Incendio en Mallín Ahogado: el desesperante relato de una pareja que perdió por el fuego la casa que construyeron juntos
Tras el fuego devastador, los residentes de esta zona cercana a El Bolsón intentan reconstruir sus viviendas
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MALLÍN AHOGADO.— Desde la ruta que une El Bolsón con el paraje rural de Mallín Ahogado el paisaje aparece quemado con algunos parches intactos de bosque. De fondo, las columnas de humo no dan respiro a los brigadistas y combatientes aéreos. La escalera de piedras que desciende en forma de zig zag hasta el terreno de Carolina Frontera y Luis Emilio Ballejos (más conocido como Polo) da paso a un pequeño reducto verde que engaña a primera vista. Aunque el invernadero de la pareja está increíblemente intacto, a medida que avanzamos la ilusión se diluye: la casa que idearon y construyeron juntos es una ruina.
Desde hace una semana, Carolina y Polo siguen llamando de a ratos a una de sus gatas, que se perdió en medio del caos. Una regresó y la otra todavía no. Mientras miran con preocupación los focos de incendio que se activan justo frente a su casa, del otro lado del río Azul, cuentan su historia. “Me vine a vivir a esta zona en 2008. En 2010 compramos los derechos de ocupación con otros vecinos y me instalé acá. Ese mismo año tuve un accidente doméstico y se me quemó todo. Luego arranqué con el proyecto de esta casa, que tomó impulso cuando llegó Caro hace siete años”, dice Polo, que es maestro mayor de obra.
Planificaron cada rincón de la casa que compartían y que tenía un pintoresco techo en forma de pagoda. “Dos días antes del incendio habíamos comprado el último rollo de pasto. Cuidábamos mucho nuestro jardín. Y a la casa le quedaban los últimos detalles nomás”, suma Carolina.
Si bien habían experimentado otros incendios forestales en los alrededores, este verano fue distinto. En lugar de pasear, los días de mucho calor prefirieron pasarlos en su casa. Hace unas semanas, el incendio en Epuyén los había golpeado, por la gran cantidad de gente querida afectada. “Estábamos con una sensación rara. Decíamos ‘Qué raro que nunca pasó en Mallín’. Porque este es un portal de turistas constantes”, advierte ella.
El día del incendio en La Confluencia, Carolina fue al río con una amiga que estaba de visita. Pero la extraña sensación que la acompañaba hizo que se llevara consigo el handy que utilizan los vecinos para mantenerse conectados en caso de emergencias. Esa es una de las particularidades de la población de diversos poblados de la Comarca Andina: tienen cierta “cotidianidad” con los incendios; en su mayoría, saben manejar herramientas, hacer cortafuegos y guardia de cenizas.
“Ese día, Polo estaba trabajando en la chacra de unos amigos a 3 kilómetros de casa y con mi amiga nos fuimos al río Encanto Blanco. Me llevé la camioneta y le avisé a él que me llevaba el handy. Estábamos en una playita y, en un momento, miro hacia el este y veo una nube blanca. Las tormentas nunca vienen de ese lado. Lo primero que pensé fue en mi casa”, narra Carolina.
Polo no pudo evitar pensar lo mismo: trazó mentalmente una línea recta entre la zona de Wharton (el portal de ingreso al Área Natural Protegida Río Azul-Lago Escondido, donde hay decenas de refugios de montaña) y su casa.
“Vi todo marrón e inmediatamente, un nudo en la panza. Salí corriendo. Estaba trabajando con un amigo que andaba en bici pero estaba pinchada. Me agitaba, así que corría por momentos y luego caminaba. Al llegar a casa, respiré porque el fuego estaba a 1 kilómetro. Pensé que podíamos defender las casas con mangueras. Pero se hizo una chimenea, una cosa bestial. Mientras preparábamos con un vecino la nafta para la motobomba y cruzamos agua desde el otro lado de la ruta, llegó el fuego”, recuerda Polo.
Según comentan los vecinos de Mallín, el incendio quemó alrededor de una hectárea cada media hora. Otro punto clave es que esa zona no tiene servicios de agua ni de gas, solo tendido eléctrico. En ese sentido, cada familia debe auto proveerse de agua desde algunos de los arroyos que pasan cerca o hacer pozos en sus terrenos. Tampoco hay quien regule la cantidad de agua disponible y el uso que se hace de ella.
Carolina y Polo tenían dos estanques y dos reservorios de agua. La humedad que ya tenía su jardín y el agua que lanzaron los vecinos y los brigadistas ese día sobre la casa y el terreno no alcanzaron. Además de la casa, perdieron un galpón. Mirando las llamaradas, Carolina no pudo llegar a su casa porque quedó del otro lado del fuego. Incomunicada porque el handy se quedó sin batería y en esa zona no hay señal de celular, tampoco sabía cómo estaba Polo. Unas seis horas después, cerca de la medianoche, pudo enterarse por un mensaje en un grupo de vecinos que su pareja estaba en El Bolsón. Lo había evacuado un amigo que pasó en su auto y entró al terreno a ver si quedaba alguien: Polo alcanzó a cargar a las dos perritas y a uno de los tres gatos.
