Ser para la muerte

“Ser para la muerte” es un concepto tomado de Martin Heidegger (The Philosophy of Heidegger. Editorial Acumen Publishing, 2011): nuestra esencia humana es ser mortal y ser conscientes de nuestra finitud. Es un destino fatal (en el sentido de inevitable) y su (re)conocimiento nos permite interrogarnos acerca de nuestra propia vulnerabilidad y otorgar un valor a nuestra propia vida y a la vida de nuestros prójimos.Los seres humanos compartimos un destino esencial común: nacemos y morimos. Vida y muerte son los dos extremos del transcurrir vital, unidos por un hilo invisible y necesario, que es la dignidad.En una comunidad que no está acostumbrada a hablar de ello, donde la muerte aparece como un tabú y algo que les pasa a otros, es importante que al plantear el tema seamos precisos conceptualmente. En el debate acerca de la vida y de cómo vivir, está presente necesariamente la muerte (y cómo morir). Empero, la muerte, como la vida, no es lineal ni simple. Implica conceptos que muchas veces se malinterpretan, o se malentienden o se confunden. Conceptos cuya complejidad es directamente proporcional a la complejidad del ser humano, porque detentan una carga valorativa (espiritual, religiosa, filosófica) singular.La eutanasia es la intención del profesional de la salud dirigida a provocar la muerte del paciente, a su pedido y con la finalidad de evitarle sufrimientos intolerables.Por eso la eutanasia es activa, voluntaria y directa. Se requiere una acción dirigida a ocasionar la muerte del paciente. Sujeto activo (quien realiza la acción) es siempre un profesional de la salud. Sujeto pasivo (quien presta su consentimiento y requiere la práctica de eutanasia) es siempre el paciente. El motivo del sujeto activo (quien realiza la acción) debe ser siempre piadoso (evitar sufrimientos intolerables para el paciente, por ejemplo). En el suicidio (médicamente) asistido, el profesional de la salud se limita a brindar consejo acerca de la forma en que el propio paciente puede provocarse la muerte, pero no realiza ninguna acción directa sobre él.Otra situación de final de vida, muy distinta a la eutanasia o al suicidio asistido, está relacionada al concepto de adecuación de esfuerzo terapéutico (interrupción o abstención de tratamientos médicos), que es una decisión médica perfectamente legítima y legal. No es eutanasia pasiva. La intención del médico está dirigida a analizar la proporcionalidad de los tratamientos médicos al objetivo terapéutico: cuando el balance riesgo/beneficio se pierde o se invierte, es de buena praxis médica suspender y/o abstenerse de tratamientos inapropiados, fútiles o desproporcionados. No existe intención alguna de provocar la muerte del paciente, sino que el proceso de muerte ya instalado (porque la muerte es un proceso, no un hecho puntual y aislado) continúe su curso natural, y evitar imponer cargas desproporcionadas al paciente. El paciente adulto, por su parte, tiene derecho soberano a aceptar o rechazar tratamientos médicos (regulado tanto en la Ley de Derechos del Paciente como en el Código Civil y Comercial), cualquiera sea el estadio evolutivo de su enfermedad y/o la chance curativa, y aun cuando ello suponga renunciar a su vida. Ello es así porque la tecnología es anómica, nos deslumbra y nos ha hecho creer que todo es posible y que no existen límites. Esto es erróneo: los pacientes deciden conforme valores y no todo aquello tecnológicamente posible es éticamente justificado.La vida biológica no es un bien absoluto. De hecho, ningún derecho en nuestra Constitución Nacional lo es. Frente a la cantidad de vida, despunta el concepto de calidad de vida. Y el paciente puede decidir optimizar una a expensas de la otra. Ese es su derecho. No existe una obligación jurídica (ni ética) de vivir aun a pesar de nuestro propio deseo. En la práctica asistencial, muy especialmente desde los Cuidados Paliativos, vemos un abanico inmenso de decisiones personales únicas, personales y circunstanciadas. Hay quienes prefieren honrar calidad a tiempo, evitando aquellos tratamientos que perciben como degradantes para su dignidad; hay quienes eligen honrar cantidad a calidad, con el objetivo de alcanzar alguna meta particular (sea familiar, individual o social) y/o porque consideran que su dignidad se encuentra a buen resguardo. La vida biológica es un sustrato necesario, pero no suficiente para abordar la complejidad de la enfermedad o el envejecimiento que ponen en jaque el bienestar integral del paciente. La persona no es solo biología, es un ser subjetivo axiológico. En resumen, la adecuación de esfuerzo terapéutico es una decisión médica. El rechazo a un tratamiento médico es un derecho del paciente. La eutanasia y el suicidio asistido son alternativas en el fin de vida, que en aquellos países donde están permitidas, podrán ser elegidas por el paciente.Los profesionales de la salud no debemos imponer nuestros valores personales y el tratamiento médico siempre debe individualizarse en cada paciente, en ca

Feb 5, 2025 - 06:38
 0
Ser para la muerte

“Ser para la muerte” es un concepto tomado de Martin Heidegger (The Philosophy of Heidegger. Editorial Acumen Publishing, 2011): nuestra esencia humana es ser mortal y ser conscientes de nuestra finitud. Es un destino fatal (en el sentido de inevitable) y su (re)conocimiento nos permite interrogarnos acerca de nuestra propia vulnerabilidad y otorgar un valor a nuestra propia vida y a la vida de nuestros prójimos.

