Por qué sentimos vergüenza ajena
La vergüenza ajena es un sentimiento de pudor o incomodidad ante las acciones de otras personas. ¿Cómo se origina esta sensación tan común? La entrada Por qué sentimos vergüenza ajena se publicó primero en Ethic.
La empatía es una reacción inmediata e inconsciente que nos hace ponernos en el lugar de la otra persona y sentir lo que creemos que ella puede estar sintiendo. Se trata, sin duda, de una cualidad muy valorada socialmente y que muchas personas intentan desarrollar hasta convertirla en hábito. Pero esta reacción inconsciente también está vinculada a la vergüenza ajena que, como confirmó el neurocientífico alemán Frieder Michel Paulus, surge «cuando sientes empatía por alguien que pone en peligro su integridad al violar las normas sociales».
A mediados de la década pasada, Paulus realizó diferentes experimentos con más de 600 voluntarios para estudiar los impulsos cerebrales que provocan la vergüenza ajena. Tales estudios revelaron que, cuando somos testigos de cómo otra persona vulnera ciertas convenciones sociales, el cerebro activa las mismas regiones que en momentos empáticos: la corteza insular y el córtex del cíngulo anterior, relacionadas con las emociones viscerales y la percepción de alerta respectivamente.
En mayor o menor medida, todos sentimos en algún momento vergüenza ajena, ese pudor ante la acción de otra persona que nos resulta de algún modo incómoda o ridícula. Esa persona que come en nuestra misma mesa y ríe a carcajadas con un resto de comida entre los dientes, aquella que pierde el control en una celebración empresarial debido al excesivo consumo de alcohol, o la que, intentando mostrar su ingenio, cuenta chistes de mal gusto en una cena familiar. Son numerosos los casos en que sentimos vergüenza ajena que, atendiendo a los estudios de Paulus, comprendemos verdaderamente paradójica, ya que nos hace empatizar con esa otra persona a la par que sentimos rechazo hacia ella.
No obstante, se trata de un sentimiento absolutamente subjetivo, ya que dos personas pueden estar observando la misma acción de una tercera y sentir emociones distintas. Que sintamos vergüenza ajena no significa que estemos ante un comportamiento verdaderamente ridículo. Todo dependerá, en mayor o menor grado, de nuestras propias creencias y experiencias. Por eso, el sentimiento es más profundo cuando la persona que supuestamente se pone en ridículo tiene un mayor vínculo emocional con nosotros. Si se trata de un familiar o de un amigo íntimo la empatía es mayor y, por lo tanto, también lo es el rechazo que nos provoca su forma de ponerse en evidencia. No la experimentamos con igual intensidad cuando quienes celebran una despedida de soltero haciendo gala de su grado de embriaguez es un grupo de desconocidos que cuando quienes lo hacen son personas cercanas a nosotros.
La vergüenza ajena nos hace empatizar con la otra persona a la par que sentimos rechazo por sus acciones
A dicha subjetividad que implica el sentimiento de vergüenza ajena tenemos que sumar también su componente social, ya que está íntimamente vinculado a las normas o códigos de comportamiento de la sociedad a la que pertenecemos. Una acción que en nuestro entorno vulnera dichas normas no tiene por qué hacerlo en una sociedad que presupone diferentes límites a la manera de comportarse en público. Muchos podemos sentir vergüenza ajena en un karaoke, cuando alguno de los allí reunidos exhibe su absoluta carencia de talento al interpretar cualquier tema de su cantante favorito. Pero es muy dudoso que dicho sentimiento sea tan pronunciado en Japón, país en que se inventó el karaoke no solo como modelo de negocio sino, también, como entretenimiento popular.
A este respecto, la historiadora cultural Tiffany Watt Smith asegura que la vergüenza ajena es un término profundamente español que nombra un sentimiento universal. En su obra Atlas de las emociones humanas, describe 156 diferentes emociones identificando al máximo los matices de las mismas. De esta forma, descubre numerosos términos propios de ciertas culturas que ponen nombre a sentimientos que cualquier persona puede llegar a sentir. Según Smith, «el miedo a perder la dignidad o el orgullo se consideran muy pronunciados» en España. De ahí que la vergüenza ajena, si bien está lingüísticamente contemplada en otros países, alcanza su máximo grado de especificidad en nuestro idioma. La historiadora menciona, también, la intensidad de los lazos de simpatía que establecen los españoles y, como anécdota reveladora, nos recuerda que solo en España se nombra el último bocado de comida de una ración compartida como «el de la vergüenza».
La vergüenza ajena es, por lo tanto, un sentimiento universal ligado a la empatía, la experiencia personal y los condicionantes sociales. Pero también es un sentimiento que no debería condicionarnos y que, prestando mayor atención cuando lo experimentamos, puede ayudarnos a evitar prejuicios, estimular el sentido del humor y, en definitiva, adquirir una comprensión más global de diferentes situaciones.
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