Los diez primeros minutos de ‘Múnich’ merecían más la pena que todo ‘Septiembre 5’
El film nominado al Oscar a Mejor guion original vuelve sobre la tragedia de los atletas israelíes en las Olimpiadas de 1972 sin aportar más que una fútil preocupación periodísticaAdam Pearson, el actor con desfiguración facial que desafía las reglas de Hollywood: “El mundo esta obsesionado con lo normal” La industria estadounidense apenas tardó cuatro años en recrear la Masacre de Múnich. En 1976, William Holden protagonizó 21 horas en Múnich, un telefilm centrado en los sobrepasados esfuerzos de las autoridades alemanas para contener la crisis cuando, durante los Juegos Olímpicos de 1972, un comando de Septiembre Negro secuestró a nueve miembros del equipo israelí. Como dicha crisis había acabado en tragedia, con todos los atletas asesinados, 21 horas en Múnich estaba marcada por la amargura, si bien curiosamente se estrenaba el mismo año en que el ejército israelí era vindicado ante los medios gracias a la resolución de otra crisis, la Operación Entebbe. El Frente Popular para la Liberación de Palestina había secuestrado un avión de Air France, pero las Fuerzas de Defensa de Israel se movilizaron en esta ocasión con gran eficacia para admiración de sus aliados internacionales, hasta el punto de que ese mismo año se produjeran dos telefilms sobre el caso —Victoria en Entebbe y Brigada antisecuestro— y poco después otra película financiada por Israel que sería nominada al Oscar, Operación Relámpago. A lo largo de los 70 se constituyó, en efecto, una simpatía de Hollywood por el “derecho a defenderse” de Israel que tendría un gran recorrido: hace muy poco, en 2018, tuvimos otra película más sobre la victoria israelí (7 días en Entebbe), mientras también había ocasión de regresar al trauma previo, la Masacre de Múnich. En 1999 Un día de septiembre había ganado el Oscar a Mejor documental. Con una coyuntura como la descrita se entiende mejor el malestar que causó Steven Spielberg al estrenar en 2005 Múnich: esta película volvía sobre los Juegos Olímpicos del 72 pero centrándose en las represalias del Estado de Israel, la Operación Cólera de Dios. Unas represalias no tan glamurosas como la Operación Entebbe, que contemplaban el frío asesinato a través del mundo de los líderes de Septiembre Negro. Spielberg retrataba entonces la creciente angustia de los agentes israelíes encargados de la operación. La deshumanización de la que progresivamente iban siendo presa. El director de La lista de Schindler fue acusado de antisemita: organismos como la Organización Sionista de EEUU llamaron al boicot, asegurando que equiparaba a los terroristas con los agentes israelíes. Se dio tal controversia que había que tener las cosas muy claras para atreverse a recrear nuevamente lo ocurrido en Múnich, pero es lo que ha querido hacer Tim Fehlbaum en Septiembre 5. Sus razones van desde el esfuerzo por la documentación —que remite a Un día de septiembre y de hecho le ha dado una nominación al Oscar a Mejor guion original— hasta el deseo de atender una faceta poco explorada de lo ocurrido como es la intensa cobertura mediática de la crisis. Pero ninguna de estas razones basta para obviar el ingrato contexto del que surge este film. ¿Una película inoportuna? Septiembre 5 no es una película estadounidense, sino alemana. La ha dirigido y coescrito Tim Fehlbaum, un director suizo, si bien el enfoque de la película propicia que el reparto esté integrado mayoritariamente por rostros anglosajones. Tenemos a Peter Sarsgaard como el presidente de ABC Sports, junto a Ben Chaplin y John Magaro (excelente actor muy en boga últimamente en el indie de EEUU, gracias a Vidas pasadas o sus colaboraciones con Kelly Reichardt). También está la alemana Leonie Benesch como traductora (vista el año pasado en Sala de profesores). Todos ellos encabezan el chocante episodio que recrea Septiembre 5 y que dejaban entrever los 10 primeros minutos de Múnich: cuando el equipo de ABC Sports se vio en la tesitura de tener que retransmitir en directo la crisis de los rehenes