Los seres humanos compartimos un destino esencial común: nacemos y morimos. Vida y muerte son los dos extremos del transcurrir vital, unidos por un hilo invisible y necesario, que es la dignidad.

En una comunidad que no está acostumbrada a hablar de ello, donde la muerte aparece como un tabú y algo que les pasa a otros, es importante que al plantear el tema seamos precisos conceptualmente.

En el debate acerca de la vida y de cómo vivir, está presente necesariamente la muerte (y cómo morir). Empero, la muerte, como la vida, no es lineal ni simple. Implica conceptos que muchas veces se malinterpretan, o se malentienden o se confunden. Conceptos cuya complejidad es directamente proporcional a la complejidad del ser humano, porque detentan una carga valorativa (espiritual, religiosa, filosófica) singular.

La eutanasia es la intención del profesional de la salud dirigida a provocar la muerte del paciente, a su pedido y con la finalidad de evitarle sufrimientos intolerables.

Por eso la eutanasia es activa, voluntaria y directa. Se requiere una acción dirigida a ocasionar la muerte del paciente. Sujeto activo (quien realiza la acción) es siempre un profesional de la salud. Sujeto pasivo (quien presta su consentimiento y requiere la práctica de eutanasia) es siempre el paciente. El motivo del sujeto activo (quien realiza la acción) debe ser siempre piadoso (evitar sufrimientos intolerables para el paciente, por ejemplo). En el suicidio (médicamente) asistido, el profesional de la salud se limita a brindar consejo acerca de la forma en que el propio paciente puede provocarse la muerte, pero no realiza ninguna acción directa sobre él.

Otra situación de final de vida, muy distinta a la eutanasia o al suicidio asistido, está relacionada al concepto de adecuación de esfuerzo terapéutico (interrupción o abstención de tratamientos médicos), que es una decisión médica perfectamente legítima y legal. No es eutanasia pasiva. La intención del médico está dirigida a analizar la proporcionalidad de los tratamientos médicos al objetivo terapéutico: cuando el balance riesgo/beneficio se pierde o se invierte, es de buena praxis médica suspender y/o abstenerse de tratamientos inapropiados, fútiles o desproporcionados. No existe intención alguna de provocar la muerte del paciente, sino que el proceso de muerte ya instalado (porque la muerte es un proceso, no un hecho puntual y aislado) continúe su curso natural, y evitar imponer cargas desproporcionadas al paciente.

El paciente adulto, por su parte, tiene derecho soberano a aceptar o rechazar tratamientos médicos (regulado tanto en la Ley de Derechos del Paciente como en el Código Civil y Comercial), cualquiera sea el estadio evolutivo de su enfermedad y/o la chance curativa, y aun cuando ello suponga renunciar a su vida.

Ello es así porque la tecnología es anómica, nos deslumbra y nos ha hecho creer que todo es posible y que no existen límites. Esto es erróneo: los pacientes deciden conforme valores y no todo aquello tecnológicamente posible es éticamente justificado.

La vida biológica no es un bien absoluto. De hecho, ningún derecho en nuestra Constitución Nacional lo es. Frente a la cantidad de vida, despunta el concepto de calidad de vida. Y el paciente puede decidir optimizar una a expensas de la otra. Ese es su derecho. No existe una obligación jurídica (ni ética) de vivir aun a pesar de nuestro propio deseo.

En la práctica asistencial, muy especialmente desde los Cuidados Paliativos, vemos un abanico inmenso de decisiones personales únicas, personales y circunstanciadas. Hay quienes prefieren honrar calidad a tiempo, evitando aquellos tratamientos que perciben como degradantes para su dignidad; hay quienes eligen honrar cantidad a calidad, con el objetivo de alcanzar alguna meta particular (sea familiar, individual o social) y/o porque consideran que su dignidad se encuentra a buen resguardo. La vida biológica es un sustrato necesario, pero no suficiente para abordar la complejidad de la enfermedad o el envejecimiento que ponen en jaque el bienestar integral del paciente. La persona no es solo biología, es un ser subjetivo axiológico.

