Miguel Gila, les devuelvo su tristeza

Aunque publicar nunca fue su propósito, Miguel Gila acabó siendo un autor interesado también por el cine. De entrada, lo de escribir le parecía una cosa «muy sugestiva» desde que era un crío, por ello quiso rendir con la palabra un homenaje a los amigos de la infancia que no tuvieron su suerte de poder llegar a la popularidad. La entrada Miguel Gila, les devuelvo su tristeza aparece primero en Zenda.

Jan 20, 2025 - 01:00
Miguel Gila, les devuelvo su tristeza

Aunque publicar nunca fue su propósito, Miguel Gila acabó siendo un autor interesado también por el cine. De entrada, lo de escribir le parecía una cosa «muy sugestiva» desde que era un crío, por ello quiso rendir con la palabra un homenaje a los amigos de la infancia que no tuvieron su suerte de poder llegar a la popularidad. «Yo tenía unos amigos que estaban en El Escorial, en un internado, y les escribía cartas muy absurdas y muy divertidas. Siempre tuve mucha afición a escribir», le contaba Gila a Joaquín Soler Serrano en A fondo (1976).

Cuando se refería a la popularidad, Gila hablaba de la cercanía que había tenido con la gente a la admiraba, como Ernest Hemingway (en Cuba), Mario Moreno “Cantinflas” o Miguel Hernández. «Pasear con ese viejo —Hemingway—, que era un hombre importante e interesante, conocer de cerca a Mario Moreno, que era amigo de y estaba en su casa. Saber cómo piensa, cómo es, cómo siente… Escritores, pintores, políticos… Todo eso para mí ha sido un aporte muy interesante a mi vida que de alguna manera, por no haber hecho estudios, no tuve acceso a esa serie de cosas que ahora me han servido como puente para llegar a esa gente», contaba en sus memorias, donde más adelante recordaba su encuentro con Miguel Hernández:

«Estando en el penal de Torrijos retomé mi afición al dibujo. De casa me traían papel y lápiz y cuando salíamos al patio yo me entretenía en dibujar los edificios de la calle de Juan Bravo —que ya me los sabía de memoria— y algunas veces dibujaba chistes con unos personajes de grandes narizotas que había creado yo mismo. Al poco enviaría algunos a Miguel Mihura y gracias a él empezaría a publicarlos en la revista La Codorniz. Una mañana en que estaba dibujando, se acercó uno de los presos y me preguntó: 

—¿Eres dibujante? 

Le dije que no, que sólo era aficionado. 

—A mí también me gusta. Éste es para mi Manolito. 

Me mostró un dibujo. Era un niño con una cabra junto a un árbol. Y se retiró. No hablamos más. Cuando pasaron unos minutos se acercó otro de los presos y me dijo: 

—¿Sabes quién es ese que ha estado contigo? 

—No. 

—Es Miguel Hernández, el poeta. 

Yo le había conocido en alguna ocasión en que, junto a Rafael Alberti, había ido al frente de Somosierra a recitarnos poemas. Pero el Miguel Hernández que había conocido no tenía ningún parecido con este otro Miguel Hernández. Estaba hecho polvo, enfermo y destruido por las humillaciones y el sufrimiento». (Fragmento extraído de El libro de Gila. Antología tragicómica de obra y vida. Blackie Books, 2019)

La vida no son dibujos

Escuela Nocturna de Aldeamugre de los Ajos. Tres paisanos permanecen sentados en sus respectivos pupitres esperando a que la maestra dé comienzo a la clase. Entonces entra Miguel Gila, con la mirada caída, la boina en su cabeza y cargando con un libro. Se sienta y responde a la bienvenida de la profesora como el que se sabe la lección de carrerilla: «Eh… Buenos días… Se llaman buenos días a los días en que la temperatura viene a ser de dieciocho grados y el anticiclón de las Azores está allí lejos, que no te puedes mojar ni na… Ni, ni… O sea, que hace bueno, que se está bien». Pero no toca examen, sino lectura por la página catorce.