de Septiembre Negro, cambiando los deportes por el conflicto internacional. Septiembre 5 se proyectó originalmente en el Festival de Venecia, pero hay rumores en la industria de que recaló ahí porque antes habían rechazado el proyecto en el Festival de Toronto. ¿El motivo? La incomodidad que podía inspirar en plenas represalias del Estado de Israel por los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023. Un bombardeo continuado sobre la Franja de Gaza que se extendió desde entonces, hasta el alto el fuego de principios de este año. Fehlbaum había empezado a trabajar en Septiembre 5 antes de los atentados de Hamás, pero eso no quita que su film esté rodeado de extrañeza y suspicacia una vez se cuela en la carrera de los Oscar y aparece rodeado de otros films como A Real Pain y The Brutalist, que hacen hincapié de un modo u otro en el sufrimiento judío. Es una carrera donde también tenemos la
El film nominado al Oscar a Mejor guion original vuelve sobre la tragedia de los atletas israelíes en las Olimpiadas de 1972 sin aportar más que una fútil preocupación periodística
Adam Pearson, el actor con desfiguración facial que desafía las reglas de Hollywood: “El mundo esta obsesionado con lo normal”
La industria estadounidense apenas tardó cuatro años en recrear la Masacre de Múnich. En 1976, William Holden protagonizó 21 horas en Múnich, un telefilm centrado en los sobrepasados esfuerzos de las autoridades alemanas para contener la crisis cuando, durante los Juegos Olímpicos de 1972, un comando de Septiembre Negro secuestró a nueve miembros del equipo israelí. Como dicha crisis había acabado en tragedia, con todos los atletas asesinados, 21 horas en Múnich estaba marcada por la amargura, si bien curiosamente se estrenaba el mismo año en que el ejército israelí era vindicado ante los medios gracias a la resolución de otra crisis, la Operación Entebbe.
El Frente Popular para la Liberación de Palestina había secuestrado un avión de Air France, pero las Fuerzas de Defensa de Israel se movilizaron en esta ocasión con gran eficacia para admiración de sus aliados internacionales, hasta el punto de que ese mismo año se produjeran dos telefilms sobre el caso —Victoria en Entebbe y Brigada antisecuestro— y poco después otra película financiada por Israel que sería nominada al Oscar, Operación Relámpago. A lo largo de los 70 se constituyó, en efecto, una simpatía de Hollywood por el “derecho a defenderse” de Israel que tendría un gran recorrido: hace muy poco, en 2018, tuvimos otra película más sobre la victoria israelí (7 días en Entebbe), mientras también había ocasión de regresar al trauma previo, la Masacre de Múnich.
En 1999 Un día de septiembre había ganado el Oscar a Mejor documental. Con una coyuntura como la descrita se entiende mejor el malestar que causó Steven Spielberg al estrenar en 2005 Múnich: esta película volvía sobre los Juegos Olímpicos del 72 pero centrándose en las represalias del Estado de Israel, la Operación Cólera de Dios. Unas represalias no tan glamurosas como la Operación Entebbe, que contemplaban el frío asesinato a través del mundo de los líderes de Septiembre Negro. Spielberg retrataba entonces la creciente angustia de los agentes israelíes encargados de la operación. La deshumanización de la que progresivamente iban siendo presa.
El director de La lista de Schindler fue acusado de antisemita: organismos como la Organización Sionista de EEUU llamaron al boicot, asegurando que equiparaba a los terroristas con los agentes israelíes. Se dio tal controversia que había que tener las cosas muy claras para atreverse a recrear nuevamente lo ocurrido en Múnich, pero es lo que ha querido hacer Tim Fehlbaum en Septiembre 5. Sus razones van desde el esfuerzo por la documentación —que remite a Un día de septiembre y de hecho le ha dado una nominación al Oscar a Mejor guion original— hasta el deseo de atender una faceta poco explorada de lo ocurrido como es la intensa cobertura mediática de la crisis. Pero ninguna de estas razones basta para obviar el ingrato contexto del que surge este film.
