Vampiro, un cuento de Andrés Botero

Imagen de portada: ‘Vampire’, de Edvard Munch (1895). ¿Qué es hoy la literatura realista? ¿Qué es hoy la literatura fantástica? En la Escuela de Imaginadores siempre hemos tenido el convencimiento de que los géneros son porosos, beben unos de otros, y sus fronteras no son más que membranas permeables. Y cuando nuestra realidad líquida, proteica,... Leer más La entrada Vampiro, un cuento de Andrés Botero aparece primero en Zenda.

Jan 20, 2025 - 07:25
Vampiro, un cuento de Andrés Botero

Imagen de portada: ‘Vampire’, de Edvard Munch (1895).

¿Qué es hoy la literatura realista? ¿Qué es hoy la literatura fantástica? En la Escuela de Imaginadores siempre hemos tenido el convencimiento de que los géneros son porosos, beben unos de otros, y sus fronteras no son más que membranas permeables. Y cuando nuestra realidad líquida, proteica, multifacética, se acerca por igual al futurismo que a la distopía, cuando los tópicos de lo fantástico han sido asimilados, y cuando entendemos que la metáfora llega tan lejos como el relato, ¿tiene sentido seguir leyendo bajo las etiquetas?

Nuestro cuento de este mes para Zenda viene a demostrar todo esto. Su autor, el imaginador Andrés Botero, es diseñador estratégico, o diseñador de producto, o metadiseñador para una entidad financiera, está por lo tanto interesado en el diseño especulativo y en la design-fiction. Y con su «Vampiro» ha confeccionado la incógnita perfecta: ¿de verdad nos habla del monstruo que creemos que nos está hablando, o más bien de todo lo contrario?

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Vampiro

Los dientes penetraron en la piel de terciopelo. Mordieron y desgarraron la carne mientras brotaba el líquido carmesí como un nacimiento de agua tras una roca. Los ojos extasiados, las pupilas dilatadas, el brillo de la locura en el iris. La sonrisa satisfecha de quien bebe de una copa prohibida. Y de mi lado, miedo. Sentí miedo en ese instante. Mi cuerpo petrificado y el corazón palpitante al son de la música electrónica industrial que sonaba de fondo desde una cabina sin DJ. Miraba a través de las lágrimas con la cara hecha una mueca. Quería salir corriendo, pero no lograba moverme. En eso que unos ojos me miraron y dijeron esas palabras que me rompieron para siempre.

—Tú —dijo la voz a medio tragar—. ¿Es que no vas a unirte?

*

Nos han contado muchas cosas sobre los vampiros. Han dicho que son galanes masculinos de pelo engominado y elegante envoltura. Hombres de deseo desbordante y hambre irrefrenable que son capaces de desangrar a una doncella en un acto tan violento como erótico. Seres de mirada penetrante, malévola, muertos andantes de tez pálida. Sin embargo, si por alguna fortuita razón una noche te cruzas con uno en el club Babylon, justo después de las doce, cuando la luz negra se enciende y hace resplandecer las prendas blancas, que sepas que nada de lo que hemos escuchado es verdad.

Los vampiros son maricones de piel cerámica y aterciopelada y candentes ojos ámbar que brillan bajo la luz de la disco. Son reinas de la noche, tan ansiadas de conexión como cualquiera en un club de estos. Seres que no muerden sin permiso y que simplemente quieren disfrutar del cuerpo y la sangre de un polluelo imberbe en la oscuridad de pasillos y rincones.

Le conocí esa noche que me vi obligado a ir al club arrastrado por un colega del trabajo.

—Te va a flipar —dijo Martin según salimos del metro, frotando las manos con entusiasmo.

Martin había conseguido una invitación después de intentarlo muchas veces. El club Babylon era misterioso. Solía abrir únicamente tres días y nunca en fin de semana. Se hacía siempre una cola que nunca menguaba. La mayoría eran rechazados en la puerta, tras ser escaneados de arriba a abajo por los guardias. Él lo había intentado muchas veces, pero una vez en la puerta le negaban la entrada después de horas esperando. Muchos decían haber estado dentro, pero pocos decían la verdad. No se sabía muy bien en qué basaban la decisión para dejarte entrar. Algunos decían que era la ropa, el estilo, la belleza, la edad. En la cola había gente de todo tipo, gente pretendiendo ser alguien que no eran, por si acaso eso les procuraba el acceso. Pocos entraban. Sin embargo, había gente asidua. Socios. Martin los veía entrar directamente al club sin pasar por la cola. Hombres todos, delgados, desgarbados, con la piel resplandeciente e hidratada. Solían entrar de uno en uno, con la mirada gacha, como si no se conocieran a pesar de ir al Babylon a menudo.