Gila no sabe cómo es la cifra, no la identifica («¿El catorce cuál es? ¿El que lleva un palo y detrás otro?»). Por no saber leer los números nunca había podido cantar bingo. «Me dicen el catorce y tacho el sesenta y cuatro». Cuando da con ello, comienza a leer hacia atrás. «¡Este libro está en extranjero!», exclama. Cree que a lo mejor está mal sentado, que tenía que estar en el otro lado. Una vez organizado, prosigue con la tarea:

—La PE con la PI y la TO, PE-PI-TO… La CHU con la PA, CHU-PA… La PELO con la TA, PE-LO-TA… PEPITO CHUPA LA PELOTA. ¡Será guarro! Que a lo mejor la pelota ha caído al suelo y está contagiada… Y se la chupa… Y si se muere…

Lo narrado en realidad pertenece a un sketch en Televisión Española, no a la «vida real» de Miguel Gila. Él en el colegio se dedicaba a dibujar «monos» en los libros, como cuando tocaba estudiar los Reyes Godos (nunca ha sabido por qué).

"Que él viviera la guerra le daba mucho más sentido a todo lo que hizo después, sobre todo el monólogo del enemigo (Alexis Morante)"

Estos «monos» cobran vida en ¿Es el enemigo? La película de Gila, dirigida por Alexis Morante. En ciertos momentos del largometraje, un joven Gila (interpretado por Óscar Lasarte) se despierta porque los «monos» que ha dibujado en la pared se están riendo de él: «Mira el nene. ¡El nene! No le deja su abuela ir a la guerra». También utiliza Morante este recurso cuando el protagonista trata de calmar a su compañero Pantxo (David Elvira) —porque está muy asustado— o incluso en momentos de bloqueo. Alexis describe la escena en Zenda: «Gila está haciendo la guardia y no le sale un chiste porque por primera vez está más preocupado por el miedo que lo está paralizando. Cuando en la pared pone “abuela, estoy vivo”, le está llamando la viñeta». «Las viñetas son una parte de la reflexión que él vive por dentro. Si no estuviesen las viñetas, tú tampoco sabrías muy bien qué está pensando Gila durante toda la película», retoma Óscar Lasarte para este medio. «“Que la vida no son dibujos. ¡¡Que el mundo real está ahí fuera!!” es una frase tremenda que tiene todas las reflexiones, no solo a nivel personal, sino a nivel de la situación. Eso amplía mucho su universo».

¿Es el enemigo? discurre en un momento muy concreto de la vida de Miguel Gila, en 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española, cuando peor le venía al protagonista de esta historia, que vive con sus abuelos en una buhardilla de Madrid y con 17 años se «apunta mal» a la contienda con su amigo Pedro (Carlos Cuevas). Alexis Morante desconocía este capítulo de su vida hasta que leyó El libro de Gila gracias al productor José Alba. «Que él viviera la guerra le daba mucho más sentido a todo lo que hizo después, sobre todo el monólogo del enemigo. Creo que nunca sabemos lo suficiente sobre la guerra civil. Cuanto Raúl Santos (guionista) y yo nos pusimos a investigar, descubrimos más información sobre cosas que escuchamos pero que no habíamos profundizado». Fue ahí cuando empezaron a ver que podían hacer una película especial, usando el humor de Gila.

Óscar Lasarte, que llevaba desde los catorce años haciendo imitaciones de Gila en sus espectáculos de magia, se presentó al casting vestido con la chaqueta que le había regalado su madre y El libro de Gila con su propia foto en la portada. Gila sobre Gila. Así lo explica el actor: «Es un personaje que yo admiro desde pequeño y quería hacerlo pasándomelo bien. Lo del libro fue una idea que tuve al ver la prueba que hizo Jim Carrey para ser Andy Kaufman en Man on the Moon. Él grabó los sketches de Kaufman, y cuando fue el director (Miloš Forman) a hablar con él a su casa, los dejó puestos en la televisión. Pero resulta que el que salía en la tele no era Andy Kaufman sino Jim Carrey. Yo he intentado hacer lo mismo con el libro y que no notaran la diferencia entre Gila y yo».