¿Una película inoportuna?
Septiembre 5 no es una película estadounidense, sino alemana. La ha dirigido y coescrito Tim Fehlbaum, un director suizo, si bien el enfoque de la película propicia que el reparto esté integrado mayoritariamente por rostros anglosajones. Tenemos a Peter Sarsgaard como el presidente de ABC Sports, junto a Ben Chaplin y John Magaro (excelente actor muy en boga últimamente en el indie de EEUU, gracias a Vidas pasadas o sus colaboraciones con Kelly Reichardt). También está la alemana Leonie Benesch como traductora (vista el año pasado en Sala de profesores).
Todos ellos encabezan el chocante episodio que recrea Septiembre 5 y que dejaban entrever los 10 primeros minutos de Múnich: cuando el equipo de ABC Sports se vio en la tesitura de tener que retransmitir en directo la crisis de los rehenes de Septiembre Negro, cambiando los deportes por el conflicto internacional. Septiembre 5 se proyectó originalmente en el Festival de Venecia, pero hay rumores en la industria de que recaló ahí porque antes habían rechazado el proyecto en el Festival de Toronto. ¿El motivo? La incomodidad que podía inspirar en plenas represalias del Estado de Israel por los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023. Un bombardeo continuado sobre la Franja de Gaza que se extendió desde entonces, hasta el alto el fuego de principios de este año.
Fehlbaum había empezado a trabajar en Septiembre 5 antes de los atentados de Hamás, pero eso no quita que su film esté rodeado de extrañeza y suspicacia una vez se cuela en la carrera de los Oscar y aparece rodeado de otros films como A Real Pain y The Brutalist, que hacen hincapié de un modo u otro en el sufrimiento judío. Es una carrera donde también tenemos la producción palestina No Other Land nominada al Oscar a Mejor documental, pero los focos acaparados por las películas citadas junto a las inquietantes circunstancias del alto el fuego —que Israel parece reacia a respetar—, fuerzan un escrutinio más atento de Septiembre 5, al margen de una afinidad del gobierno estadounidense por la causa sionista que no va a cambiar de Joe Biden a Donald Trump.
A Fehlbaum también le rodea otro detalle perturbador ahora mismo y es el respaldo total del gobierno de Alemania a las acciones de Israel, achacable a su sentimiento de culpa por el Holocausto. Son circunstancias, en fin, incontrolables, que envuelven a Septiembre 5 en el halo de lo fatalmente sintomático: un espejo de la pesadilla geopolítica en la que llevamos tanto tiempo embarcados. Intentando dejarlas de lado hay que reparar en las intenciones directas del film, que distan de querer diagnosticar el conflicto palestino-israelí o la espiral de afrentas y venganzas.
¿Qué pretende Septiembre 5 en su lugar? Recrear, con la mayor sobriedad posible, un momento decisivo en la historia de la televisión: las desventuras de ese equipo de ABC Sports que estaba en Múnich para dar las Olimpiadas pero por azares del destino tuvo que retransmitir en directo las negociaciones, las incursiones fallidas de la policía alemana y finalmente el terrible desenlace. A Fehlbaum le fascinaba este ángulo de lo ocurrido, por cuanto también había sido su experiencia personal. De él y de buena parte del mundo, que recuerdan la Masacre de Múnich gracias a la tele. Recuerdan, en concreto, una poderosa imagen: la del secuestrador en el balcón.