Salimos hacia una avenida abarrotada de gente y andamos unos minutos cuesta arriba hasta que Martin señaló a la izquierda y giramos por un callejón habitado por charcos, memoria de la intensa lluvia que había caído esa tarde. Las calles no parecían llevar a ningún sitio interesante y, sin embargo, caminábamos junto a otras personas que, por su aspecto, era fácil adivinar que iban también a probar suerte en la cola.

—¿Pero por qué tanta obsesión con este sitio? —dije mirando a Martin de soslayo.

—Esta noche lo sabremos —respondió enseñándome la pulsera bicolor que llevaba en la muñeca derecha—. ¡Por fin, joder! Lo que me ha costado esto. —Me miró de nuevo—. Gracias por venir, tío —me dijo otra vez poniendo las manos en señal de agradecimiento.

No sé lo que habría hecho para conseguir esa pulsera, pero sé que si no le hubiera acompañado no habría servido de nada. La invitación era para dos, y tenían que venir dos.

El club Babylon se alzaba ante nosotros como un templo pagano, una estructura imponente de ladrillo negro y neón rojo que palpitaba al ritmo de la música que se escapaba por sus rendijas. La cola serpenteaba calle abajo, un desfile de cuerpos ansiosos y miradas expectantes. Martin me arrastró hacia la entrada, pasando de largo la fila interminable. Los guardias, corpulentos y vestidos de negro, nos escrutaron con ojos fríos. Martin les mostró la pulsera y, tras un breve asentimiento, nos dejaron pasar.

Dentro olía a sudor y sexo. Habíamos descendido unas escaleras empinadas y estrechas que de pronto se retorcieron como un caracol, para entrar a una amplia bóveda. Probablemente una antigua bodega donde maduraban licor, pensé. Para decepción de Martin apenas había mujeres. En su mayoría eran hombres de varias edades que bailaban en la pista muy pegados unos a otros, o que bebían y fumaban recostados en la pared, o apoyados en mesas redondas y altas cerca de la barra. Por lo que me había contado Martin de camino, se decía que en ese lugar no había reglas. Que dentro se podían vivir fantasías, desatar deseos reprimidos. Algunas personas iban desnudas por la bóveda. A pesar de la baja luz que apenas permitía ver las siluetas de la multitud, supe, por los ruidos y gemidos, que estaban pasando muchas cosas a mi alrededor.

Martin vio una de las pocas chicas que andaban por el club y se fue tras ella. Pásalo bien, te veo en un rato, fue lo único que me dijo y se perdió entre los cuerpos. No le volví a ver. Hacía mucho calor, así que me quité la sobrecamisa que llevaba y me sequé el sudor de la frente con el antebrazo.

*

Unos minutos después de la medianoche, la música electrónica hacía retumbar las paredes de aquel abovedado lugar. Los cuerpos se retorcían en la penumbra, acariciados al son de la música por rayos de luz neón que incidían diagonalmente desde la cabina del DJ. Entre esos cuerpos estaba yo, contorneándome al ritmo del bit y en la cadencia del roce de los demás cuerpos cuando sentí una pequeña descarga eléctrica. El cosquilleo me recorrió como dos dedos caminando espalda arriba. La sensación electrizante se perpetuó varios segundos y fue como si el tiempo se hubiese detenido. Giré la cabeza en un reflejo inconsciente, instintivo, buscando el origen de tal conmoción y con el brazo estirado logré rozar sus dedos. El vampiro no se giró a mirarme, pero pude percibir movimiento en el rabillo de su ojo.

Se movía con el balanceo de un modelo en una pasarela, sus hombros se alternaban, sus caderas bailaban de lado a lado con la gracia de una marioneta suspendida y sus pies se desplazaban como pinceles sobre un lienzo. Se acercó a la barra con la elegancia de un felino y cruzó unas palabras con uno de los camareros. Este le preparó una copa mientras le sonreía con todos los dientes. El vampiro, que apenas le miró, agitó su melena y copa en mano se volvió a la pista.

Me acerqué de inmediato a la barra. Me coloqué delante del camarero esperando a hacer contacto visual con él, pero seguía despachando bebidas a mi alrededor como si yo no existiera.

