Cómo educar a los más pequeños para que tengan pensamiento crítico

El verano pasado, Zusha, de 7 años, volvió a casa del campamento de día asustado por un cuento de miedo. Según su madre, Yael Shy, dijo: “Mi amigo George me habló de un batido que te bebes y luego viene alguien y te asesina. Hay vídeos de eso, y es real, ¡y los monitores también lo saben!”.Shy tuvo que buscar un poco en Google para darse cuenta de que la historia de Zusha tenía su origen en una...

Feb 2, 2025 - 15:50
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Cómo educar a los más pequeños para que tengan pensamiento crítico

El verano pasado, Zusha, de 7 años, volvió a casa del campamento de día asustado por un cuento de miedo. Según su madre, Yael Shy, dijo: “Mi amigo George me habló de un batido que te bebes y luego viene alguien y te asesina. Hay vídeos de eso, y es real, ¡y los monitores también lo saben!”.

Shy tuvo que buscar un poco en Google para darse cuenta de que la historia de Zusha tenía su origen en una tendencia de TikTok. La gente se grababa a sí misma bebiendo batidos de McDonald's de la mascota Grimace y luego fingían que los mataban, con el escabroso líquido morado haciendo las veces de sangre. Todo pretendía ser una broma, algo divertido, pero no para Zusha. Lloraba de ansiedad y no podía dormir.

Ante un niño aterrorizado, Shy recurrió a Internet. “Puse en mi teléfono '¿Son reales los asesinatos de Grimace? Y por suerte lo primero que aparece es: 'No, esto no es real, es un bulo'. Y se lo enseñé”, cuenta. Lo entendió y se tranquilizó.

Pero darse cuenta de que su hijo podía estar expuesto a rumores online a través de un amigo fue una dura lección, a pesar de que ella no le permitía usar Internet sin supervisión en casa.

Saber distinguir los hechos de la ficción es una habilidad crucial. En una era dominada por las alucinaciones de la inteligencia artificial, los bulos, el marketing engañoso y la confianza del público en la ciencia y otras instituciones (la cual ha alcanzado mínimos históricos) resulta más importante que nunca educar a los niños para que sean capaces de filtrar las pruebas, identificar las fuentes fiables y pensar por sí mismos.

La buena noticia es que hay muchos investigadores poniendo a prueba intervenciones que podrían serle de ayuda a los padres a la hora de fomentar el pensamiento crítico, tanto en niños de tres años como en preadolescentes y adolescentes. He aquí algunas de sus ideas.

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Los padres deben estar siempre abiertos a las preguntas, incluso a las incómodas

Según Laurence Steinberg, psicólogo de la Universidad de Temple (en Philadelphia, Estados Unidos) especializado en desarrollo adolescente, los niños empiezan a desarrollar habilidades de pensamiento crítico alrededor de los tres años, justo cuando empiezan a hacer preguntas del tipo “por qué”.  

“Creo que los padres se frustran por tener que explicar siempre las cosas pero es importante que se tomen su tiempo, cuando puedan, para responder a esas preguntas, porque no queremos que un niño piense que hacer preguntas es malo o incorrecto”, dice.

Esto es aplicable a cuando estás charlando sobre cuestiones como “¿por qué el cielo es azul?”, pero es aún más importante cuando los niños cuestionan tus normas o límites, dice Steinberg.

Los padres autoritarios, que son excesivamente firmes sin ser especialmente cariñosos, tienden a tener hijos más ansiosos, deprimidos y dependientes. Steinberg cree que este estilo de crianza también puede socavar el pensamiento crítico. “Cuando los padres les dicen a sus hijos cosas como: 'No me contestes', 'hazlo porque yo lo digo', 'no tienes edad para entender esto'; eso desanima a los niños a hacer preguntas y a cuestionar cosas que no les parecen sensatas”.

