El crimen de Dian Fossey: 40 años de misterio y la historia real de “Gorilas en la niebla”
La vida y extraña muerte de la zoóloga que luchó por proteger a los gorilas de montaña y que inspiró el clásico film
En la mañana del 27 de diciembre de 1985, cerca de las siete, tres trabajadores del Centro de Investigación Karisoke, en Ruanda, hicieron un hallazgo aterrador. Dian Fossey, la reconocida zoóloga que había dedicado su vida al estudio y cuidado de los gorilas, y directora del centro, apareció muerta en su habitación. Cuando el médico forense llegó al lugar, la escena del crimen lo dejó sin palabras. El ataque había sido tan brutal y preciso que ni siquiera consideró necesaria una autopsia. Estaba claro que quienquiera que la hubiese asesinado, no era un improvisado y Fossey tenía muchos enemigos. Su vida y su trágico final inspiraron la icónica película Gorilas en la niebla, protagonizada por Sigourney Weaver. Casi 40 años después, su asesinato sigue siendo un enigma: ¿Quién la mató… y por qué?
Quién era Dian Fossey
Dian Fossey nació el 16 de enero de 1932. Luego de estudiar Terapia Ocupacional en la Universidad Estatal de San José, en California, trabajó en varios hospitales atendiendo a enfermos de tuberculosis, y luego la contrataron en un centro para niños con discapacidad en Louisville, Kentucky. Movida por su amor a los caballos, se instaló en una granja. Y fue entonces cuando empezó a pensar en hacer realidad un sueño que llevaba tiempo rondando su cabeza: conocer África. Su fascinación nació tras leer los estudios de George Schaller, un renombrado zoólogo estadounidense que había pasado años observando a los gorilas en su hábitat natural.
Inspirada en esa investigación y ansiosa por conocer de cerca la vida salvaje del continente, en 1963, con 31 años tomó una decisión que cambiaría el rumbo de su vida: juntó todos sus ahorros, pidió un préstamo en el banco y emprendió un viaje a África.
Sin imaginarlo, aquel viaje se convertiría en una misión de por vida. Recorrió Kenia, Tanzania, Zaire (hoy República Democrática del Congo) y Zimbabue. En su travesía, conoció al paleontólogo Louis Leakey, quien le hizo ver que para entender la evolución humana, era fundamental estudiar a los grandes simios. Fossey quedó marcada por esa idea.
“Creo que fue en ese momento cuando se plantó en mi cabeza, aunque fuera de manera inconsciente, la semilla de que algún día regresaría a África para estudiar a los gorilas de las montañas”, explicó mucho después la propia Fossey en su libro “Gorilas en la niebla”.
De vuelta en Estados Unidos, retomó su trabajo, pero África seguía en su mente. Tres años después, Leakey la contactó con una propuesta irresistible: liderar un estudio sobre los gorilas de montaña. Para el paleontólogo, Fossey era la candidata ideal, una mujer soltera, sin ataduras ni formación científica, era más tenaz, observadora y mejor aceptada por los nativos.
El centro de Investigación Karisoke
Así fue que Fossey regresó a África. Primero, trabajó un tiempo en las montañas del Congo, donde se encontraban las mayores poblaciones de gorilas registradas; aunque su estadía allí fue breve, la inestabilidad política en la región la obligó a abandonar el lugar y trasladarse al país vecino de Ruanda.
“No sabía entonces que al instalar dos pequeñas tiendas de campaña en el desierto de Virunga había puesto en marcha lo que se convertiría en una estación de investigación de renombre internacional que con el tiempo sería utilizada por estudiantes y científicos de muchos países”, dijo Fossey en su libro “Gorilas en la niebla”.
En 1967, cuando llegó a Ruanda, estableció su campamento en las montañas de Virunga, en pleno corazón del bosque. Su base consistía en dos modestas tiendas de campaña, rodeadas por la imponente presencia de los volcanes extintos Karisimbi y Bisoke. Inspirada en ellos, decidió combinar sus nombres y bautizó el lugar como Karisoke Research Center.
