Leer por leer

Todos somos lectores. Si nos descuidamos, pasamos tiempo, probablemente más del necesario, leyendo y enviando mensajes. En cualquier caso, leemos por motivos de trabajo, por cuestiones administrativas, para enterarnos de lo que pasa en el mundo,...

Ene 26, 2025 - 23:38
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Leer por leer
Todos somos lectores. Si nos descuidamos, pasamos tiempo, probablemente más del necesario, leyendo y enviando mensajes. En cualquier caso, leemos por motivos de trabajo, por cuestiones administrativas, para enterarnos de lo que pasa en el mundo, etc. El profesor lee para poder formar a sus alumnos; estos, lo que les indica el profesor para aprender y superar los exámenes; el investigador, sobre su especialidad... Son lecturas condicionadas por circunstancias muy concretas. Incluso el crítico está muchas veces sometido a las novedades editoriales, a las conmemoraciones y efemérides, lo cual dificulta a menudo la lectura sosegada o supone pérdidas de tiempo con publicaciones carentes de calidad. Para todos, se trata de textos mejores o peores, que suscitan más o menos interés, a cuya lectura obligan las necesidades de cada uno.

Luego está el placer de leer por leer, no sometidos a ninguna necesidad cotidiana, sino al simple deseo de disfrutar leyendo, sea el género que sea: novela, ensayo, historia, teatro, poesía… Aquella publicación que nos recomendó un amigo o un buen librero, pero que no acabamos de encontrar el momento adecuado para afrontar la lectura; un clásico que nos espera quizá desde hace tiempo o incluso la relectura de un texto que nos dejó preciosa huella en su momento. Se trata de una tarea sosegada, con horas por delante, incluso apoyada con papel y lápiz, si es necesario; esa lectura que nos conduce a otros tiempos, a otros lugares y escenarios, a conocer otras costumbres, otras ideas, otros mundos reales o ficticios, a ahondar en el comportamiento humano… Son momentos importantes, enriquecedores, relajantes o impactantes según los temas, pero que han merecido la pena. 

Pienso que muchos guardaremos en la memoria muy vivas las lecturas de los años de infancia y juventud, sobre todo en verano o en las vacaciones navideñas, mientras merendábamos pan con chocolate. La fascinación de las grandes aventuras, cuya lectura no podíamos dejar y que, a veces, causaba pequeños enfados o incomprensiones por parte de los mayores.

Quien no haya pasado por tales trances no sabe lo que se pierde, pero nunca es tarde para experimentarlo. Cuando, en el metro, en el autobús o en desplazamientos en tren, coincido con alguien que está leyendo un libro, sea en el formato que sea, me siento especialmente solidario con este viajero. Si los minutos que a menudo malgastamos con el móvil los dedicáramos a la lectura, todos saldríamos ganando. Me parece que los que dicen que no tienen tiempo para leer se engañan y que es bastante probable que, si algún día disponen de estos minutos que afirman que nunca tuvieron, es bastante probable que tampoco lo empleen en leer. Los hábitos se logran con orden, determinación y constancia.