El Gómez de la Serna del humor

A Goyo Jiménez le basta una frase para trazar la línea que va desde Ramón Gómez de la Serna hasta Miguel Gila: «solo se puede soportar el tinglado de lo social gracias al humor». «A esto los modernos le llaman pensamiento lateral», explica a Zenda el recientemente galardonado con el I Premio SGAE de Humor Miguel Gila 2024. «Consiste en hacer asociaciones de ideas sorprendentes, pero que hacen que recuperes la fe en el ser humano. Gómez de la Serna está haciendo poesía a través del humor, que es una cosa que le une con Gila también, la capacidad de ser no solo divertido, sino poéticamente divertido». «Aparte de soportarlo [el tinglado social], para manejarlo», incide ahora Edu Galán para este reportaje. «Pongamos el ejemplo de alguien que condujese su vida sin el humor, al estilo de un sargento o de un militar de alto rango, pues tendría una vida en principio muy triste», como Mr. Stevens, el mayordomo de Los restos del día, novela de Kazuo Ishiguro adaptada al cine por James Ivory, con Anthony Hopkins interpretando a este personaje. «Eso sería un humano sin humor, una especie de humano automático, un robot que respondería a las necesidades de los demás de una forma automática. En el caso del mayordomo, conociendo muy bien su lugar, una estructura jerárquica, o un inadaptado que no supiese manejarse. El humor, tanto en la socialización desde la infancia como en la vida adulta, es una pieza clave para tener una vida sana».

"A los españoles les une la boina. A unos a rosca y a otros, a presión. Y Gila la llevaba en la cabeza como si fuera una bandera"

A los españoles les une la boina. A unos a rosca y a otros, a presión. Y Gila la llevaba en la cabeza como si fuera una bandera. Ya podía ir vestido de torero, ser mexicano, colombiano, peruano o español, que la boina iba a seguir siendo muy española. «Gila coge la España negra y rural y la transforma en un chiste con una sencilla frase», destaca Goyo Jiménez, manchego de crianza que encuentra en lo rural una forma de expresión que carece de adornos y hojarasca, algo crudo: «La gente rural te dice las cosas claras y a la cara, y esto es lo que da pie a este juego que Gila entiende muy bien, pues es un señor que se pone una boina para definir España pero también para decir cosas tremendas con la excusa de ser de pueblo: llevo boina y puedo decir lo primero que me venga a la cabeza y decirlo con claridad». Razón tiene el entrevistado cuando expresa que Gila era un Ramón Gómez de la Serna popular.

Le hacía gracia a Gila que Camilo José Cela dijera de él que era un «humorista carpetovetónico», básicamente porque tenía razón. Entonces se remitía a Miguel Miura: «El español es un señor bajito que siempre está irritado». Goyo habla de una generación de humoristas, muchos de ellos después maltratados por su situación política, pero cuya principal preocupación era construir un humor al estilo de las vanguardias: «Igual que Gómez de la Serna, que llega a llamar a su biografía Automoribundia. Es una declaración de intenciones. En ese primer cuarto de siglo XX todos son movimientos “ísmicos”, todo el mundo lleva al extremo las cosas, es una deformación de personas muy razonables que juegan a seres racionales». Álvaro Cunqueiro, Miguel Miura, Enrique Jardiel Poncela… Goyo Jiménez señala que muchas veces a los españoles se les olvida que la cultura del terruño, tanto literaria como teatral, cinematográfica (Rafael Azcona, Luis García Berlanga…) e incluso plástica, es cultura de humor. «En otros países como Inglaterra, Francia o Alemania tienen tragedias nacionales, a su Rey Arturo, pero nosotros no, nosotros no creemos en los héroes; nosotros tenemos la tragicomedia, que es el aporte vitamínico de España a la literatura universal: el esperpento, el pícaro, la vieja Celestina, el caballero que se cree que está viviendo una fantasía… Esta cuadrilla de personajes que van desde el barroco hasta Ramón María del Valle-Inclán son el aporte del esperpento. Somos unos descreídos, no creemos en una épica nacional». Toma el relevo Alexis Morante, declarando que España es un país que afronta las cosas más trágicas de su vida o los momentos más tensos con bromas.

