Murió el Aga Khan IV, el magnate descendiente de Mahoma que fue víctima de un secuestro que conmovió al mundo del turf
Reconocido por su fortuna y su labor humanitaria, resultó un referente en la búsqueda de la excelencia en la crianza de caballos de carrera; el recuerdo del caso Shergar
“Si Dios te ha dado la fortuna de ser privilegiado, tienes una responsabilidad moral con la sociedad”, sostenía el Aga Khan IV, reconocido, más allá de su enorme fortuna y el mensaje de que la riqueza debía usarse para el bienestar de la comunidad, por su labor humanitaria y ser un ferviente promotor del arte y la arquitectura islámica. También, por estar relacionado al deporte a través de dos de sus grandes pasiones: el esquí y el turf.
Aunque era suizo, representó a Irán en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1964 desarrollados en las pistas nevadas de Innsbruck, Austria, luego de haber competido en el hockey sobre hielo en sus años escolares. Más tarde, las carreras de caballos acapararon su atención casi exclusivamente al continuar un legado familiar y convertir el centro de cría en una dinastía con los estándares de calidad más elevados.
Desde que asumió el liderazgo de Stud Aga Khan en 1960, fue transformando su cabaña en una de las más exitosas del planeta. La vara estaba alta, pero se encargó de darle más estatura. Sus haras en Irlanda y Francia se convirtieron en epicentros de la excelencia genética. Allí crecieron ejemplares que dominaron otras pistas, las de césped y arena de los hipódromos más importantes del planeta. Además, vivió frustraciones y padeció un acto mafioso que no lo hicieron salirse de su eje.
Nacido como Karim al-Hussayni el 13 de diciembre de 1936 en Creux-de-Genthod, al noroeste de la ciudad de Ginebra, el Aga Khan IV era descendiente del profeta Mahoma -el fundador del Islam- y asumió el liderazgo de la comunidad ismaelita en 1957, a los 20 años, mientras estudiaba en Harvard, en la mítica ciudad inglesa de Cambridge. Su abuelo, Aga Khan III, del que heredó la pasión por los SPC, lo eligió como su sucesor en lugar de su padre bajo el argumento de que la colectividad debía ser guiada por un joven que se adaptara a los nuevos tiempos. Lo aplicó como líder espiritual y como cabeza del proyecto de cría y competencia de la raza equina.
Entre decenas de grandes campeones, Shergar fue el más emblemático que tuvo. También, una víctima de su gran éxito. Ganador por 10 cuerpos del Epsom Derby de 1981, entre otras victorias inolvidables, los inicios en la reproducción del caballo de notorios blancos en manos, patas y la cabeza fueron seguidos de una noticia de gran impacto mundial: su secuestro la noche del martes 8 de febrero de 1983 en Kildare, una localidad irlandesa a 54 km al sudoeste de Dublín. El valor del semental se estimaba en alrededor de 10 millones de libras y la proyección de ganancias para su segunda temporada como padrillo estaba alrededor del millón de esa moneda británica. Sus primeras crías recién comenzaban a nacer y lo esperaban 55 yeguas madre cuando se ejecutó un gran golpe a Ballymany Stud, el haras del cuarto heredero del Imanato, cuyo padre se casó y tuvo una hija con la estrella norteamericana Rita Hayworth.
Entre la fortuna del Aga Khan se incluían seis de las 40 acciones tasadas en 250.000 libras cada una del SPC en el que tenían puestos los prismáticos desde todos los continentes. Hacía frío, nevaba casi en cámara lenta y la niebla acompañaba al paisaje rural durante aquel suceso vandálico que, como si ya estuvieran vigentes las redes sociales, no tardó en propagarse, aunque a Jim Fitzgerald, de 53 años y con 39 de trabajo allí, le advirtieron: “Si llaman a la policía, todos morirán”. En cuestión de minutos, los asaltantes encerraron a los tres hijos y a la esposa del encargado en una habitación y llevaron a Jim a la zona de la padrillera, a punta de pistola. “Estamos aquí por Shergar. Queremos dos millones de libras”, escuchó Fitzgerald de uno de los tres encapuchados que habían invadido el campo, tras dejar atrás sigilosamente las tranqueras con un tráiler, una camioneta y un auto particular marrón.