El espectáculo de la barbarie
“Hablé con muchas personas que ya no saben exactamente lo que pasó, pero sin duda se acuerdan del hombre enmascarado en el balcón”, ha declarado Fehlbaum. Este fedayin (guerrillero palestino) aparece desafiante en el balcón de la villa olímpica de Múnich, en el mismo piso donde sus compañeros de Septiembre Negro retienen a los atletas israelíes tras haber asesinado a dos. El momento en que le registran las cámaras de ABC es en efecto central para Septiembre 5 y canaliza la preocupación de Fehlbaum por las consecuencias de un registro mediático convertido en espectáculo masivo (¿convertido en deporte?), que además llegaba a intervenir la realidad.
A fin de cuentas fue gracias a esta retransmisión en directo que los terroristas bloquearon la intervención de las autoridades —por supuesto, había televisiones en ese edificio—, y la necesidad de actuar rápido y sin contrastar fuentes terminó conduciendo a que los informativos aseguraran que los rehenes habían sido rescatados, antes de confirmar lo peor. No fue tanto un acto de negligencia como la constatación en tiempo real del daño que podía causar la frenética retransmisión de imágenes en plena crisis, y eso era ni más ni menos lo que le interesaba a Fehlbaum a la hora de hacer Septiembre 5. También es lo que le da a la película un tono sugerente, hasta cierto punto.
Septiembre 5 carece por fuerza del triunfalismo de otros abordajes de la profesión periodística como Todos los hombres del presidente o Spotlight. Pero eso no significa necesariamente que formule una crítica frontal, desnudando la incompetencia o la mezquindad de los trabajadores. En su lugar Fehlbaum recurre a un veloz ritmo del estilo Aaron Sorkin para coreografiar los procedimientos y decisiones improvisadas de los periodistas, dando lugar a un interesante paisaje moral: esta gente está haciendo el mejor trabajo posible, ¿pero qué significa exactamente “el mejor trabajo posible”? Los 90 escuetos minutos que dura Septiembre 5 se desarrollan sobre ese vacío de entendimiento, para que una vez concluya la crisis cunda el desconcierto. ¿Qué se ha hecho mal?
Las intenciones de Fehlbaum son entonces encomiables, pero existe un grave problema circulando por su película y es la convicción central de que puede plantear el debate siendo, en fin, apolítica. Más allá de que alguien se inquiete por cómo esto podría reactivar la memoria del Holocausto en Alemania, u otro alguien pregunte si es lícito llamar “terroristas” a los palestinos, Septiembre 5 no se despega del marco occidental para enhebrar sus preguntas, produciendo una extraña disonancia que recuerda a otra película reciente, a priori sin mucho que ver con ella: Civil War de Alex Garland.
Aunque propusiera una distopía según la cual los EEUU se sumían en una nueva Guerra de Secesión, Civil War prefería no aclarar el motor ideológico de la contienda ni detallar la naturaleza de los bandos. Y esta omisión respondía a la misma prioridad que Septiembre 5: prefería reflexionar sobre el periodismo en tiempos de crisis. Garland erraba el tiro sin embargo por la añeja descripción de este oficio —si Septiembre 5 recurre a profesionales de los años 70, Civil War se ancla nada menos que en la iconografía del fotoperiodismo analógico— y lo sobado de las imágenes conjuradas. Alérgicas a la contemporaneidad, inexpresivas, facilonas.
Garland caracterizaba sus imágenes de forma museística. En Civil War aparecían embalsamadas, sufriendo finalmente la ausencia de reflexión histórica y política a su alrededor, y logrando justamente lo que se criticaba que podían terminar provocando: la indiferencia. Es tal cual lo que sucede en una película tan inútil políticamente como Septiembre 5. Su empeño en aferrarse a la forma más cómoda de ver las cosas, en apartar un suceso de inagotables ramificaciones del flujo histórico y sus condicionantes, provocan su fracaso total.
Por mucho que a Fehlbuam le incomodara esa imagen en el balcón, a día de hoy sigue sin saber quién estaba tras la máscara. Y, lo que es peor, no parece importarle en absoluto.