La mujer del año

Para muchos, la persona del año es Gisèle Pelicot, la heroína que consiguió que la vergüenza cambiara de bando. Esperemos que el juicio en Francia sea un punto de inflexión jurídico. La entrada La mujer del año se publicó primero en Ethic.

Ene 31, 2025 - 02:05
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La mujer del año

Todo apunta a que en España la persona del año que ha acabado, como la del que va a empezar, es Franco. Por aciertos y desatinos de unos y otros, continuamos mirando al pasado. Pero ¿y en el resto del mundo? Quizá para la revista Time el hombre del año es Donald Trump, pero, para muchos, la persona del año es Gisèle Pelicot, la víctima de violaciones de 51 hombres, incluyendo su marido, durante cinco décadas, la heroína que consiguió que la vergüenza cambiara de bando.

A diferencia de Trump, del que no pararemos de hablar este 2025, a Gisèle Pelicot la olvidaremos fácilmente. Pero no deberíamos. El de Pelicot ha sido el caso judicial más relevante. No del año, sino de la década. Ha habido juicios más mediáticos. Ha habido víctimas más escabrosas. Asesinos espeluznantes. Pero, con todo su horror, esos han sido crímenes individuales y puntales. Los cometidos contra Gisèle Pelicot han sido colectivos y continuados en el tiempo. Años de horror en los que participaron docenas de hombres, de todas las edades (había acusados de 26 años y otros de 74) y de toda condición social (de trabajadores manuales a profesionales liberales). A algunos de ellos, cuando el juez les preguntó si se habían planteado el consentimiento por parte de la víctima, contestaron que nunca se habían planteado esa cuestión.

Frente a ese horror, frente a esa ausencia de empatía y de la humanidad más básica, se levanta la figura valiente y digna de Pelicot, que se negó a ser una víctima oculta y silenciosa y alzó la voz. La suya es pues una historia de heroicidad, pero también de advertencia a la sociedad de que con el heroísmo no basta. De que es necesario cambiar reglas sociales y normas legales.

Gisèle Pelicot se negó a ser una víctima oculta y silenciosa y alzó la voz

El juicio de Pelicot fue un poco un juicio a toda la sociedad francesa, pero también internacional; a la mitad masculina, sobre todo, pero a toda la población en su conjunto. Nos ha puesto frente al espejo de dos realidades que, en una sociedad hiperindividualista y orientada a la satisfacción (legítima muchas veces) de los placeres, han ganado peso. Por un lado, la sumisión química, y todas las abominaciones que puede facilitar. Y, por el otro, la instrumentalización de los demás, la apropiación de otro cuerpo, la cosificación brutal de la mujer. El caso destila muchas patologías: la psicopatía del buen vecino que esconde a un manipulador, el maquiavelismo del amigo que persigue su oscuro interés. El caso invita a reflexionar porque, en contraste con los malos habituales de los true crime, como algunos asesinos en serie, el señor Pelicot y su tropa de cómplices no son monstruos aislados de la sociedad, que padecen obvias enfermedades mentales o un tumor en el hipocampo. Son, o mejor dicho, parecían, personas normales. ¿Cómo fue posible que hicieran lo que hicieron durante tanto tiempo?

Esperemos que el juicio sea un punto de inflexión jurídico. Francia, aunque en otros países la situación es similar, padece un problema descomunal: se calcula que solo un 6% de las víctimas de violación, intentos de violación o agresión sexual denuncian a la policía. Una de las razones de fondo es que la ley francesa, a diferencia de la española actual, no incluye referencia explícita al consentimiento. Para un magistrado francés, la violación solo es producto de la violencia, de la coerción, de la amenaza o de la sorpresa. Francia debe utilizar la ventana de oportunidad de este caso para seguir los pasos de Alemania, Reino Unido, y, claro está, de las dos naciones pioneras: Suecia y España. Naciones ambas donde queda mucho trecho por recorrer, como testimonian las declaraciones que hemos oído del juicio a Íñigo Errejón, del todo descorazonadoras para las mujeres que se atreven a dar el siempre difícil paso de denunciar.

Habiendo seguido de cerca el debate en estos dos países, puedo adivinar qué sucederá en Francia cuando se plantee la necesidad de incorporar el consentimiento explícito, el Sólo Sí Es Sí, en la legislación. El arco del debate político empezará con la derecha criticando la iniciativa, incluso mofándose (¿tendremos que firmar con boli y papel, delante de notario?), y con la izquierda escindida entre, por un lado, los auténticos promotores de la reforma y, por el otro, los que priorizan arañar votos en guerras culturales estériles a los derechos de las mujeres. Pero esos obstáculos pasarán y Francia podrá dotarse de una mejor legislación. No será un remedio suficiente, pero sí necesario. Y todo gracias a Gisèle Pelicot.

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