«La infertilidad es un problema social»
A la periodista y escritora Júlia Bertran Lafuente (Barcelona, 1980), el deseo de ser madre la descolocó por completo. Tenía casi 40 años, y, aunque nunca había querido tener hijos, a diferencia de su pareja, ese deseo de maternidad se volvió una obsesión a la que no quería renunciar. Como sucede a veces, era demasiado tarde para lograrlo por la vía natural, así que, después de un intento fallido de fertilización in vitro, decidieron apostar por la ovodonación, una técnica que se usa en casi el 40% de los ciclos reproductivos actuales pero sigue siendo un tema tabú. Bertran se […] La entrada «La infertilidad es un problema social» se publicó primero en Ethic.
A la periodista y escritora Júlia Bertran Lafuente (Barcelona, 1980), el deseo de ser madre la descolocó por completo. Tenía casi 40 años, y, aunque nunca había querido tener hijos, a diferencia de su pareja, ese deseo de maternidad se volvió una obsesión a la que no quería renunciar. Como sucede a veces, era demasiado tarde para lograrlo por la vía natural, así que, después de un intento fallido de fertilización in vitro, decidieron apostar por la ovodonación, una técnica que se usa en casi el 40% de los ciclos reproductivos actuales pero sigue siendo un tema tabú. Bertran se encontró entonces con dudas, contradicciones y un sentimiento de culpabilidad y de soledad en el proceso que la llevó a ser la madre de un niño, y quiso volcar su experiencia en el libro ‘Querida desconocida’ (Libros del KO). Se trata de un relato donde la periodista indaga en la industria de la reproducción asistida, la falta de políticas publicas para maternar y establece un diálogo colectivo a través de entrevistas con expertas, lecturas y emociones personales.
¿Diría que sigue imperando una presión social para ser madre?
A diferencia de lo que les pasa a muchas mujeres, yo no sentía presión por ser madre. El mandato social que pone la maternidad en el centro de la vida de la mujer y le da sentido existe, y se ve en las reuniones familiares, en la publicidad, en los relatos de ficción… pero lo fui esquivando. Lo que me afectó más fue el rechazo de tener hijos y quise entender cómo se construye esa negación. Se habla mucho de cómo se nos impone a las mujeres el deseo maternal, pero muy poco de cómo se articula lo contrario. En el libro me pregunto hasta qué punto ese deseo estaba latente en mí y preferí negarlo porque sentía que tenía otras ambiciones en la vida y eran incompatibles con la maternidad.
Sorprende cómo pasa de no querer tener hijos bajo ningún concepto a buscarlo como un deseo irrenunciable.
La primera sorprendida fui yo. Es extraño ver cómo algo que no has querido nunca se vuelve una obsesión irrenunciable. Quise tomármelo con calma y pensar que solo íbamos a intentarlo, y que no pasaría nada si no lo lográbamos, pero desde el momento en que te imaginas esa posibilidad ya cuesta renunciar a ella. En el libro indago en este cambio y los motivos por los que retrasé tanto la maternidad, y uno de ellos es una misoginia interiorizada. Reconozco que rechazaba todo lo femenino, veía la maternidad como un lastre. Yo quería ser como un hombre, porque en mi época los referentes académicos, culturales y políticos eran sobre todo masculinos. No quería quedarme en casa cuidando críos… quería tener una vida excitante, un trabajo que me realizara, una voz pública.
«Renunciar a la maternidad creyendo que estamos preservando nuestra libertad es erróneo»
¿Qué cambia cuando ve que llega a los 40 años?
El factor de la edad es clave, porque cuando te acercas a los 40 años sabes que es ahora o nunca. El reloj biológico te da un ultimátum. Otro condicionante fue ver la maternidad de mis amigas, que supuso un reflejo difícil de afrontar, porque parece que todo lo que me ocurría no era tan emocionante ni tan importante como ser madre. Y finalmente la pandemia me hizo darme cuenta de lo que es esencial en la vida. Mi abuela comenzó con un proceso de demencia y empecé a entender el sentido de los vínculos y los cuidados desde otro lugar. Perdí una referencia por arriba, y sentí el deseo de generar otra por debajo en la cadena vital. De repente dejé de demonizar la maternidad y entendí que no tenía que estar reñido con la emancipación femenina.
Las feministas de los años 60 lucharon contra el mandato social de la maternidad, pero la sociedad ha cambiado mucho desde entonces. ¿Considera que actualmente impera otro paradigma?
Me influyó mucho ese discurso y agradezco que esas feministas abrieran camino y nos liberaran de muchas cadenas, pero tampoco podemos quedarnos ahí porque la sociedad ha evolucionado. Creo que hay una mentalidad muy neoliberal en reducir la crianza y los cuidados a un yugo y una restricción de libertades, porque también pueden ser lugares gratificantes que nos realicen como personas. Adrienne Rich diferenciaba la experiencia de la maternidad de la institución maternal, y esa diferencia es clave. Yo nunca he deseado vivir una maternidad según los cánones patriarcales, pero tampoco quiero renunciar a esa experiencia. Renunciar a la maternidad creyendo que estamos preservando nuestra libertad es erróneo. Lo que hay que hacer es avanzar en corresponsabilidad, tanto en la crianza como en la reproducción. Muchos hombres creen que esto último no va con ellos.
