Proyecto LOVE: ¿Y si pudiéramos darle sentimientos a la inteligencia artificial?
Profesión rocio.rodriguez Dom, 19/01/2025 - 08:00 Transformación digital La inteligencia artificial ha revolucionado la Medicina en muchos aspectos. Muchos programas informáticos y algoritmos han servido para la detección de diversas enfermedades, siendo un ejemplo claro el cáncer de mama a través del análisis de mamografías, pero también otros tipos de tumores, cardiopatías o patologías reumatológicas o infecciosas. Es tremendamente útil en la medicina personalizada para discriminar si un tratamiento no es útil para una persona concreta o le puede provocar reacciones adversas, para aumentar la precisión de forma menos invasiva en intervenciones quirúrgicas (como los Da Vinci) o para disminuir el tiempo y, por tanto, los costes, en la investigación médica.Todo esto conlleva una serie de desafíos y consideraciones éticas que giran en torno a cómo desarrollar sistemas que mantengan la privacidad y seguridad de los datos especialmente sensibles ante los ciberataques cada vez más frecuentes al sector sanitario. Y cuando aún seguimos pensando cómo lograr eso, ya tenemos delante nuevos retos derivados de nuestra relación, cada vez más frecuente, con la inteligencia artificial, que está empezando a generar ciertos vínculos emocionales (sin llegar al extremo del enamoramiento que mostraba la película Her en 2013, cuando todo esto aún parecía muy lejano).Si buscamos precedentes podemos encontrarlos en los años 90 con los famosos Tamagotchis, que lograron que algunas personas ya generaran vínculos sentimentales con un puñado de píxeles en una minipantalla. Estudios mucho más recientes han probado la empatía del ser humano ante los robots (sea adquirida, por la mayor humanización de estas máquinas, o innata en las personas hacia cualquier forma de inteligencia). Por ejemplo, en un experimento se pedía a los participantes golpear a un robot, algo que no provocaba reparos en la persona salvo cuando el robot reaccionaba con un sonido de queja o lamento, lo que les hacía detenerse. En otro experimento en robots que llevan cargas, se obstaculizaba su labor tirándole al suelo la caja o dándoles una patada para desequilibrarlos, lo que causaba la indignación de los observadores humanos.Pero ¿se daría la situación a la inversa, es decir, podría una máquina involucrarse emocionalmente con una persona y establecer lazos? ¿Y para qué serviría, mejorarían la máquina? "Si piensas que las únicas inteligencias elevadas que conocemos todavía son las nuestras y todas tienen emociones, casi es un acto de arrogancia 'ingenieril' típico de mi profesión pensar que podemos hacer una inteligencia que funcione como la nuestra sin emociones. Es como enmendarle la plana a la naturaleza, francamente. De hecho, es una opinión dentro del mundo de la inteligencia artificial, por ejemplo, Marvin Minsky, uno de los padres de la IA, decía que no es concebible cómo una mente va a rendir como las naturales sin un sistema emocional de algún tipo y ha publicado varios libros sobre ello muy inspiradores", explica Alberto Hernández Marcos, ingeniero de software e investigador de la Universidad de Granada, cuya tesis doctoral trata de dotar a las inteligencias artificiales de sentimientos.Inteligencia artificial que aprende emociones"El aprendizaje automático, el machine learning, se ha centrado históricamente en replicar la dimensión racional de la mente, y hemos dejado de lado por completo la dimensión emocional, cuando la Biología demuestra que es vital para los seres vivos. El proyecto LOVE, acrónimo de Latest Observed Values Encoding (codificación de los últimos valores observados), intenta que las inteligencias artificiales aprendan su propio espectro emocional como los seres vivos y que sea de una manera natural como la hemos adquirido nosotros, con nuestro sistema límbico, es decir, en vez de inteligencia artificial hablaríamos de mente artificial porque hablaríamos de racionalidad y emociones", señala Hernández.El investigador indica que lo único que hace el machine learning, "pero lo hace muy bien", es aprender patrones. "Si postulamos las emociones como patrones de algo cuantificable, cosa que no se ha hecho bien nunca, a partir de ahí podemos plantear que lo aprenda una máquina. Nuestra hipótesis de trabajo es que las emociones son codificaciones de patrones temporales". Dicho en cristiano, encontrarse con un amigo por la calle, por ejemplo, hace subir las expectativas de tener una recompensa emocional, salvo que el amigo tenga prisa y no pueda tomarse algo, lo que hace que la expectativa baje. Esas subidas y bajadas de expectativas y recompensas forman curvas, como patrones que puede aprender el machine learning, justo lo que mejor hace.Dejaremos el desarrollo del experimento y cómo llegó Hernández a ese eureka para después, primero veamos qué aplicaciones tiene dotar de emociones a la inteligencia artificial, concretamente para la Medicina. El investigador menciona el acompañamiento de enfermos crónicos,
La inteligencia artificial ha revolucionado la Medicina en muchos aspectos. Muchos programas informáticos y algoritmos han servido para la detección de diversas enfermedades, siendo un ejemplo claro el cáncer de mama a través del análisis de mamografías, pero también otros tipos de tumores, cardiopatías o patologías reumatológicas o infecciosas. Es tremendamente útil en la medicina personalizada para discriminar si un tratamiento no es útil para una persona concreta o le puede provocar reacciones adversas, para aumentar la precisión de forma menos invasiva en intervenciones quirúrgicas (como los Da Vinci) o para disminuir el tiempo y, por tanto, los costes, en la investigación médica.