Primero, lo obligaron a cargar al caballo en uno de los dos lugares disponibles en el remolque. Luego, algunos de los intrusos retuvieron al encargado por una hora en la cocina, mientras los vehículos se alejaban del lugar con el resto del grupo. Más tarde, Fitzgerald fue subido –recrearon diarios británicos de la época– a la parte de atrás de una camioneta, boca abajo y con un abrigo sobre su cabeza. En un pueblo, a unos 30 kilómetros y tras cuatro horas, lo dejaron, reiterando la amenaza y el pedido de rescate. Había una clave para identificarse cuando llamaran: “Rey Neptuno”.
Jim había dejado la cabaña con su familia custodiada por al menos seis hombres y había identificado un revólver, una ametralladora y una escopeta. Desesperado, caminó en la noche hasta un restaurante chino pensando en todo eso. Desde allí llamó a su hermano para que lo fuera a buscar y lo regresara hasta Ballamany Stud. No hablaron de lo vivido en el viaje. Sí, al llegar al haras, cuando los Fitzgerald encontraron sólo a la familia. Enseguida, Jim llamó al director del establecimiento, Ghislain Drion, y le rogó que no avisara a la policía. Sin embargo, cuando Drion llegó a la cabaña se comunicó con el veterinario del sindicato, Stan Cosgrove, que también era accionista, para intentar decidir lo que debían hacer. Éste consultó a un capitán retirado del ejército, que era gerente de la Asociación Irlandesa del SPC, y contactó cerca de las 3 de la madrugada del miércoles al Aga Khan IV en su casa de Suiza.
“Sería inadecuado y socialmente irresponsable tratar con los secuestradores sin informar a las autoridades”, fueron las palabras del otro lado del teléfono. Una hora más tarde se ubicó al ministro de Economía Irlandés, al Ministro de Justicia y a la policía irlandesa. A la mañana siguiente, comenzaron las llamadas extorsivas que se fueron diluyendo con el tiempo, entre algunas falsas y múltiples conjeturas, sobre todo la posibilidad de que el Ejército Republicano Irlandés (IRA, según sus siglas en inglés) estuviera involucrado a pedido del Coronel Muammar Khadafi, de Libia, por una teoría vinculada a la antipatía religiosa e ideológica con el Aga Khan IV. El caballo, al que todo un pueblo salió a las calles a aplaudir cuando dejó de competir, nunca más apareció. Las hipótesis se multiplicaron, la causa nunca se cerró y nadie cobró la póliza de seguro.
Durante más de seis décadas, el 49° imán combinó su papel espiritual con una destacada labor filantrópica y empresarial. A través de la Red de Desarrollo Aga Khan (AKDN, según sus siglas en inglés) financió proyectos en salud, educación, vivienda y desarrollo en más de 30 países, con un presupuesto anual estimado en 1000 millones de dólares. Su red de hospitales llevó atención médica a comunidades vulnerables en Bangladesh y Afganistán, entre otros países. Jamás se apartó de aquella premisa de la responsabilidad moral con la sociedad por su posición económica privilegiada.
Íntimo amigo del rey Juan Carlos y con estrechos lazos con la familia real británica, a la que enfrentaba con sus caballos a menudo en los grandes clásicos europeos, el Aga Khan IV fue una figura relevante en el turf mundial, incluso más que su ya célebre abuelo. Sus decisiones como criador y propietario lo transformaron en un referente cada vez más admirado y potenciaron sus riquezas en todos los sentidos. Murió en Lisboa el martes, a los 88 años, rodeado de su familia, según informó la AKDN. Su proyecto en el turf queda en manos de sus descendientes, que continuarán liderando las operaciones de cría y competencia. A los grandes campeones que produjo los acompañó con historias asociadas a los valores que promovió junto al profundo sentimiento de amor por los caballos.