La paradoja de DeepSeek
Si alguien piensa que este golpe genial va a reducir la emisión de gases de efecto invernadero y va a tumbar la hegemonía de la ciencia capitalista norteamericana está muy equivocado. La entrada La paradoja de DeepSeek se publicó primero en lamarea.com.
Es inevitable sentir cierto regocijo cuando vemos caer a los poderosos. La pérdida de casi 600.000 millones en bolsa de Nvidia provocó un tsunami de burlas en las redes sociales porque DeepSeek, la inteligencia artificial (IA) desarrollada en China, le había pintado la cara a los señores tecnofeudales de Silicon Valley. Estos han gastado cientos de miles de millones de dólares en una tecnología y resulta que lo han hecho todo mal. La cantidad de energía que necesitaba la inteligencia artificial estadounidense era tan gigantesca que las cuentas no salían. Requerían tantísima electricidad para poner en marcha sus procesos que hasta habían empezado a invertir en nuevas formas de producción nuclear. En eso llegó un pequeño laboratorio chino con una nueva fórmula de programación. Como les gusta decir a los matemáticos, se trataba de una fórmula precisa, elegante, simple. Y con ella han dado un vuelco a todo el trabajo que se había hecho en el campo del entrenamiento de las inteligencias artificiales. Gastaron en ello 6 millones de dólares.
Para hacerse una idea del impacto, hay que remitirse a la cifra que el presidente Donald Trump pensaba invertir inicialmente en el proyecto Stargate: 500.000 millones de dólares. ¿Los estadounidenses han quedado como estúpidos? Absolutamente. ¿Es una buena noticia que esta tecnología necesite muchos menos recursos para funcionar y, por lo tanto, gracias a China vaya a tener un impacto medioambiental mucho menor del esperado? En principio, sí. Además, esta nueva inteligencia artificial es de código abierto, lo que quiere decir que todo el mundo puede copiarlo y seguir trabajando en él, ya sea en el MIT o en una modesta universidad africana. Pero no lancemos las campanas al vuelo. Si alguien piensa que este golpe genial va a reducir la emisión de gases de efecto invernadero y va a tumbar la hegemonía de la ciencia capitalista norteamericana está muy equivocado.
La clave la dio hace un par de días Satya Nadella, director ejecutivo de Microsoft, una empresa particularmente eficiente en el capítulo reputacional: su gran gurú, Bill Gates, todavía no ha aparecido chapoteando públicamente en el fango ultraderechista al que sí se han lanzado Mark Zuckerberg, Jeff Bezos o Elon Musk. Pero, al margen de sus formas más comedidas, Microsoft es también un gigante tecnológico de primer nivel y, como todos ellos, está desarrollando su propia inteligencia artificial (la básica, la de andar por casa, se llama Copilot), además de ser uno de los principales inversores de OpenAI (la empresa detrás de ChatGPT).
En resumen, esta gente, que ha conseguido que la mayoría de los ordenadores del mundo funcionen con su deplorable sistema operativo, lo que ya habla muy bien de su habilidad comercial, es muy, muy lista. Su CEO, tras elogiar ampliamente los descubrimientos realizados por DeepSeek, emitió el que quizás sea el juicio más agudo realizado tras el terremoto provocado por la inteligencia artificial china: «¡La paradoja de Jevons ataca de nuevo! A medida que la IA se vuelva más eficiente y accesible, veremos que su uso se disparará y se convertirá en un producto del que no nos cansaremos».
La paradoja de Jevons, por si alguien todavía no la conoce, plantea que a medida que la tecnología avanza y se hace más eficiente en el uso de un recurso, como el carbón o la electricidad, en lugar de reducir el uso total de ese recurso, a menudo lleva a un aumento en su consumo. Es decir, que si los coches, por medio de la investigación, lograran consumir menos gasolina (como de hecho han logrado), se fabricarán más coches eficientes y la suma de todos ellos resultará en un mayor consumo de gasolina (como de hecho ha ocurrido). O piensen, por ejemplo, en los invernaderos. Así lo explicaba Ramón J. Breña en una entrevista en La Marea: «El riego por goteo en Murcia o Almería no ha reducido el consumo de agua, porque la consecuencia es poner en explotación más hectáreas».