Todo esto conlleva una serie de desafíos y consideraciones éticas que giran en torno a cómo desarrollar sistemas que mantengan la privacidad y seguridad de los datos especialmente sensibles ante los ciberataques cada vez más frecuentes al sector sanitario. Y cuando aún seguimos pensando cómo lograr eso, ya tenemos delante nuevos retos derivados de nuestra relación, cada vez más frecuente, con la inteligencia artificial, que está empezando a generar ciertos vínculos emocionales (sin llegar al extremo del enamoramiento que mostraba la película Her en 2013, cuando todo esto aún parecía muy lejano).
Si buscamos precedentes podemos encontrarlos en los años 90 con los famosos Tamagotchis, que lograron que algunas personas ya generaran vínculos sentimentales con un puñado de píxeles en una minipantalla. Estudios mucho más recientes han probado la empatía del ser humano ante los robots (sea adquirida, por la mayor humanización de estas máquinas, o innata en las personas hacia cualquier forma de inteligencia). Por ejemplo, en un experimento se pedía a los participantes golpear a un robot, algo que no provocaba reparos en la persona salvo cuando el robot reaccionaba con un sonido de queja o lamento, lo que les hacía detenerse. En otro experimento en robots que llevan cargas, se obstaculizaba su labor tirándole al suelo la caja o dándoles una patada para desequilibrarlos, lo que causaba la indignación de los observadores humanos.
Pero ¿se daría la situación a la inversa, es decir, podría una máquina involucrarse emocionalmente con una persona y establecer lazos? ¿Y para qué serviría, mejorarían la máquina? "Si piensas que las únicas inteligencias elevadas que conocemos todavía son las nuestras y todas tienen emociones, casi es un acto de arrogancia 'ingenieril' típico de mi profesión pensar que podemos hacer una inteligencia que funcione como la nuestra sin emociones. Es como enmendarle la plana a la naturaleza, francamente. De hecho, es una opinión dentro del mundo de la inteligencia artificial, por ejemplo, Marvin Minsky, uno de los padres de la IA, decía que no es concebible cómo una mente va a rendir como las naturales sin un sistema emocional de algún tipo y ha publicado varios libros sobre ello muy inspiradores", explica Alberto Hernández Marcos, ingeniero de software e investigador de la Universidad de Granada, cuya tesis doctoral trata de dotar a las inteligencias artificiales de sentimientos.
Inteligencia artificial que aprende emociones
"El aprendizaje automático, el machine learning, se ha centrado históricamente en replicar la dimensión racional de la mente, y hemos dejado de lado por completo la dimensión emocional, cuando la Biología demuestra que es vital para los seres vivos. El proyecto LOVE, acrónimo de Latest Observed Values Encoding (codificación de los últimos valores observados), intenta que las inteligencias artificiales aprendan su propio espectro emocional como los seres vivos y que sea de una manera natural como la hemos adquirido nosotros, con nuestro sistema límbico, es decir, en vez de inteligencia artificial hablaríamos de mente artificial porque hablaríamos de racionalidad y emociones", señala Hernández.