En Karisoke las condiciones de vida eran duras y durante su investigación Fossey debió enfrentar varios desafíos. Además de que los recursos escaseaban -la comida consistía en latas y patatas- y que el único espacio personal del que Fossey disponía era una tienda de campaña de dos por tres metros que le servía de dormitorio, cuarto de baño, oficina y lavandería; surgió la cuestión de la comunicación. Un tema no menor.
Al comienzo, contó con la ayuda de una amiga que actuaba como intérprete, pero cuando esta se marchó, Fossey quedó sola con los trabajadores ruandeses, quienes solo hablaban kinyarwanda, mientras que ella apenas dominaba el suajili. Sin otra opción, aprendieron a entenderse a través de gestos, expresiones faciales y mucha paciencia. Pero su mayor reto no fueron las personas, sino los gorilas. Si quería estudiarlos, debía ganarse su confianza y lograr que perdieran su miedo natural a los humanos.
Para lograrlo Fossey se basó en los estudios de George Schaller, un zoólogo que había documentado técnicas para acercarse a los gorilas en su libro The Mountain Gorilla. Usando sus métodos, y añadiendo sus propias observaciones, descubrió que imitar el comportamiento de los gorilas era clave para que la aceptaran.
Se movía como ellos, caminando sobre los nudillos en lugar de erguida, y evitaba hacer movimientos bruscos. También masticaba apio cerca de los grupos, despertando su curiosidad y ayudándolos a sentirse cómodos con su presencia. Poco a poco, los gorilas dejaron de temerle. En 1968, logró habituar a cuatro grupos de gorilas, un avance revolucionario en su investigación.
Ese mismo año, National Geographic envió al fotógrafo Bob Campbell para documentar su trabajo. Aunque al principio, Fossey veía su presencia como una molestia, con el tiempo se hicieron grandes amigos. Las fotografías de Campbell, mostrando a Fossey conviviendo con los gorilas, dieron la vuelta al mundo y la percepción de estos animales cambió para siempre: dejaron de ser vistos como bestias agresivas y comenzaron a ser comprendidos como seres pacíficos e inteligentes.
El impacto fue inmediato. Fossey se convirtió en una figura mundial y, lo más importante, la crisis de los gorilas de montaña empezó a captar la atención global.
En esa época, la caza furtiva de los gorilas en Ruanda aumentaba de manera alarmante. Los cazadores sobornaban a los guardias para entrar a las reservas, colocando trampas destinadas a búfalos y antílopes. Pero los gorilas también caían en ellas, y terminaban mutilados o asesinados. Fossey no se quedó de brazos cruzados y hacía todo lo que estuviera a su alcance para detener la caza: quemaba trampas, marcaba el ganado con aerosol y aterrorizaba a los cazadores usando máscaras. Su lucha fue tan radical que le hizo ganar varios enemigos en la población local que creían que practicaba la magia negra para proteger a los primates.
Además, se graduó en Zoología en la Universidad de Cambridge, lo que le dio más confianza en sí misma. Durante su paso por la universidad, conoció a varios estudiantes que luego llevó a Ruanda para seguir investigando a los gorilas. Para muchos, trabajar con Fossey era un sueño, y uno de ellos fue Wayne McGuire.
Digit, un gorila especial
Durante sus años de investigación Fossey desarrolló lazos muy fuertes con algunos de los gorilas, pero hubo uno que fue especial: Digit.
Fossey lo conoció en 1967, cuando tenía unos cinco años, y lo llamó Digit por un dedo dañado en su mano derecha. Pertenecía al Grupo de estudio 4 y era un gorila curioso y solitario, sin compañeros de su edad. Esto lo llevó a acercarse a Fossey, y con el tiempo, dejó de ser solo un sujeto de estudio para convertirse en un amigo.
Pero Digit tuvo un final trágico. El 31 de diciembre de 1977 fue asesinado brutalmente por cazadores mientras protegía a su grupo. Lo acuchillaron, le cortaron la cabeza y las manos. A esta muerte la siguieron las de varios gorilas más. Fossey quedó devastada y su tristeza se convirtió en furia.
Aprovechó que Digit no había sido un gorila cualquiera, sino que había sido el rostro de National Geographic fotografiado por Bob Campbell, especialista en Vida Silvestre para la revista, y también se lo veía en carteles turísticos de todo el mundo. Fossey decidió usar su fama y trágica muerte para llamar la atención sobre la caza furtiva. Creó el “Fondo Digit” para financiar su lucha contra la caza ilegal. Así, lo que había comenzado como una misión científica se transformó en una guerra personal y Fossey se convirtió en un símbolo de la conservación y el feminismo.