Una especie de estafa cerebral

Joan Manuel Serrat cree que Miguel Gila se inventó una vida porque la que tenía no le gustaba. Y era cierto. Él mismo llegó a creerse el personaje de sus monólogos en la medida que fue evolucionando porque, en efecto, le parecía que esa vida le parecía más divertida, como llegar al mundo sin su madre y avisar a la portera para que le diera de merendar.

"Joan Manuel Serrat cree que Miguel Gila se inventó una vida porque la que tenía no le gustaba. Y era cierto"

Edu Galán se alinea con Serrat, afirmando que a Gila la vida que tenía no le gustaba por el contexto y donde creció: «Creo, y esto habría que verlo en detalle, que siempre fue un inadaptado. Entonces, por esas ficciones que repetía una y otra vez, yo creo que no estaba contento, ni con su vida ni con el mundo que le tocó vivir». Óscar Lasarte compara la vida de Miguel Gila con Big Fish de Tim Burton: «nunca sabes lo que es verdad del todo y lo que es mentira». Y Alexis Morante opina que Gila no se inventó una vida, sino una forma de contarla: «Todos tendemos a contar nuestra vida de alguna forma. El que es serio, te la cuenta de forma seria. El que es trascendental, te cuenta los hechos que le sucedieron en el pasado de una forma trascendental. Otros que son nostálgicos, te lo cuentan con esa añoranza. Y el que es gracioso, o el que tiene el talento del humor, le pasa el prisma del humor, y eso puede hacer parecer que no es verdad todo lo que cuenta».

Para Gila, el disparate debía tener cierta lógica: «Pensar que yo me llevo una vaca a casa y la pongo en el balcón para que tenga fresca la leche, tiene lógica. Pero no puedo decir que la vaca jugaba al mus, porque ahí el disparate entra fuera de lo lógico y ya no es creíble». Javier Cansado, en el documental Gila nunca fue serio, argumentaba que el humor absurdo utiliza categorías casi de la poesía: metonimias, perífrasis, epifonemas… «Todo lo que es parte de la poesía, se utiliza en el humor absurdo», concluía

Una muestra más: en ¿Es el enemigo? se desarrolla una escena tan española que resulta ser un guiño u homenaje a La vaquilla de Luis García Berlanga, cuando el grupo de soldados compuesto por Rosa (Natalia de Molina), Pantxo, el Cabo (Salva Reina), el maestro (Iván Villanueva), Ginés (Antonio Bachiller) y Miguel Gila se topa con una vaca de camino al frente:

—¡Esa vaca es nuestra! ¡La hemos visto primero! —reclama el bando contrario, escondido al otro lado.

—¡Un momentito! —dice Gila tratando de poner paz, ante el estupor de sus compañeros—. Que me hago cargo que somos enemigos, pero que estarán ustedes también sin merendar. ¿Qué les parece si van ustedes y nosotros no miramos y luego al contrario?

—¡Nos parece bien, pero nosotros primero!

Revisando La vaquilla, la similitud con la obra de Alexis Morante puede encontrarse hasta en la secuencia en la que los nacionales y los «rojos» negocian —bandera blanca en alto— un intercambio de papel de liar y tabaco de trinchera a trinchera. «La vaca es un personaje más en la película», añade Alexis. «Quería hacer un homenaje a La Vaquilla y a la unión de los españoles a través del humor y de cosas tan fundamentales como el comer. Ellos tenían hambre, los otros tenían hambre. Solo había que repartirse las tetas de la vaca». «Al final parece que recurre uno a esto y que es un tópico, pero es que es esta manía nuestra de “o conmigo o contra mí”», asevera Goyo Jiménez. «Cuando era pequeño, siempre me llamaba la atención escuchar a los mayores decir: “Cómo se nota que éste es de los otros”. Como si ser de los “unos” te cargara de razón, mientras que los “otros” son el enemigo. La misma pasión con la que se gestiona el fútbol nos mueve a gestionar la política. Pero el problema es que en el mundo no hay tetas ni de izquierda ni de derecha, sino que hay un uno por ciento de la población que tiene todas las tetas y nos está azuzando para que nos peguemos, y nosotros, como buenos borreguitos, vamos a hacerlo». Le da la sensación de que hay gente que está deseando que haya pelea, con lo fácil —dice Goyo— que sería compartir la leche. «Hasta ahora parecía que lo habíamos entendido, pero no; otra vez vamos a empezar a discutir por un miserable vaso de leche».