En lugar de eso, dice, los padres deberían servir de modelo de pensamiento crítico y mejorar el vínculo con sus hijos escuchándoles y encontrando oportunidades para decirles: “¡Tienes razón! Nunca lo había pensado así”.

Como padres, no siempre conocemos las respuestas. O podemos oír una pregunta que nos da vergüenza responder, sobre un tema tabú, como el sexo o las drogas. En esos momentos, dicen los expertos, es muy importante no ser despectivos y cerrar la conversación.

“Es en los espacios en los que [un niño] no tiene muchos conocimientos previos donde puede florecer la desinformación”, dice Lisa Fazio. Trabaja en el Departamento de Psicología de la Universidad de Vanderbilt (EE. UU.), donde investiga los factores psicológicos que impulsan a creer en la desinformación.

La solución, dice Fazio: “Llenar el vacío”. Responde a las preguntas complicadas de forma adecuada a su edad, con pequeños fragmentos de información. Responde sólo a la pregunta que te hacen y sé sencillo.

Por ejemplo: debido a un titular de periódico que había en la mesa a la hora del desayuno, mi hijo de 8 años me preguntó hace poco: “¿Qué es un aborto?

Le contesté: “Es cuando alguien quiere interrumpir un embarazo. Pueden someterse a una operación para hacerlo”. Eso satisfizo su curiosidad por el momento y dejó la puerta abierta a otras conversaciones.

Si te quedas sin palabras, indica a tus hijos fuentes fiables que podáis consultar juntos. Youtube tiene vídeos sobre la pubertad y la educación sexual adaptados a cada edad. El portal del Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad de España tiene recursos accesibles que ofrecen datos sobre el consumo de drogas o alcohol.

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Navega junto a tu hijo    

Fazio dice que existe la idea errónea de que, como los jóvenes son “nativos digitales”, automáticamente saben discernir la verdad de la mentira en lo que ven en Internet. No es cierto, dice.

“Una cosa que puede ser útil es sentarse con tu hijo y observar lo que hace en Internet”, dice. Después, hazle preguntas para que empiece a pensar de forma crítica sobre las fuentes que aparecen en sus feeds.

 “Hablemos de '¿quiénes son estas personas? ¿Qué motivaciones tienen? ¿Intentan venderte algo? ¿Intentan hacerte reír? ¿Por qué publican lo que publican?”, dice.

Estas preguntas obligan a los niños a ir más despacio y a participar activamente en la información, en lugar de asimilarla pasivamente.        

Para niños mayores: Prueba con lecciones basadas en la investigación, o incluso con un juego

A medida que los niños crecen y se hacen más independientes, pueden aprender a comprobar los hechos por sí mismos, sin necesidad de recurrir a sus padres cada vez que encuentran algo confuso o sospechoso.

Mike Caulfield estudia la difusión de rumores y desinformación en Internet en la Universidad de Washington. En su trabajo desarrolló lo que llamó la metodología SIFT para mejorar las estrategias de comprobación de hechos en alumnos de tan solo 10-11 años.

SIFT son las siglas en inglés de: Stop, Investigate the source, Find better coverage y Trace claims to the original context [Detente, investiga la fuente, encuentra una mejor cobertura y busca enlaces al contexto original].

Pero, ¿cómo saber cuándo hay que parar? Caulfield dice a los alumnos que se detengan cuando oigan, vean o lean algo que les provoque un gran sentimiento. “Si algo te enfada, si te parece sorprendente o chocante o, por el contrario, si ves algo que te hace sentir halagado; esas son las cosas que quieres comprobar”, dice.

Enseñar los fundamentos del método científico es otra estrategia probada por la investigación para ayudar a los alumnos a pensar de forma crítica. Heather Munthe-Kaas es investigadora del Instituto Noruego de Salud Pública. Su equipo ha desarrollado “Be Smart About Your Health” [Sé listo con tu salud], que son planes de lecciones diseñados para que los estudiantes piensen de forma crítica sobre las afirmaciones de salud.

