compre una casa con 60 o 50 años, sino que tengo que tener ya ese espacio estéticamente bonito ahora. Así que si me quiero comprar una planta ahora, me la voy a comprar. Aunque luego no sé si en la siguiente casa voy a tener luz natural o va a ser más aparatosa la mudanza”. Actualmente tiene un piso de alquiler para él solo y lo está adecuando como si las escrituras estuviesen a su nombre. “Dices 'la gente no decora sus casas de alquiler', pero yo como hasta ahora estaba compartiendo sin contrat

Feb 3, 2025 - 08:32
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Cuando el casero no te deja ni colgar un cuadro: cómo influye la decoración en nuestro bienestar psicológico

Cuando el casero no te deja ni colgar un cuadro: cómo influye la decoración en nuestro bienestar psicológico

Hay quien decora un piso nada más entrar en él y quien, por cuestiones de contrato o de presupuesto, no puede colgar un cuadro o una estantería. Pero la posibilidad de personalizar los lugares que habitamos está relacionada con nuestra sensación de pertenencia y bienestar

Obligado a compartir piso con tu ex: cuando la crisis de vivienda condiciona las relaciones de pareja

Si hace cinco décadas los muebles de las casas tendían a ser robustos y recargados, a día de hoy lo hacen hacia el minimalismo y la liviandad. Por supuesto, hay un peso importante de las tendencias de moda pero también en la forma de habitar. Antes, las viviendas se llenaban de enseres pensados para durar toda la vida porque esa era la residencia definitiva o a largo plazo. Ahora, la situación de la vivienda en España, con alquileres cada vez más imposibles, condiciona la manera de decorar de los arrendatarios. Los motivos pueden ser varios: cláusulas restrictivas, espacios limitados, incertidumbre ante la duración de la estancia, poder adquisitivo. El resultado, más o menos el mismo: casas impersonales que no son hogares.

En el contrato de alquiler de Ana se especifica en qué paredes de la casa no puede hacer agujeros para colgar cuadros. En un principio, también había una cláusula que le impedía poner macetas en la terraza, aunque antes de firmar consiguió llegar a un acuerdo para poder colocarlas en espacios que no den al exterior. Tampoco se le permite tirar el colchón que había, aunque se ha comprado uno nuevo. “La casera no me deja tirarlo porque dice que no tiene otro sitio para guardarlo”. En la conversación más reciente que han tenido, ha conseguido que le cambie los hornillos de la cocina, que casi no funcionaban, y tiene pendiente hablar del sofá, que también está hecho polvo, pero “creo que no querrá y me da palo”, sostiene.

El tema de los cuadros también menguó las posibilidades de Carolina de decorar su cuarto en el piso compartido al que se mudó cuando empezó la universidad, hace cinco o seis años. Estaba nuevo, con las paredes blancas y los caseros no querían que lo dañaran.“Nos dijeron que no pusiéramos clavos, que no colgáramos cosas ni pusiéramos pósters con nada adhesivo porque estábamos estropeando las paredes”, recuerda. Era la primera vez que vivía fuera de casa de sus padres y no se atrevió a saltarse 'las normas' por si le descontaban dinero de la fianza, aunque sus compañeras sí que lo hicieron.

Para ella fue una decepción no poder decorar su cuarto como en casa de sus padres, donde su habitación estaba llena de pósteres y dibujos. Así que puso los cuadros que se había llevado encima de su mesa de escritorio y compró una estantería para poder colocar portarretratos y figuritas. En otras casas posteriores aprovechó los agujeros que habían hecho los anteriores inquilinos para colgar sus cuadros. “Nunca he hecho agujeros por el miedo que se me quedó de aquel primer piso”, comenta.

En el contrato de alquiler de Ana se especifica en qué paredes de la casa no puede hacer agujeros para colgar cuadros. En un principio, también había una cláusula que le impedía poner macetas en la terraza

Después del confinamiento derivado de la pandemia de la COVID-19, se realizaron numerosos estudios acerca de cómo el interior de las viviendas influyó en el bienestar mental de las personas. Más allá de conclusiones evidentes como que el tamaño de las casas o tener espacios abiertos al exterior ayudaron a no perder los nervios, se observó que la presencia de plantas en la vivienda también fue beneficiosa para el bienestar mental. En concreto, según una investigación llevada a cabo por la Universidad de Sevilla con 4.205 participantes: “Las plantas de interior se correlacionaron con un bienestar emocional positivo durante el confinamiento por COVID-19”, mientras que las emociones negativas “fueron más frecuentes en quienes vivían en casas pequeñas con luz natural mínima y privadas de plantas”.