En resumen, la adecuación de esfuerzo terapéutico es una decisión médica. El rechazo a un tratamiento médico es un derecho del paciente. La eutanasia y el suicidio asistido son alternativas en el fin de vida, que en aquellos países donde están permitidas, podrán ser elegidas por el paciente.

Los profesionales de la salud no debemos imponer nuestros valores personales y el tratamiento médico siempre debe individualizarse en cada paciente, en cada circunstancia vital que le toca enfrentar. Es una valoración dinámica y permanente, en la interacción constante entre equipo de salud, paciente y familia. Frente al paciente, especialmente complejo, los profesionales de la salud evalúan los tratamientos médicos, sus resultados y las consecuencias. Desde el antibiótico que no logra combatir a la bacteria (y por ello mismo se rota) al respirador que solo prolonga un estado de agonía sin brindar ningún beneficio al paciente (por eso se suspende), todos los tratamientos médicos son ponderados conforme al objetivo terapéutico, la evidencia científica y los valores y las necesidades del paciente.

Presentar este tema como una cuestión pro/con, banaliza la importancia de la vida, y de la muerte. Morimos por algo muy sencillo: porque estamos vivos y nuestra existencia es finita. Pero queremos que nuestra vida y nuestra muerte sean humanizadas, no tecnologizadas. Muchos pacientes no desean prolongar sufrimiento, o padecer el empecinamiento terapéutico o sobretratamiento y entonces prefieren calidad a tiempo. Otros, por el contrario, prefieren tiempo, aun con merma de calidad. La respuesta “correcta” es aquella que cada paciente sienta que mejor respeta su dignidad, y los profesionales de la salud tenemos la obligación -humanamente ética y jurídicamente legal- de respetar esas decisiones.

Es falaz el planteo dicotómico entre “eutanasia sí o no”, “eutanasia vs cuidados paliativos”. La realidad es que nos enfrentamos a una tensión permanente en una sociedad civilizada: cómo garantizar la libertad individual, los valores y la pluralidad dentro de una convivencia democrática.

Por ello, el dilema es mucho más profundo: cómo, en una sociedad plural y democrática, garantizar una vida y una muerte en los propios términos valorativos de cada persona. Cómo encontrar un sustrato común para abordar el sufrimiento que la enfermedad y/o el envejecimiento provocan en cada uno. Cuál es el rol de los profesionales de la salud en ese proceso, quién representa la voz/interés del paciente y cuál es la función del Estado en esa relación.

Es un verdadero dilema porque no hay solución, solo opciones. Ninguna decisión, en la vida (y en la muerte) es inconsecuente. Y cada habitante tiene su propia concepción personal acerca de lo bueno, lo malo o lo mejor: o cuáles consecuencias está dispuesto a enfrentar.

Hay tantas vidas con dignidad, tantas muertes con dignidad, como personas existimos en la tierra.

En este marco conceptual, los Cuidados Paliativos hacen mucho por la calidad de vida, el abordaje del sufrimiento y el respeto a los valores personales y familiares. Pero no es su función ser un antídoto contra la eutanasia.

La ley es solo un marco de referencia, un acuerdo de mínimos que toda sociedad trata de alcanzar con el objetivo de garantizar una convivencia social pacífica. Por ello cuando intentamos abordar el marco legal de las decisiones de vida y muerte, los interrogantes se suceden vertiginosamente: ¿Debemos poner un límite a una decisión tan personal? ¿Cuál? ¿Cómo? ¿Quién? ¿Cómo minimizar riesgos y evitar abusos?

Los proyectos de ley que aguardan tratamiento en el Congreso pecan de la misma simplificación y confusión que tiñe este tema en los debates sociales. Lo que otras sociedades resolvieron no es un espejo, es solo un ejemplo. Y cada sociedad debe encontrar su propia forma de abordar estas cuestiones.

La discusión no pasa por eutanasia sí o no, sino acerca de la protección jurídica que el derecho (la ley) debe darle a la libertad individual y a derechos personalisimos como la vida y la muerte. La pregunta siempre presente y muy difícil de abordar es desde cuándo, hasta cuándo y con qué intensidad la ley debe regular la disposición individual de los bienes vida y muerte.

Pero el puntapié inicial debe ser la claridad conceptual. De lo contrario se crea una Torre de Babel donde cada uno habla un lenguaje único que inhibe toda comunicación.

Tal vez podamos empezar este debate volviendo a las fuentes que cimentaron nuestra sociedad: articulo 19 de la Constitución Nacional, las conductas autorreferentes y el propio proyecto de vida que debe respetar e interactuar con múltiples proyectos de vida individuales cuyo limite constitucional es el deber de no violentar los derechos de terceros.

Abogada. Magister en Bioética, Especialista en Cuidados Paliativos. Doctora de la Universidad de Buenos Aires.