Escaramuzas
Donald Trump está enfermo, y de lo mismo que hace casi cuatro años decíamos aquí que de presidente López Obrador, que sufría de la “tríada oscura”: narcisismo, maquiavelismo y sicopatía.
Como López Obrador, Trump está enfermo, y de lo mismo. Hace casi cuatro años decíamos aquí que el presidente sufría de la “tríada oscura”: narcisismo, maquiavelismo y sicopatía. Una elevada opinión de sí mismo (a nivel patológico), la ausencia de cualquier límite en la búsqueda de sus objetivos, y la falta total de empatía. Cuando esto ocurre con un político, se transforma en megalomanía, la búsqueda del máximo poder posible.
Por esa razón, López Obrador sacrificó al país en aras de acumular todo el poder en su persona, destruyendo la gestión pública, la economía, la democracia, y la Constitución que hoy celebramos aunque haya dejado de existir. Donald Trump, por su parte, tiene la necesidad de demostrar que es la persona más inteligente de la historia, el presidente más valeroso de su país, capaz de doblar a cualquier adversario.
Para lograr sus objetivos, ambos tienen que responder a sus votantes. El de acá lo hizo desviando los recursos públicos a la compra de votos; el de allá tiene que demostrar que está enfrentando los temas que sus votantes consideraron relevantes: migración y seguridad.
Por otra parte, los políticos buscan el poder no sólo porque tienen la necesidad sicológica, sino para acumular riquezas. Del caso mexicano ya sabe usted la fortuna que han obtenido amigos y parientes; en el caso de Trump, es también a nivel patológico. Entre su victoria y asunción, creó una moneda virtual, con la que embaucó a millares, y luego la reemplazó con una nueva con el nombre de su esposa. Miles de millones de dólares en esa simple acción fraudulenta.
Bueno, para entender cualquier decisión de Trump hay que tener estas referencias acerca de su personalidad. Por eso se debe tener cuidado con las amenazas comerciales, que son producto de su desmedido amor a sí mismo. Esas amenazas le sirvieron en su primer gobierno para doblar a López, por ejemplo, o ahora para doblar a Petro. Pero no pueden servir para todo, y menos cuando se elevan a un nivel que provocaría la destrucción de la industria estadounidense, totalmente imbricada con la canadiense y la mexicana.
Creo que Claudia Sheinbaum administró el drama del fin de semana de mejor manera que Justin Trudeau, aunque hay que considerar que en el caso de Canadá, la excusa de migración y narcotráfico es ridícula. En nuestro caso, la acusación expresa de colaboración del gobierno con el crimen organizado es lo que resulta más relevante. Posponer aranceles a cambio de un acto simbólico (10 mil elementos militares en frontera) no está mal. Pero lo que queda pendiente no está fácil.
Creo que el objetivo principal de Donald Trump es posicionar exitosamente a Estados Unidos en un mundo que ya no será unipolar. Parte de la idea de que habrá dos o tres polos en las siguientes décadas, y quiere que el suyo incluya todo el hemisferio occidental. Que Europa se haga cargo de Ucrania, y lo de Taiwán luego se verá. Él quiere Groenlandia, y quiere expulsar a China de América. Ya logró que el Canal de Panamá deje su alianza con la iniciativa expansionista china (Belt and Road), y no dudo que pronto presione a Perú por el puerto de Chancay. La caída de demanda china por materias primas ayudará a Trump en esto.
En esa lógica, no le conviene destruir a sus vecinos, pero su personalidad le exige obligarlos a actuar de forma subordinada. No sé qué más busque de Canadá además de humillar a Trudeau, pero en el caso de México, está claro que no es sólo China el adversario. Más importante aún es el crimen organizado. Y sí, su alianza con el gobierno.
El tema no será económico, pues. Reitero lo escrito aquí el miércoles pasado: es ahora o nunca.