—Perdona —dije con esfuerzo porque mi voz sonara audible—, ponme lo mismo que al rubio.

El camarero entendió enseguida a quien me refería porque se detuvo en seco y me miró.

—¿Le conoces? —Se dio la vuelta y cogió una botella verde y sucia de la estantería.

—No, vi lo que le pusiste y me apetece probar. ¿Quién es? —dije fingiendo inocencia.

—No te conviene, hijo.

No entendí por qué me hablaba así, yo era claramente mayor que él. Tomó la copa y le marcó el borde con algo que parecía azúcar después de bañarla en un líquido viscoso. Empezó a verter la mezcla de la coctelera despacio.

—Disfruta de la noche y vete a tu casa al amanecer, corazón. Cuéntale a la gente lo que quieras que pasa aquí, pero no vuelvas. —Me tendió la copa de líquido oscuro y me miró fijamente—. A esta copa estás invitado.

Me di media vuelta un poco molesto y busqué al rubio con la mirada. Anduve pegado a la pared, escudriñando la masa de gente hasta que vi un reflejo de luz en ese pelo rubio y largo.  Estaba junto al escenario bebiendo de su copa, con los ojos cerrados y siguiendo la música con el bamboleo de su cabeza. Le imité y me llevé la copa a la boca. El sabor dulce y metálico del cocktail me pilló por sorpresa. No era lo que esperaba y puse cara de asco. Cuando volví a mirar hacia el escenario, me encontré con sus ojos ámbar que brillaban. Nos separaban unos diez metros, pero me miraba sin pestañear desde allí. Entonces se acercó rápidamente a la pared perpendicular al escenario y desapareció en ella. Recorrí los metros que quedaban y dejé la copa en una de las mesas altas y redondas. Me pegué a la pared por la que le había visto desaparecer y estiré la mano. Esta se hundió como si atravesara una membrana. Mi cuerpo se introdujo sin resistencia cómo una aguja muy fina que se clava en la piel. Y al otro lado vi un pasillo largo que descendía levemente sin aparente fin. Miré hacia atrás sin entender qué había pasado y solo vi la pared. Al tocarla sentí de nuevo la textura suave de una piel blanda.

Caminé por el pasillo. No se veía a nadie. La iluminación era tenue, ligeramente anaranjada. Escuché un gemido y me detuve. Caminé con sigilo acercándome al sonido y di con una estancia en un lateral. Con cuidado me asomé y pude ver unas formas retorciéndose, brillantes como la piel de varias serpientes al entrelazarse. Me pegué a la cortina de tul que hacía de velo en lugar de puerta. La única luz era la que se filtraba desde el pasillo. Y achicando los ojos pude distinguir los cuerpos de hombres muy pegados en una postura que no logré identificar. Los gemidos, porque eran varios, sonaban al unísono, como las voces de un coro, lo que daba la sensación de ser una sola voz con reverberación. Pegué la cara al velo como hipnotizado para poder ver mejor semejante escena. De pronto el gemido se detuvo, las pieles dejaron de moverse y me di cuenta de que se habían percatado de mi presencia. No sé por qué, pero sentí pánico. En el repentino silencio sentí la anticipación que precede al ataque y en ese instante me atravesó de nuevo la carga eléctrica que me invadió en la pista. Algo me tiró con fuerza a toda velocidad por el pasillo en un abrir y cerrar de ojos hasta que me encontré en una casi total oscuridad. Levanté la cabeza mareado y vi la luz que se filtraba desde el pasillo.

—Aquí no vendrán—dijo una voz que se sentía muy cerca, casi al oído.

El miedo se esfumó. Miré alrededor intentando vislumbrar el origen de la voz, aunque no me hacía falta preguntar quién era.

—Este lugar no es simplemente una discoteca, ¿no?

—La curiosidad te ha dejado tirado en plena oscuridad, ¿no crees? —dijo el vampiro y su voz de repente se escuchó lejos.

Me incorporé hasta quedar sentado en dirección a una de las esquinas de la habitación. Mis ojos que se habían adaptado un poco a la escasa luz vieron una silueta en cuclillas y unos ojos brillantes que me observaban.

—¿Por qué me siento seguro contigo? —Hice una pausa pero no hubo respuesta—. Quiero decir, hace un momento estaba muerto de miedo viendo…—me detuve—. No sé qué coño estaba viendo, pero…

—Porque el peligro aquí no soy yo —me interrumpió el vampiro.