De hecho cita a Esther Vivas, que afirma que la infertilidad no es un problema individual, ni únicamente femenino.
Sí, de hecho cuando empecé a escribir el libro, una de mis motivaciones era dirigirme a las mujeres. Y pronto me di cuenta de que no tenía que ser solo para nosotras, también es un tema importante para los hombres. Parece que como somos las mujeres las que congelamos los óvulos, las que hablamos más del tema y la experiencia de la reproducción recae en nuestro cuerpo, solo nos incumbe a nosotras, y no es así. Otra cosa importante de lo que menciona Vivas es que las soluciones no deberían ser privadas y mercantiles, porque la infertilidad es un problema social.
«Hemos normalizado que haya más madres de 40 años que de 25, pero el precio es demasiado alto»
En el libro menciona el concepto de frustración reproductiva. ¿Diría que hay un problema sistémico en España para maternar con buenas condiciones?
Cuando leí que 1/4 de las mujeres nacidas a finales de los años 70 no tendrá hijos en contra de su voluntad, o tendrá menos de los que quisiera, vi claramente un malestar generalizado. Si tantas personas sufren esto, claro que es un problema sistémico. Y creo que esto se debe en parte a la desinformación que existe sobre nuestra salud sexual y reproductiva, sobre nuestros cuerpos y sobre cómo funciona nuestra fertilidad. Es importante poder hablar de ello sin presión. Entiendo que si con 25 o 30 años te dicen que se te va a pasar el arroz, no quieras ni escucharlo. Pero tenemos derecho a la información para poder escoger libremente, sin ninguna imposición y sin que nos digan cómo debemos comportarnos ante esa información.
Una de las informaciones que expone en el libro es que menos del 6% de los tratamientos acaba en parto. ¿Las clínicas inflan las tasas?
Ese dato es a partir de los 40 años. Hay tasas muy infladas por parte de las clínicas, porque hablan de tratamientos acumulados. Si pruebas 15 veces el tratamiento, te arruinas económicamente y destrozas tu salud mental y física, pues quizá sí lo logres pero hay que poner en la balanza todo eso. Siempre digo que hay que hablar más de tasas de fracaso que de éxito para poder visibilizar el periplo médico, emocional y vital que supone quedarse embarazada a ciertas edades. Hemos normalizado que haya más madres de 40 que de 25, pero el precio es demasiado alto. Es una conquista del feminismo poder retrasar la maternidad, pero muchas veces se invisibiliza los procesos y lo que implica a nivel físico, económico y vital. Hay un imaginario de facilidad reproductiva, del que habla muy bien Sara Lafuente en su libro Mercados reproductivos.
«Hay que visibilizar el periplo médico, emocional y vital que supone quedarse embarazada a ciertas edades»
¿Diría que se está promoviendo una promesa ficticia de la facilidad de ser madre a partir de cierta edad?
Pensamos que gracias a los avances técnicos y a la ciencia podemos esperar lo que queramos porque de alguna manera lo lograremos. Pero cuando ves las tasas reales de partos a partir de los 40 años, son bajísimas, no llegan al 10%. Por eso es importante visibilizar que las mujeres a partir de cierta edad solo podemos tener críos si recurrimos a la ovodonación. Si no se habla del tema, se promueve un imaginario ficticio. Pensar que se puede ser madre a la edad que sea es una idea muy neoliberal, y es una promesa que no es cierta.
Algunas teóricas han planteado la posibilidad de desprivatizar la industria y hacerla pública. ¿Cree que el Estado debería hacerse cargo?
No soy una experta, soy periodista y he querido abrir una discusión pública sobre la ovodonación. Pero me gusta mucho lo que plantea Sara Lafuente Funes para luchar contra la mercantilización de la industria reproductiva, y la propuesta de un banco público de óvulos. España es uno de los países de Europa que tiene un mayor banco de óvulos, entonces sería una posibilidad. Es complicado porque España es una industria líder en reproducción y pivota alrededor de lo privado, hay muchos intereses económicos detrás y ese es uno de los impedimentos para pensar otras vías más respetuosas para llevar a cabo el proceso.
«España es una industria líder en reproducción y pivota alrededor de lo privado»
Afirma que las clínicas de fertilidad están llenas de feministas atormentadas. ¿Cómo fue pasar el proceso y lidiar con sus propias contradicciones?
Mi primer y gran dilema tiene que ver con necesitar a una tercera persona en el proceso de la que no sé nada. Cuando miro a mi hijo pienso que no sé nada de la querida desconocida, no sé qué será de ella y cómo habrá vivido el proceso, y esas dudas me acompañarán siempre. Al iniciar todo, me pregunté qué vida tendría esa mujer que no conozco, imaginé que sería una chica más joven que seguramente viva en una situación más precaria. Me pregunté qué riesgos médicos tendría que asumir para que yo pueda cumplir un deseo, porque la maternidad no es un derecho. Entiendo que para mucha gente la donación de gametos sea una línea roja, yo misma a día de hoy sigo cuestionándome lo que hice, convivo con mis dilemas éticos.