Lo que DeepSeek ha conseguido es gastar muchísima menos energía a la hora de entrenar a la inteligencia artificial. Este entrenamiento se lleva a cabo a través de lo que llaman «cadenas de razonamiento». Por explicarlo de forma sencilla, cuando OpenAI inicia una cadena de razonamiento, necesita encender todas las luces de un rascacielos. DeepSeek, en cambio, enciende la de una sola habitación y, cuando llega a una solución, recoge la información, apaga esa luz y se dispone a encender la siguiente. Mientras los americanos matan moscas a cañonazos apuntando indiscriminadamente a todas partes, los chinos encierran a las moscas en una habitación y se trasladan plácidamente a la contigua. Lo llaman «implementación modular». Lo dicho: preciso, elegante, simple. El conflicto entre ambas formas de trabajar es tan expresivo que se puede hablar casi de un choque de cosmovisiones: la del opulento y ruidoso Occidente contra la del humilde y tenaz Oriente.
Las luces de estas habitaciones son los famosos semiconductores de Nvidia, esos que se pegaron el leñazo más estrepitoso en la historia de las bolsas de valores. Son tan importantes que Estados Unidos (un país liberal sólo de boquilla) prohibió su importación a China hace tiempo. Sin embargo, para cuando decidieron hacerlo, Pekín ya había comprado unos cuantos, muy pocos, pero suficientes para poner en marcha DeepSeek.
Consecuencias del salto tecnológico
¿El batacazo de Nvidia implica el fin de la producción de semiconductores tal y como la conocíamos? Pues si nos atenemos a la paradoja de Jevons, no. Todo lo contrario. El código de DeepSeek, al ser abierto (eso sí que es liberal), ya está en manos de OpenAI, de Anthropic, de Cohere, de Mistral AI, de Google Deepmind y de las miles de startups que hoy en día trabajan en inteligencia artificial. Van a cambiar sus procesos, haciéndolos más eficientes, pero van a seguir necesitando los semiconductores, cada vez en mayor número, para llevar la IA cada vez más lejos, a más áreas laborales, a más desarrollos tecnológicos, hasta que TODO EL MUNDO la utilice para ABSOLUTAMENTE TODO. No gastaremos menos energía sino más.
En consecuencia, esta masificación del uso de la IA acelerará los cambios sociales en los que ya estamos inmersos. Si el trabajo de ilustradores, traductores, periodistas, dobladores o programadores informáticos ya valía poco, ahora puede llegar a no valer prácticamente nada… más pronto de lo que creíamos. El desarrollo de esta tecnología es tan rápido que los poderes públicos, lógicamente, no saben todavía cómo regularla de forma eficiente (si es que eso puede hacerse en la era del turbocapitalismo). El pasado martes, por ejemplo, el Ministerio de Cultura retiró su real decreto de licencias para la IA a la espera de tener un diálogo con el sector cultural. Los creadores están viendo cómo las grandes tecnológicas están amasando beneficios millonarios después de robar su trabajo para entrenar a sus inteligencias artificiales. Y los creadores culturales son sólo una parte del problema. En realidad, todo el mundo está en riesgo, salvo quizás los trabajadores del primer sector y los del sector servicios. Y puede que ni siquiera ellos; el futuro nos puede deparar sorpresas que hoy no podemos ni imaginar.
Por todo ello, habría que celebrar con cierta cautela la primera victoria del bloque del Este en esta nueva guerra fría. Ver al gigante americano por los suelos, sobre todo ahora que se presenta más engorilado que nunca, es muy tentador. Pero después de las primeras risas quizás deberíamos preguntarnos hacia dónde nos conduce todo esto. Preguntárnoslo nosotros y nosotras, con nuestras humanas y frágiles inteligencias, sin recurrir a ningún aparato expendedor de respuestas rápidas. Como decía el filósofo Norbert Bilbeny en una reciente entrevista, «la tecnología es el campo de las respuestas, pero cada vez cuesta más hacerse preguntas».
La entrada La paradoja de DeepSeek se publicó primero en lamarea.com.