En un movimiento se había colocado con su cara muy pegada a la mía. Nunca me había sentido así. En su presencia, ante su voz depredadora, su mirada de bestia y sus movimientos amenazantes, solo sentí paz. Por primera vez en mi vida me fijé en los detalles del rostro de otro hombre. Su nariz ligeramente aguileña, de curvas sutiles, sus cejas casi transparentes, su piel como el brillo de una pieza de cerámica y sus labios ni finos ni carnosos. De su boca salía un aliento fresco, sus pestañas enmarcaban unos ojos almendrados, felinos, con un color profundo que me abrazaban como un refugio caliente y seguro.

Me acerqué más y él se alejó levemente. Me volví a acercar y ya no se apartó. Cerré los ojos y aspiré su fragancia como quien huele una flor de olor suave y sutil que tienes que pegarte a la nariz y concentrarte para registrar su distintivo aroma. Mis labios se abrieron y sentí su lengua acariciarme por dentro. Sus labios inmensamente suaves, sus manos dentro de mi ropa, su pelo cubriéndome la cara. Sentí sus colmillos tirar de mi labio inferior, y su sexo rozándome las piernas. Me tumbé del todo y le dije: muérdeme. Mi sangre fluía en un orgasmo lento e intenso. Lo sentía a él, consumiéndome con cuidado, diría que con ternura. Mis recuerdos se mezclaron con los suyos. Vi su infancia solitaria e incomprendida. Sentí el rechazo de los demás, que no entendían su naturaleza. Le vi vagabundear por las calles oscuras, siendo acechado por aquellos que le tenían miedo, que temían contagiarse quién sabe de qué y buscaban eliminarle. Se había relegado a la noche, a los clubes, en donde a veces encontraba a otros como él, y compartían y conversaban y lloraban sus propias penurias. Se había refugiado en los lugares en los que no se juzgaban los deseos y en donde los hombres hacían en la oscuridad lo que no se atrevían a hacer a la luz. Lugares como este, inexplicables, infranqueables, llenos de secretos.

—Este lugar es peligroso para ti —dije de repente.

Me miró fijamente y no dijo nada, entonces me hundí en sus ojos que ahora parecían frágiles. Le agarré la cara con las dos manos y le pedí que me amara hasta quedar exhausto. Mi sangré volvió a fluir hacia sus colmillos y entendí que lugares así había conocido toda su larga vida. Peligrosos y a su vez sitios seguros en los que poder ser él mismo. El éxtasis de su succión y el amor que sentía, me apagaron la consciencia.

*

Desperté en medio de la habitación. Él no estaba. De nuevo me invadió el miedo y decidí buscarle. Estaba decidido a darle la mano y a llevarle conmigo al mundo. Quise protegerle y acogerlo sobre mi pecho. Recorrí el pasillo rápidamente hacia la membrana y me topé con alguien que salía de una de las habitaciones. Ahora podía ver que a lo largo del pasillo había muchas habitaciones y salían hombres delgados y desgarbados que me miraban según me abría paso entre ellos. Atravesé la membrana y me encontré la pista casi vacía. Miré la hora y eran un poco más de las seis de la mañana. El club ya estaba cerrado, pero quedaban ellos, los socios, a quienes se unían los que salían de la membrana. Me acerqué al tumulto de hombres. Se movían con cierta violencia, desesperados por llegar al centro de la multitud. Me sumergí entre los cuerpos sudorosos con cierto esfuerzo. Y entre brazos y piernas vi la melena rubia derramada alrededor de una cabeza agonizante. Sus hermosos ojos miraban al techo ausentes Empujé más, y me puse lo más cerca posible de su cuerpo. Ahora podía ver qué estaba pasando. Unos lamían, otros besaban y otros mordían. Los dientes machacaban la carne y la desgarraban. Sorbían la sangre que manaba abundantemente y gemían de placer. Me había quedado petrificado. Había llegado tarde. Veía su cuerpo mancillado, su rostro desvanecido. Mis ojos se llenaron de lágrimas que no terminaban de brotar y se me hizo un nudo en el pecho que dolía. Entonces uno de ellos levantó la cabeza y me miró.

—Tú —dijo la voz a medio tragar—. ¿Es que no vas a unirte?

Todos pararon y miraron, jadeantes, macabramente bañados en su sangre. En su preciosa sangre. Entonces hice lo único que podía hacer. Bajé la cabeza, me incliné y mordí.

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