Precisamente las plantas ayudaron a Marcos a sentirse más cómodo en los pisos compartidos por los que ha transitado durante los cinco años que lleva en Barcelona. Él se expresa mucho a través de lo estético, pero cuando solo se dispone de un cuarto las posibilidades son muy limitadas. “Tienes que comprimir tu vida de un camión de mudanzas en una o dos maletas”, afirma. “Si le doy importancia a la decoración, no la puedo postergar hasta el día que me compre una casa con 60 o 50 años, sino que tengo que tener ya ese espacio estéticamente bonito ahora. Así que si me quiero comprar una planta ahora, me la voy a comprar. Aunque luego no sé si en la siguiente casa voy a tener luz natural o va a ser más aparatosa la mudanza”. Actualmente tiene un piso de alquiler para él solo y lo está adecuando como si las escrituras estuviesen a su nombre. “Dices 'la gente no decora sus casas de alquiler', pero yo como hasta ahora estaba compartiendo sin contrato, me parece casi como que esta casa es mi propiedad y que voy a morir en ella”.

Cuando se instaló en su apartamento, Laura solo tenía una nevera y la lavadora que habían dejado las anteriores inquilinas. Pero aunque había firmado un alquiler de cinco años sin ninguna garantía de que se alargara, decidió comprar más cosas de las básicas para vivir, como cuadros, alfombras, mesitas, estanterías, lámparas y adornos variados. “Me dejé mucha pasta”, afirma, “pero me iba a vivir sola después de una ruptura y necesitaba que la casa fuera un hogar”. Desde que se independizó de sus padres, hace casi dos décadas, es la primera vez que no comparte casa. Ha vivido con su hermana, con desconocidos, con amigos o con parejas y, al fin, tiene un piso que puede poner a su gusto.

Si le doy importancia a la decoración, no la puedo postergar hasta el día que me compre una casa con 60 o 50 años, sino que tengo que tener ya ese espacio estéticamente bonito

Marcos vecino de Barcelona

La salud mental en el centro ¿para cuándo?

La crisis de la vivienda en España —según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) la vivienda es el principal problema del país— hace que, en muchos casos, se acepten cláusulas que limitan el bienestar de los inquilinos. Decorar una casa como al habitante le apetezca no es ningún capricho, sino que repercute en su bienestar. No hay más que pensar en cómo los propietarios que se lo pueden permitir invierten dinero en personalizar su vivienda. A su descendencia le puede parecer que la lámpara de araña y el aparador con mueble-bar de puerta abatible son horribles, pero cuando sus abuelos los escogieron siguieron sus propias preferencias estéticas. La figurita de obsequio de la boda del primo, los marcos con fotos de la comunión o el souvenir de las vacaciones son los recuerdos con los que se articuló ese hogar. Ahora un gran porcentaje de gente, que cada vez es más alto, no tiene ni el peligro de ser hortera.

En el estudio Diferencias de género en los significados y usos de la vivienda para la salud y la vida cotidiana: un enfoque interseccional, liderado por Constanza Vásquez-Vera del grupo de Habitatge i Salut de la Agencia de Salut Pública de Barcelona, se analizó cómo las experiencias residenciales afectan a las personas, teniendo en cuenta diferencias de género y situación de vivienda. En él se muestra que “la incapacidad para personalizar el espacio habitacional —ya sea por restricciones legales, inseguridad residencial o precariedad económica— impacta negativamente en el bienestar psicológico”, por lo que este aspecto “debería considerarse un elemento crucial en el análisis del problema de la vivienda, tanto para propietarios como para inquilinos, y en distintos tipos de situaciones habitacionales”.

Desde este organismo explican que una de las conclusiones que se extrae de la investigación es que para que una casa sea un verdadero hogar debe haber un vínculo emocional con el espacio. Esto requiere la posibilidad de realizar modificaciones “que reflejen las necesidades, creencias e identidad de sus ocupantes. Cuando no es posible personalizar el entorno, ya sea en una vivienda de alquiler o en una propiedad sujeta a limitaciones económicas, disminuye el sentimiento de pertenencia”.