«El humor es el recordatorio de lo estúpidos que somos, y no conviene. Cuando nos dicen a los humoristas —esto es una cosa que vengo escuchando desde niño— “¿cuál es la seriedad de la vida?”, yo estoy dispuesto a tomarme la vida en serio si alguien consigue explicarme cuál es el sentido de esto”, se pregunta Goyo Jiménez. Edu Galán, respondiendo a esta cuestión, alude a Billy Wilder: «Solo hay una cosa peor que tomarse las cosas demasiado en broma, que es tomárselas demasiado en serio». Edu cree que, por un lado, la gente sufre una falta de humor «por esta especie de individualismo ególatra en el que vivimos, que todo nos apela, que todo nos ofende y que todo nos parece una cosa tremenda». Pero indica que tampoco hay que olvidarse del exceso de humor: «Ahora mismo, un político que no tenga humor o que no enseñe su parte humana no ganaría ninguna elección. Estamos inundados de memes humorísticos, bobalicones, de consumo rápido, porque evitan la reflexión; el humor es muy presentista, y estos memes absurdos de bromas o estos vídeos de TikTok son un estímulo constante que te mantiene permanentemente entretenido, en un estadio de imbecilidad constante, donde la risa es bobalicona y no se disfruta nada, porque lo que estás pensando es en el clip inmediatamente siguiente», concluye Galán.

"Durante la guerra combatí el fascismo con un fusil en mis manos, y después de la guerra lo he seguido combatiendo con el arma que poseo: la risa (Miguel Gila)"

Tanto Alexis Morante como Óscar Lasarte exponen que a la sociedad le falta humor porque hay demasiadas cosas serias en este mundo. «Si todo estuviera bajo el prisma del humor, seguramente podríamos llevarlo mejor. Pero esto no hace que desaparezca la pobreza o el paro en Cádiz, por ejemplo», completa el director. «El humor es un arma y una herramienta para para curar, para no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos», piensa Óscar. «Necesitamos tomarnos menos en serio y reírnos más de las cosas, porque el humor cura y hace que el alma sufra menos».

En el citado libro publicado por Blackie Books, Miguel Gila mencionaba una entrevista hecha en 1974 a Gabriel Celaya donde le preguntaban si era necesario el humor en España, a lo que el poeta respondió: «Es inevitable como un estornudo, pero no se puede decir que sea necesario, porque no sirve para nada. […] El humor es siempre reaccionario. Proporciona buena conciencia a los que presumen de revolucionarios sin serlo de verdad. Los humoristas no son más que unos oportunistas. El humor sigue siendo tan fascista como siempre». Esta opinión a Gila le resultó una idea «por completo equivocada, una distorsión de la realidad», aunque quiso dejar claro que no todos eran Gabrieles Celayas, no sin antes citar al dramaturgo Eugène Ionesco: «Donde no hay humor no hay humanidad. Donde no hay humor hay campos de concentración». «Con todos mis respetos a Gabriel Celaya, yo no he sido nunca ni oportunista ni fascista», se defendía Gila. «Durante la guerra combatí el fascismo con un fusil en mis manos, y después de la guerra lo he seguido combatiendo con el arma que poseo: la risa. Mi arma es la risa y con ella me defiendo de quienes me quieren quitar la voz». Era por ello importante para el cómico remarcar al final de su biografía que, si los lectores no se habían reído, él les devolvía su tristeza».

La entrada Miguel Gila, les devuelvo su tristeza aparece primero en Zenda.