¿Por qué hay tanta gente que dice estar viendo dinosaurios en el Congo?
Los árboles empezaron a temblar, los monos, a chillar, y los pájaros salieron disparados hacia el cielo.En el corazón del Parque Nacional de Odzala-Kokoua, Selah Abong'o se quedó helada, convencida de que estaba a punto de encontrarse con algo salido de la leyenda: un mokele-mbembe, el mítico dinosaurio del Congo.En 2003, la joven conservacionista congoleña se adentró en la densa selva para...
Los árboles empezaron a temblar, los monos, a chillar, y los pájaros salieron disparados hacia el cielo.
En el corazón del Parque Nacional de Odzala-Kokoua, Selah Abong'o se quedó helada, convencida de que estaba a punto de encontrarse con algo salido de la leyenda: un mokele-mbembe, el mítico dinosaurio del Congo.
En 2003, la joven conservacionista congoleña se adentró en la densa selva para investigar un devastador brote de ébola que había acabado con más de 5000 gorilas occidentales de llanura. Pero aquel día, la epidemia pasó a un segundo plano frente a su desbocada imaginación.
“Era un gran elefante de bosque”, dice riendo. “Aquí no tenemos dinosaurios, aunque es fácil confundir un elefante o un hipopótamo con uno, como me pasó a mí. Entonces era una novata”, explica.
Dos décadas después, la leyenda del mokele-mbembe sigue viva, susurrada en las aldeas y embellecida con cada nuevo “avistamiento”, y Abong'o dice que la deforestación es la causa.
La cuenca del Congo (la segunda selva tropical más grande de la Tierra y uno de sus ecosistemas más vitales) ha perdido 23 millones de hectáreas de bosque desde el encuentro de Abong'o con el supuesto dinosaurio, una superficie comparable a la de todo el Reino Unido.
A medida que los asentamientos humanos se adentran en los hábitats, los encuentros entre la población local y la fauna salvaje son cada vez más frecuentes. Mokele-mbembe ha pasado de ser una obsesión pseudocientífica occidental entre criptozoólogos y defensores del creacionismo a ser una leyenda local africana compartida por quienes conocen su historia desde hace mucho tiempo.
“En los asentamientos más grandes, donde los hábitats están siendo invadidos y la gente no está acostumbrada a ver animales grandes, de repente se encuentran con ellos todo el tiempo”, dice Laura Vlachova, conservacionista checa. “Son estas personas las que me dicen que han visto al mokele-mbembe. Creo que lo que realmente demuestra es cómo el folclore está empezando a reflejar la realidad de un ecosistema cada vez más pequeño”, añade.
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Cuando los mitos se encuentran con la realidad
Según Abong'o, entre los ba'aka (un pueblo que habita en los bosques de la República Centroafricana, la República del Congo, Gabón y Camerún) perduran desde hace siglos las historias del “que detiene los ríos”.
Si la criatura legendaria existe, probablemente resida en el lago Tele, una remota masa de agua rodeada de selva virgen en los pantanos de Likouala. El lago se encuentra dentro de la Reserva Comunitaria del Lago Tele, una prístina extensión de 4400 kilómetros cuadrados donde los estudios de 2006 y 2007 descubrieron la asombrosa cifra de 125 000 gorilas, más que la población mundial total estimada de la especie en aquel momento.
Sin embargo, a pesar de su lejanía, la pérdida de hábitat está aumentando en la zona. Los asentamientos de la región dependen en gran medida de la agricultura de roza y quema, talando parcelas de bosque para cultivar mandioca, cacahuetes, plátanos y maíz. Se talan árboles y arbustos, y la vegetación restante se quema para enriquecer el suelo con cenizas, ofreciendo una fertilidad efímera. Por lo general, en un plazo de dos a cinco años, el suelo vuelve a agotarse, lo que obliga a los agricultores a desbrozar nuevas tierras, perpetuando un ciclo de pesadilla ecológica.
En 2023, el biólogo congoleño Joseph Oyange observó esto de primera mano cuando visitó a una familia en el norte del Congo.
Observó cómo salía humo de dos hectáreas de la selva que habían talado, alterando sin querer el hábitat de los gorilas. Los primates desplazados buscaban comida en los campos por la noche, dejando los cultivos pisoteados por la mañana. Un adolescente, al oír los gritos de los gorilas, dijo más tarde a Oyange que “eran rugidos de mokele-mbembe”.
“A menudo hay cierto grado de verdad en estos mitos, así que no los descarto por completo”, afirma Allard Blom, vicepresidente de programas globales de bosques africanos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). “Pero soy escéptico, y hasta que alguien no me muestra pruebas de un animal parecido a un dinosaurio, no me lo creo. Suele haber un animal real con el que se confunde”.
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El coste de los bosques perdidos
Pero la cuenca del Congo no es sólo una fuente de folclore. Es un ecosistema crucial tanto para las comunidades locales como para el planeta.
Con una extensión sólo superada por el Amazonas, a menudo se la llama el “pulmón de África”. Absorbe 1500 millones de toneladas de CO2 al año, lo que lo convierte en el mayor sumidero de carbono del mundo.
Pero está asediada. La agricultura, la tala de árboles, la minería y el aumento de la población se adentran cada año más en la selva, mientras la corrupción gubernamental da luz verde a la invasión incontrolada. El incesante apetito por la carne de animales silvestres, el avance de la industria y la sombra del cambio climático contribuyen a la destrucción del Congo.
El debilitamiento de la selva tropical, por supuesto, tendrá implicaciones globales. Una de ellas es la creciente proximidad entre los seres humanos y la fauna salvaje, que facilita la transmisión de enfermedades zoonóticas (enfermedades que saltan de los animales a los seres humanos, como la COVID-19, el ébola y la viruela del mono).
“Cuanto más expuestos estemos a los animales salvajes, mayores serán las posibilidades de que estos virus den el salto a la población humana”, afirma Blom. “Es una simple cuestión de estadística”.
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Pero esta dinámica es un arma de doble filo. El “rápido aumento en la cuenca del Congo, impulsado por el comercio”, expone a los gorilas y chimpancés en peligro de extinción a enfermedades, un impacto que su equipo ve claramente a medida que ambas poblaciones siguen disminuyendo año tras año, afirma Gwili Gibbon, responsable de conservación de African Parks.
Los efectos de estas interacciones no son nuevos para Selah Abong'o, que todavía sufre las represalias de haber confundido un elefante de bosque con un mokele-mbembe hace casi 20 años.
“Mis colegas todavía se burlan de mí por eso”, dice con una sonrisa de satisfacción. “Pero cuando pienso en ello ahora, me entristece. La gente sigue confundiendo elefantes y simios con un mokele-mbembe, y eso se debe en gran parte a la deforestación. Las enfermedades zoonóticas, como el ébola, siguen propagándose a medida que la gente invade más la selva. Y el Congo”, hace una pausa, “sigue desapareciendo”.