Estas lecciones (en inglés) enseñan explícitamente a los niños a diseccionar y centrarse en las pruebas de una afirmación. Por ejemplo, se le pide a los alumnos que juzguen el valor de una anécdota, como “mi amigo comió naranjas y se recuperó de la gripe” o “mi abuela dice que es tradicional tomar un baño de vapor cuando estás resfriado”.

A los alumnos se les enseña que si una afirmación se basa exclusivamente en la experiencia personal “no es una prueba muy buena”, dice Munthe-Kaas.

A los 10 u 11 años, los niños pueden aprender a evaluar las pruebas como lo hacen los científicos. Comprenden que una afirmación sólida sobre la salud tiene que estar respaldada por un experimento: una comparación justa entre dos grupos de un tamaño decente, en la que la única diferencia la marque la intervención en cuestión.    

John Cook, de la Universidad de Monash (Australia), es un experto en desinformación sobre el clima. Ha creado el juego en línea y en inglés “Cranky Uncle” [Tío Cascarrabias] que ayuda a estudiantes a detectar las técnicas más comunes de desinformación. Puedes descargarlo y jugar gratis con tus hijos.

En el juego, los alumnos aprenden a detectar las estrategias que un personaje calvo y bigotudo, el “Tío Cascarrabias” que da nombre al juego, utiliza para negar la ciencia. Entre esas tácticas están los falsos expertos, las falacias lógicas, las expectativas imposibles, el cherry picking (es decir, elegir información selectivamente y de forma interesada) y las teorías conspirativas. Por ejemplo, el Tío Cascarrabías cita la opinión de un informático sobre las vacunas como ejemplo de “falso experto”, porque aunque sea científico, su especialidad no es la salud.

Cook dice que su enfoque basado en la lógica puede generalizarse fácilmente para detectar la desinformación en diferentes campos, lo que puede hacer que los niños se sientan capacitados. “A la gente no le gusta que la engañen”, afirma. Esto puede motivar a los niños a tomarse un momento para “anular sus instintos viscerales” y evaluar críticamente una afirmación.

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Comprende las motivaciones emocionales que subyacen a las creencias en la desinformación

Las investigaciones de Fazio demuestran que la gente tiende a caer en teorías conspirativas porque satisfacen necesidades de pertenencia y certeza en un mundo confuso y aterrador.

Cuando asistimos a fenómenos meteorológicos extremos y destructivos, o a otro tiroteo en un colegio, puede resultar inquietante, aislante y difícil de entender. Ningún reputado experto podrá decirnos con exactitud cuándo o dónde se producirá el próximo gran incendio o inundación y, a pesar de ello, no faltan los teóricos de la conspiración convenciendo a la gente de que todo es un complot o es falso.

Fazio plantea la hipótesis de que la adolescencia puede ser una zona de peligro porque es una época en la que la gente realmente ansía la aceptación. “Muchas de estas comunidades conspirativas online pueden estar muy unidas”, dice. “Te da una sensación de superioridad. Sabes algo que los demás no saben. Estás en este grupo secreto de gente que entiende el mundo como tú”, añade.    

Su grupo está embarcado en un estudio de adolescentes, midiendo factores como su necesidad de aceptación dentro del grupo, su ansiedad, depresión, tolerancia a la incertidumbre, y cómo todo esto se relaciona con su nivel de creencia conspirativa. Si consiguen establecer una correlación, les ayudará a desarrollar intervenciones que aborden las razones emocionales por las que los jóvenes caen en el pensamiento conspirativo, evitando así que se queden sólo con las lagunas cognitivas.    

Mientras tanto, como padres podemos hacer mucho para ayudar a nuestros hijos a sentir que pertenecen a la familia, dice Fazio. Y también podemos (y debemos) fomentar la socialización con grupos semejantes fuera de Internet, lo que podría reducir las probabilidades de que caigan en las madrigueras de las conspiraciones.