Una historia de la ciencia a través de las palabras
Fernando Navarro Fernando Navarro Lun, 27/01/2025 - 08:38 | Para saber más... El Diccionario del asombro (2023) del periodista científico Antonio Martínez Ron es, en verdad, un libro asombroso. En la historia de la humanidad, cada nuevo descubrimiento lleva aparejada la necesidad de darle nombre. Y si uno dispone en una línea temporal los nuevos términos científicos que van surgiendo, el resultado es una nueva forma de contar la historia de la ciencia. Impelida a inventar o crear nombres para los nuevos avances, la ciencia se convierte así en un motor del lenguaje que hoy usamos. Martínez Ron se sirve de las veintiséis letras del abecedario o alfabeto latino internacional moderno para estructurar la historia de la ciencia en veintiséis capítulos de la «A de átomo» (molécula, ion, electrón, cuanto, protón, neutrón, fisión, quark, bosón de Higgs…) a la «Z de zoonosis» (ecología, distopía, ecocidio, cambio climático, endling, solastalgia, ecoansiedad, desextinción, tecnofósil…). En cada capítulo, repasa una disciplina o un ámbito científico concreto y explica quiénes fueron las personas que introdujeron los nuevos conceptos, quiénes les dieron nombre por vez primera y cómo esos nuevos nombres llegaron hasta nosotros en español. Así, en la letra «B de bacteria», nos lleva de paseo por la moderna microbiología con términos como célula, animálculo, biología, metabolismo, pasteurización, bacilo, vacuna, virus y penicilina; en la letra «I de índigo», nos conduce por la historia de los pigmentos, tintes y colorantes: índigo, azul de Prusia, alizarina, anilina, caqui, malveína, fucsia, magenta, azul de metileno, beige, azul Klein y Vantablack; en la letra «M de microscopio», nos lleva de la mano por el desarrollo de los instrumentos de observación y medición: telescopio, termómetro, espectroscopio, estetoscopio, periscopio, espectrógrafo, interferómetro, LHC y LIGO; en la letra «O de ornitorrinco», nos acerca a la nomenclatura zoológica y al descubrimiento de nuevos animales: sjupp, lémur, canguro, tardígrado, wombat, tilacino, rata topo desnuda, ICZN y okapi; en la letra «R de robot», nos asomamos con él a la historia y los neologismos de la robótica y la inteligencia artificial: autómata, androide, red neuronal, test de Turing, inteligencia artificial, cyborg, valle inquietante, replicante, captcha y xenobot; en la letra «V de Voyager», hallamos los prodigiosos inventos de la navegación aeroespacial: aerostato, paracaídas, aeroplano, helicóptero, avión, zepelín, aeropuerto, V2, Sputnik y astronauta. Pueblan las páginas de esta obra nombres de grandes científicos y las explicaciones que dieron en su momento para justificar los nombres elegidos para nuevos conceptos. Algunos de los que más se repiten son Carlos Linneo (a quien debemos términos como Homo sapiens, mamífero y primate), Rudolf Virchow (glía, leucemia, trombosis, zoonosis), Paul Ehrlich (anticuerpo, bala mágica, quimioterapia), Charles Sherrington (nocicepción, propiocepción, sinapsis), Jean-Martin Charcot (enfermedad de Parkinson, esclerosis), Felix Hoppe-Seyler (bioquímica, hemoglobina) y Jöns Jacob Berzelius (alótropo, catálisis, isómero, polímero, proteína). Muy interesante también es el apéndice I «Ciencia con eñe», donde recopila una serie de vocablos científicos creados originalmente en español, acuñados por investigadores españoles o que hacen referencia a topónimos de España: ácido zaragózico, aragonita, Concavenator, corona, CRISPR, El Niño, eritronio, escutoide, gorditas, huracán, iberulito, jarosita, Homo antecessor, malpaís, microglia, minio, platino, tornado, volframio. ‡‡ Off Fernando A. Navarro Off
El Diccionario del asombro (2023) del periodista científico Antonio Martínez Ron es, en verdad, un libro asombroso.
En la historia de la humanidad, cada nuevo descubrimiento lleva aparejada la necesidad de darle nombre. Y si uno dispone en una línea temporal los nuevos términos científicos que van surgiendo, el resultado es una nueva forma de contar la historia de la ciencia. Impelida a inventar o crear nombres para los nuevos avances, la ciencia se convierte así en un motor del lenguaje que hoy usamos.
Martínez Ron se sirve de las veintiséis letras del abecedario o alfabeto latino internacional moderno para estructurar la historia de la ciencia en veintiséis capítulos de la «A de átomo» (molécula, ion, electrón, cuanto, protón, neutrón, fisión, quark, bosón de Higgs…) a la «Z de zoonosis» (ecología, distopía, ecocidio, cambio climático, endling, solastalgia, ecoansiedad, desextinción, tecnofósil…). En cada capítulo, repasa una disciplina o un ámbito científico concreto y explica quiénes fueron las personas que introdujeron los nuevos conceptos, quiénes les dieron nombre por vez primera y cómo esos nuevos nombres llegaron hasta nosotros en español. Así, en la letra «B de bacteria», nos lleva de paseo por la moderna microbiología con términos como célula, animálculo, biología, metabolismo, pasteurización, bacilo, vacuna, virus y penicilina; en la letra «I de índigo», nos conduce por la historia de los pigmentos, tintes y colorantes: índigo, azul de Prusia, alizarina, anilina, caqui, malveína, fucsia, magenta, azul de metileno, beige, azul Klein y Vantablack; en la letra «M de microscopio», nos lleva de la mano por el desarrollo de los instrumentos de observación y medición: telescopio, termómetro, espectroscopio, estetoscopio, periscopio, espectrógrafo, interferómetro, LHC y LIGO; en la letra «O de ornitorrinco», nos acerca a la nomenclatura zoológica y al descubrimiento de nuevos animales: sjupp, lémur, canguro, tardígrado, wombat, tilacino, rata topo desnuda, ICZN y okapi; en la letra «R de robot», nos asomamos con él a la historia y los neologismos de la robótica y la inteligencia artificial: autómata, androide, red neuronal, test de Turing, inteligencia artificial, cyborg, valle inquietante, replicante, captcha y xenobot; en la letra «V de Voyager», hallamos los prodigiosos inventos de la navegación aeroespacial: aerostato, paracaídas, aeroplano, helicóptero, avión, zepelín, aeropuerto, V2, Sputnik y astronauta.
Pueblan las páginas de esta obra nombres de grandes científicos y las explicaciones que dieron en su momento para justificar los nombres elegidos para nuevos conceptos. Algunos de los que más se repiten son Carlos Linneo (a quien debemos términos como Homo sapiens, mamífero y primate), Rudolf Virchow (glía, leucemia, trombosis, zoonosis), Paul Ehrlich (anticuerpo, bala mágica, quimioterapia), Charles Sherrington (nocicepción, propiocepción, sinapsis), Jean-Martin Charcot (enfermedad de Parkinson, esclerosis), Felix Hoppe-Seyler (bioquímica, hemoglobina) y Jöns Jacob Berzelius (alótropo, catálisis, isómero, polímero, proteína).
Muy interesante también es el apéndice I «Ciencia con eñe», donde recopila una serie de vocablos científicos creados originalmente en español, acuñados por investigadores españoles o que hacen referencia a topónimos de España: ácido zaragózico, aragonita, Concavenator, corona, CRISPR, El Niño, eritronio, escutoide, gorditas, huracán, iberulito, jarosita, Homo antecessor, malpaís, microglia, minio, platino, tornado, volframio. ‡‡ Off Fernando A. Navarro Off