Melodramáticamente exagerada
Hoy les voy a deleitar con un artículo en falsete sentimental, presumiendo un poco de mi versatilidad literaria. Entiéndanlo como una huida de la actualidad insípida y grisácea, de lo trillado y lo obvio, para detenerme en otras cuestiones más luminosas y efervescentes. Es de esos días en los que me encantaría tener alguna adicción … Continuar leyendo "Melodramáticamente exagerada"
Hoy les voy a deleitar con un artículo en falsete sentimental, presumiendo un poco de mi versatilidad literaria. Entiéndanlo como una huida de la actualidad insípida y grisácea, de lo trillado y lo obvio, para detenerme en otras cuestiones más luminosas y efervescentes. Es de esos días en los que me encantaría tener alguna adicción peligrosa para poder decir que escribí esto bajo sus efectos.
Cuando de jovencita empecé a escribir, -nací con el gusanillo en el estómago-, me llevaba a mi mesa un vasito con un poco de agua. Al terminar alguna frase o párrafo difícil, le daba un sorbo con mucho ímpetu, como celebrándolo. Me imaginaba que era whisky y, por tanto, después de beberlo ponía caras raras porque aquello debía estar muy fuerte y yo siempre he sido muy femenina. No me veía nadie, gracias a Dios, por eso lo hacía.
Igualmente, cogía un lapicero y hacía como si fumara como una posesa, dando caladas de una intensidad levitante. Luego, en la vida real, no fumaba y con media cerveza ya estaba mareada. Qué maravillosa inocencia que he ido perdiendo poco a poco. Sigo escribiendo sin apoyo logístico, a palo seco, como mucho un caramelo sin azúcar. Creo que por eso soy todavía una estupenda escritora desconocida, sin honores de dudosa procedencia, con un virtuosismo que siempre cae en lunes, por decisión de mi adorable jefe desde 2019: Jaime, un periodista con grandes encantos.
Hoy mi idea era escribir sobre la izquierda de salón, un tema trilladísimo que pensaba desenvolver con cierta gracia. Sin embargo, como he empezado a desnudarme con la libertad de una poetisa sin freno ni leyes y, puesto que ya llevo la mitad del texto, lo dejo para otro día. Estoy especialmente sincera, hedonista, facilona, complaciente y achuchable. Hoy no quiero redobles de tambores, ni olor a pólvora ni sordos cañones. Este trabajo no se realiza sólo con el cerebro, si así fuese ya estarían todos ustedes dormidos. Y ahí siguen esperando a que haga más confesiones. Pues sí, las voy a hacer. Sospecho que la ingenuidad no tiene cura. Por eso comprendo bien el éxito de Barbie.
Resulta que mi hijo pequeño ha cumplido dieciocho años. Aunque a efectos prácticos no cambia nada, en mi interior sí ha sido un hecho revolucionario. Ya no tengo menores en casa, ya no hay responsabilidad legal sobre mis hombros, ya no hay que firmar nada en sus nombres; pero hay algo más profundo, al menos yo lo siento así: una especie de liberación de responsabilidades morales, de tener que ser ese ejemplo aparentemente intachable 24/7, de ser ese reloj que siempre funciona sin tener que ir al relojero. Un suspiro profundo de alivio más que merecido marca hoy mi rostro. Es como caminar un poquito más ligera y libre y, puesto que una ha ido haciendo bien los deberes, no estaría mal retomar las naderías de mi tierna juventud.
Quizás pueda volver a lo del vaso sobre la mesa, pero ya sin la inocencia de entonces, sin juegos infantiles. Podría probar a cambiar el agua por otra sustancia más nociva para la salud, pero menos para mi caprichosa pluma sureña. Incluso ahora que está tan mal visto, y puesto que no lo he hecho nunca antes, igual empiezo con algún cigarrillo de esos finos y largos. Una sofisticada calada cuando el pensamiento dude me parece algo espectacularmente atractivo. Mi teatralidad fingida al escribir es, simplemente, maravillosa. Tengo una lista de cosas pendientes por hacer antes de morir, a ver si me da tiempo a hacerlas todas.
No pretendo aparentar un provocativo gusto por el pecado, parecería una confesión melodramáticamente exagerada. Lo que les he querido decir, y espero que quede cristalino como mi nombre, es que llevo toda mi vida cumpliendo obligaciones sociales estándares. Ha estado muy bien y muy probablemente siga con un pie bien asentado en ese cliché, para los caracteres libres y fantasiosos como el mío tiene un doble mérito.
Pero, si alguien me hace una proposición indecente que me convenza, podría aceptarla como los ancianos troyanos juzgaban justa la guerra por su belleza. Ni anciana ni troyana, pero sí propensa a la guerra si trae consigo una bellísima apoteosis. Se derrumban mis fuerzas, tanta confesión me da mucha vergüenza. Contaré los minutos hasta que desaparezca este artículo de portada. Jaime, querido, sé bueno conmigo por una vez.