La culpa aparece como uno de los ejes vertebradores del libro.
Sí, en mi caso viene sobre todo por retrasar tanto la maternidad cuando podía haber sido madre más joven. Tenía las condiciones materiales para serlo y quizá no tendría que haber recurrido a la donación. Pero esa culpa es muy útil al sistema porque genera ostracismo y hace que te encierres, que no lo hables y que no te des cuenta de que es un problema estructural que compartimos muchas mujeres. Escribiendo el libro no me quiero eximir de mi responsabilidad, pero sí creo que tenemos que abrir esta conversación pública y socializar estos dilemas, porque entre todas tenemos que ver cómo solucionarlos. Hasta ahora las únicas soluciones pasan por clínicas privadas y son caras, siento que solo se ponen parches y no se toman medidas sociales profundas para ir a la raíz del problema.
«La culpa es muy útil al sistema porque genera ostracismo y hace que no lo hables»
¿Le afecta la contradicción de haber favorecido un sistema de reproducción que es elitista y mercantiliza la maternidad?
Entiendo el feminismo desde una mirada interseccional y anticapitalista, entonces claro que convivo con contradicciones. Soy consciente de que he alimentado una industria que es muy opaca y que desprotege a las donantes muchas veces, y a las criaturas que surgen de estos tratamientos. Pero por eso escribo el libro, para intentar transformar esa culpa y esa contradicción en algo constructivo. En lugar de vivirlo en silencio, planteo preguntas para que cambien las cosas. Hay muchas preguntas que no se están dando en la esfera pública y estaría bien debatirlas, como si es buena idea hacer un banco público de óvulos, o si las donaciones deberían dejar de existir, o incluso si deberían ser anónimas. No solo planteo mi experiencia personal, también quiero poner a las donantes en el centro, y a los hijos que serán más tarde adultos y podrán exigir información sobre su ascendencia.
En un momento dado la médico le dice que cuando tenga a su hijo en brazos olvidará todo este proceso. ¿Hay una voluntad por invisibilizar estos tratamientos?
El 60% de las mujeres que tiene un hijo por ovodonación se lo oculta al hijo y a la familia más cercana. Cada familia es un mundo y no juzgo a nadie, pero yo no concibo que la relación con mi hijo esté basada en una mentira. No quiero olvidarme de nada, quiero recordar sus orígenes. Si muchas familias pueden ocultar este proceso es porque el dato solo aparece en el historial obstétrico de la madre. Ahí se ve que el sistema ya busca un poco la ocultación del proceso, igual que con el anonimato de las donantes. Todos tenemos un derecho al conocimiento de los orígenes y con este sistema se está vulnerando.
Llama la atención la técnica del matching para buscar parecido físico de la donante con la futura madre. ¿Pasó por un duelo genético?
Eso está dictado por la ley, la clínica debe escoger el óvulo de la mujer que más se parezca. Realmente los vínculos van más allá de los genes, pero, aunque estaba convencida de que no me dolería y no le daría importancia, he sufrido una sensación de incertidumbre y de tristeza, y el miedo de pensar que realmente no soy su madre. En las sociedades occidentales impera esta idea de la familia de sangre, y es una herencia cultural muy potente. A mí me ha ayudado mucho una frase de John Bastard, un antropólogo que dice que todos los hijos son adoptados. Al final el vínculo es algo que debes trabajar y cuidar, y no tiene que ver con los genes.
«El 60% de las mujeres que tiene un hijo por ovodonación se lo oculta al hijo y a la familia más cercana»
Se ha comparado la donación de gametos con la gestación subrogada, una comparación que causa polémica. ¿Hubiera recurrido a esta opción?
Me duele que lo comparen porque no es equiparable, no es lo mismo una hormonación y una extracción de óvulos que una fertilización, un embarazo y un parto. Es una técnica mucho más invasiva, y compararlo con la ovodonación es tirar por la brocha gorda. Quiero pensar que jamás recurriría a la gestación subrogada, pero intento no ser dogmática porque nunca se sabe hasta que no estás en la situación. Me gustaría que se hablara tanto de la donación de óvulos como de la gestación subrogada.
En el libro cuenta su encuentro con la fundadora de la Asociación de Hijos por Donación que reclaman sus derechos.
Hablé con María cuando ya estaba embarazada y me costó, pero para mí era una necesidad. No quería cometer los mismos errores que otras personas que habían recurrido a la ovodonación y que mi hijo sufriera las consecuencias. Fue una conversación muy enriquecedora porque me habló del conflicto de lealtades, que es cuando los hijos por donación ocultan su malestar a los padres por no herirles. Yo tengo claro que es importante ser muy transparente con mi hijo, darle toda la información y espacio necesarios. Y por supuesto que sepa que, si de mayor necesita que le ayude, le escuche y le acompañe, ahí estaré.
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