Paul Celan dio acuñación de lápida a su propia biografía, con remache de suicidio, en un verso acendrado: «un vuelo de heridas». Ahí está su propia vida, y en su propia vida está el dolor largo y en pie, incalculable, incluso metafísico, de tantos que padecieron hasta la muerte en Auschwitz, y en otros campos de concentración, como sus propios padres. En su vida, y, naturalmente, en su obra, que no es ámbito distinto, y bebe amarguras de la primera. Celan malvivió en un campo de trabajo en Moldavia. Ahí recibió la noticia de su orfandad completa. Tras la liberación, recaló en Bucarest, luego en Viena, y finalmente en París, donde se agregó al censo eterno de suicidas arrojándose al...
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