Además, comenzó a escribir su famoso libro Gorilas en la niebla, que se publicó en 1983, donde narró su vida junto a los gorilas y la urgencia de protegerlos. Su obra inspiró la película homónima, protagonizada por Sigourney Weaver.
El asesinato: un crimen sin respuestas
Después del asesinato de Digit, la lucha de Fossey se volvió obsesiva. El dolor la endureció, la aisló y la hizo aún más implacable. Sus enfrentamientos con los cazadores furtivos eran cada vez más agresivos, y su relación con el personal de Karisoke se volvió tensa y conflictiva. Estaba sola en su guerra. El 27 de diciembre de 1985, la tensión alcanzó su punto máximo. Una semana antes, Fossey había intentado renovar su pasaporte, pero la Oficina de Turismo de Ruanda se lo negó. Sin embargo, gracias a un amigo en el gobierno, logró extenderlo dos años más. Lo que parecía un simple trámite terminaría marcando su destino de forma irreversible.
Aquella mañana, cerca de las siete de la mañana, McGuire y dos empleados del centro entraron en la cabaña de Fossey. Encontraron el lugar revuelto: mesas volcadas, papeles tirados y muebles bloqueando la entrada. Cuando llegaron a la habitación, se encontraron a Fossey tirada en el suelo, junto a su cama. Al principio, pensaron que había sufrido un infarto. Faltaban pocas semanas para que cumpliera 54 años. Pero al acercarse, vieron la sangre en su cabello y rostro. Fossey tenía dos cortes profundos, uno en la cara y otro en la parte posterior de la cabeza. Junto a ella, un machete ensangrentado y una pistola con un cartucho equivocado: había intentado defenderse, pero falló. Costaba entender cómo la mujer que había desafiado a cazadores, gobiernos y supersticiones, había sido asesinada en su propio refugio.
Las teorías sobre su muerte no tardaron en aparecer. Todo indicaba venganza, y Fossey tenía enemigos de sobra. Sin embargo, la investigación fue apresurada y llena de irregularidades. El gobierno ruandés tenía prisa por cerrar el caso.
Aunque al principio se consideró un robo, la hipótesis se cayó rápidamente: no faltaban dinero ni objetos de valor. Una vez descartado el asalto como motivo, las autoridades arrestaron a todos los trabajadores de la fundación. Finalmente, la culpa recayó sobre su asistente, Wayne McGuire, y un rastreador local, Emmanuel Rwelekana. McGuire logró huir, Rwelekana fue encarcelado y poco después apareció muerto en su celda en circunstancias sospechosas. Caso cerrado. O al menos, eso quisieron hacer creer.
Al tiempo, apareció un dato inquietante. En una carta que había sido ignorada por la policía, Fossey había revelado que había descubierto una red de contrabando de oro en la región. Entonces: ¿había tocado intereses demasiado poderosos? ¿Fue su activismo la causa de su muerte o se había cruzado con una mafia aún más peligrosa?
Durante la guerra civil de Ruanda, los archivos del caso fueron destruidos. Muy probablemente nunca se sabrá toda la verdad. Pero lo que sí es seguro, es que su sacrificio no habrá sido en vano. Su trabajo revolucionó la conservación de los gorilas de montaña e inspiró a nuevas generaciones de científicos y activistas a protegerlos.
El cuerpo de Fossey descansa detrás de su cabaña, junto a Digit y otros gorilas que protegió. Los únicos que nunca la traicionaron.
“Cuando entiendes el valor de la vida, dejas de mirar al pasado y te enfocas en proteger el futuro”, dijo Fossey en “Gorilas en la niebla”.
Según datos de la UNESCO, la población de los gorilas de montaña aumentó de 620 individuos en 1998 a 1.063 en la actualidad. Ese crecimiento permitió que, en 2018, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en su Lista Roja de Especies Amenazadas, cambiara la clasificación de los gorilas de montaña de “en peligro crítico” a “en peligro”.