El investigador indica que lo único que hace el machine learning, "pero lo hace muy bien", es aprender patrones. "Si postulamos las emociones como patrones de algo cuantificable, cosa que no se ha hecho bien nunca, a partir de ahí podemos plantear que lo aprenda una máquina. Nuestra hipótesis de trabajo es que las emociones son codificaciones de patrones temporales". Dicho en cristiano, encontrarse con un amigo por la calle, por ejemplo, hace subir las expectativas de tener una recompensa emocional, salvo que el amigo tenga prisa y no pueda tomarse algo, lo que hace que la expectativa baje. Esas subidas y bajadas de expectativas y recompensas forman curvas, como patrones que puede aprender el machine learning, justo lo que mejor hace.
Dejaremos el desarrollo del experimento y cómo llegó Hernández a ese eureka para después, primero veamos qué aplicaciones tiene dotar de emociones a la inteligencia artificial, concretamente para la Medicina. El investigador menciona el acompañamiento de enfermos crónicos, personas mayores o pacientes de salud mental, 24 horas al día, 365 días al año.
"En la cultura occidental cada vez la media de personas por hogar es más baja, los indicadores de felicidad en los países ricos van bajando y nuestras capacidades de atención psicológica y a la tercera edad no son todas las que deberían ser. En personas con alzhéimer, cuando no tienen ni memoria, lo último que les queda a las personas son sus emociones, y se encuentran durante 24 horas al día en un entorno que no reconocen. La única persona que les da alegría en esta situación es el típico enfermero o enfermera que se pasa un rato con ellos. Esta atención personalizada les da un ratito de emoción que no tienen ni cuando van sus hijos porque ya no los conocen", pone como ejemplo Hernández.
El investigador indica que ya sea por profesionalidad, empatía o compasión por la persona que cuida, ese enfermero puede pasar un rato con esa persona y cantar con ella las canciones de su infancia, lo único que recuerda. "Pero no es infinito. Las personas que tenemos en la sanidad pública son limitadas y también la paciencia, ese cuidador no puede estar horas y horas cantando con esa persona. Si esa emoción, esa empatía fueran artificiales podrían ser mejores que las humanas en el sentido de que no se desgastarían porque si hay algo que hacen bien las máquinas es repetir las cosas un millón de veces igual. Se les podría insuflar en ese sistema límbico artificial una paciencia y una empatía inagotables. Es como el pulmón artificial que te mantiene respirando, si es una persona la que masajea el corazón para mantenerte con vida llega un momento en el que no puede física e incluso emocionalmente".
En el terreno de la atención psicológica ya se han realizado experimentos (muy criticados, según Hernández). "Lo malo que tiene un coach o un psicólogo automático es que es automático y realmente no puedes decir que le importes en el sentido que tú le puedes importar a un coach, a un psicólogo, a un amigo o un confesor. Lo bueno es que es inagotable. Por ejemplo, modelos de IA de lenguaje han tenido más éxito en convencer a negacionistas sin impacientarse, que expertos que tratan de discutir con un negacionista sobre las vacunas porque al final el experto tiene una mezcla de arrogancia real o percibida, impaciencia o sesgo respecto a que 'el otro es tonto y yo soy listo', y una máquina no. Además, la máquina no se cansa y no repite argumentos, puede variarlos con una riqueza casi socrática. Y esto puede ser una esperanza para personas a las que no tenemos todo el alcance que deberíamos, para llegar a ellas y atenderlas".
En ese sentido, quizá no es suficiente una sesión psicológica cada semana para evitar que una persona caiga en una depresión profunda o en autolesionarse, ejemplifica Hernández, y una inteligencia artificial con emociones podría tener sesiones varias veces por semana. "Es probable que antes de dejarlas 100% las supervisemos, que sean una especie de asistentes de los psicólogos. Estos podrían supervisar, pero no es lo mismo que estar con tu mente y tu alma ocho horas al día, con un paciente cada hora, cada uno de ellos un universo distinto que te obliga a sacar tus anotaciones, involucrarte de nuevo con ese paciente, volverlo a sacar del hoyo hasta la semana siguiente, pasar a otro y el mismo proceso… Es agotador psicológicamente para el mismo profesional. Pero si tienes a ocho agentes emocionalmente capaces a los que tú supervisas es totalmente diferente. Entre el automatismo absoluto y el tratamiento totalmente humano existen estos términos medios que la industria está descubriendo".