La incapacidad para personalizar el espacio habitacional —ya sea por restricciones legales, inseguridad residencial o precariedad económica— impacta negativamente en el bienestar psicológico

Habitatge i Salut grupo de estudio de la Agencia de Salut Pública de Barcelona

Daniel Sorando Otín, doctor en Sociología y profesor en la Universidad de Zaragoza, sostiene que cuando se habla de derecho a la vivienda hay que añadir el adjetivo 'digna' para incluir el conjunto de factores que permiten sentir seguridad. Estos son el poder permanecer durante un tiempo suficiente en ella como para planificar la vida, no tener que enfrentar gastos altos imprevistos, tener unas condiciones adecuadas de temperatura y de servicios básicos y también la intimidad. “Pienso que la cuestión de la adecuación/decoración de la vivienda donde vives entra en el ámbito de la soberanía residencial y que, por el contrario, no poder disponer de ello es un ejemplo más de ese tipo de alienación residencial que está tan extendida hoy en día”, desarrolla el experto. 

Esta alienación a la que hace referencia se da principalmente en las grandes ciudades y afecta, sobre todo, a los jóvenes, a las clases populares (aunque no solo) y a las personas migrantes.“Se trata de poder personalizar tu espacio de seguridad básica y dotarlo de significados autónomos, alineados con tu trayectoria vital y tu identidad, capaces de ofrecer sentido libremente elegido, al menos en tu entorno de intimidad”, sostiene. Para él, es esencial darle la vuelta al significado de la seguridad en el entorno de la vivienda con estos argumentos, ya que casi siempre se vincula a la propiedad privada “cuando en realidad donde está amenazado es sobre todo entre las personas sin acceso a esta (ni a un alquiler social)”.

Qué vale y qué no

Uno de los motivos que lleva a los arrendatarios a aceptar cierto tipo de condiciones tan restrictivas como no hacer agujeros en la pared o no poner macetas en la terraza, sin que haya una razón de peso más allá de lo estético, es el desconocimiento. Desde el Sindicat de Llogateres, una entidad que defiende los derechos de inquilinas e inquilinos, ofrecen asesoría y hacen una labor de divulgación para acabar con los temores infundados. Como, por ejemplo, el miedo que tenía Carolina a que le quitasen la fianza por haber colgado sus cuadros.

Paula Cardona, abogada de la organización, explica que la fianza suele ser un mes de alquiler y no funciona como una penalización. “No es una multa al final del contrato por no haber cumplido, sino que responde de los daños efectivos que se han causado”, desarrolla. Eso quiere decir que, si Carolina hubiese hecho los agujeros y el casero hubiese tenido que taparlos con masilla, este tendría que justificar el descuento que le haga en la fianza por el arreglo. “Si yo pago 1.000 euros de alquiler, la masilla no cuesta 1.000 euros, igual cuesta 12. El casero me tiene que presentar una factura y ese es el importe que se puede tomar de la fianza”.

La adecuación o decoración de la vivienda donde vives entra en el ámbito de la soberanía residencial y, por el contrario, no poder disponer de ello es un ejemplo más de ese tipo de alienación residencial tan extendida hoy

Daniel Sorando Otín sociólogo y profesor de la UNIZAR

Además, la letrada advierte de que hay que tener en cuenta qué cubre la fianza y qué cosas no, porque no todo lo que el arrendador facture puede cobrarlo de ese depósito. Es una cosa que, además, la jurisprudencia ha resuelto ampliamente. Cardona dice que “es normal que después de usar un piso, la pared no sea blanca como el cemento y que no se puede exigir color o la limpieza del piso. Son cosas que corren a cuenta del casero, siempre que sean cosas normales. Si en la pared hay unos frescos del siglo XVIII, pues claro, igual ahí no pongas un tornillo”. En general, se suele aplicar la lógica: “No puedo estar pagando 1.000 euros al mes durante cinco años, que son más de 50.000 euros y ahora tener que pagar 12 para que tape el agujero de masilla”, apunta. Si hay una cláusula en el contrato que impide hacer los agujeros pero, antes de irse, el inquilino los tapa de nuevo, no podrían decirle nada. 

En el caso de los muebles u objetos siempre se puede intentar pactar, pero si el inquilino decide tirar el objeto en cuestión tendría que demostrar que no estaba en condiciones. Aunque Cardona advierte: “Los muebles deben estar inventariados, no vale con que digan que el piso se alquila amueblado”. Pero el sentido común también opera. La cosa que se va a la basura debe reponerse por otra similar (del mismo valor, no más bajo) al abandonar el piso. Es decir, si Ana se deshiciese del colchón viejo, al irse tendría que dejar el que se ha comprado u otro de valor similar al que había al llegar a la casa. 

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