Mientras tanto, Carolina se quedó cerca de Wharton hasta las 6 de la mañana del viernes, cuando pudo ir hasta su casa. “Había una bombera esperando afuera. Fue fortísimo entrar. Todavía había muchas cosas prendidas fuego, estuvimos varios días apagando las brasas. Caí al piso, me levanté y me di cuenta de que el invernadero estaba de pie. Entré y coseché un repollo. Lo agarré como diciendo ‘Me llevo algo de mi casa’”, cuenta. Recién se reencontraría con Polo a las 9: “Era lo único que necesitábamos, ese abrazo”.
Desde ese momento, están parando en un departamentito que les prestó una amiga en El Bolsón y van cada día a su casa a limpiar el lugar y encarar poco a poco la reconstrucción. Lo poco de estructura que quedó en pie y que todavía sirve (sobre todo lo que es de adobe y la estufa danesa que Polo construyó) les servirá para rehacer la casa. Esta vez no harán “una obra de arte”, como la que habían conseguido tras años de esfuerzo, sino algo simple porque saben que en marzo ya llega el frío.
“El agradecimiento es a toda la red de vecinos, a la comunidad. El que no le está poniendo el cuerpo a apagar el fuego, está cocinando en el pueblo para los que perdieron todo, o consiguiendo donaciones y coordinando la ayuda. La solidaridad es alucinante”, subraya Carolina. Suma que, si bien están destrozados por lo que pasó, están “con pilas”. Dice que el momento más difícil es a la mañana, cuando se despiertan y vuelven a hacer consciente lo que ocurrió.
La entrega del brigadista
Una de esas personas a las que todos los vecinos reconocen por su entrega es Manuel Murillo, creador de la Brigada Andina, un grupo de brigadistas autoconvocados que brindan apoyo al Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (Splif). Nacido en El Bolsón, Manuel decidió hace unos cinco años, y con otros dos amigos amantes de la montaña, crear la brigada. Los tres son hijos de bomberos.
“Tenemos en la sangre el cuidado del bosque. Tras un incendio en Nahuel Pan, donde ayudamos a combatir las llamas, nos dimos cuenta de que podíamos aportar desde nuestro conocimiento de la montaña. Sabíamos que era clave organizarse”, dice.
Con donaciones de algo de equipamiento y a través de su experiencia en el manejo del fuego, Brigada Andina empezó a ayudar en distintos combates de incendios. Hace una semana, los integrantes del grupo, que hoy son una veintena, consiguieron salvar algunas casas en el incendio de Epuyén. Días después, cuando explotó el de Mallín Ahogado, también se organizaron para defender viviendas. Y en estos días hicieron lo mismo para frenar el fuego que se desató en El Pedregoso.
“Somos hermanos del fuego, convivimos con él. Es el que nos calienta en nuestras casas. Y también conocemos este tipo de fuegos que se generan con malas intenciones. Si bien no somos del Splif ni del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, nos fuimos agrupando para poder ayudar, al menos, a los amigos y conocidos en situaciones de emergencia”, explica Manuel.
Como ellos, otros vecinos se agrupan por estos días para dar una mano a sus familiares y amigos. Al llegar al terreno de “Pampa”, se escuchan martillazos. Si bien su casa quedó totalmente consumida por las llamas, sobrevivió un taller, que hoy algunos voluntarios están ayudando a techar. Pampa tiene 59 años y una artrosis que lo hace andar con bastón. De todos modos, eso no le impide hacer guardia de cenizas a la madrugada y pensar en salir adelante. Los que lo ayudan por estos días dicen que es “el damnificado más sonriente”.
Hace más de 40 años que vive en la zona de Mallín y la recorrió toda a caballo. Asegura que enfrentó un montón de adversidades y que esta es una más. “No me imaginé que podía perder todo. Me quería quedar, me iba a meter al pozo de agua. Pero a las 10 de la noche me sacaron. Vi la lengua de fuego ahí atrás”, recuerda Pampa, que hace esculturas en madera y hoy se las rebusca “changueando”. También recibió mucha ayuda de conocidos y amigos. Al evacuar, se llevó también a su perro Aquiles, que hoy lo acompaña entre las cenizas y los restos de lo que fue su casa. “A mí nunca nada me doblegó. Mi actitud fue siempre positiva y fuerte. Soy feliz con poco y con nada”, dice Pampa.
Aun así, él como el resto de los damnificados esperan recibir alguna ayuda del Estado. Por ahora, las personas fueron censadas y se relevaron las pérdidas. Más allá de las donaciones de ropa y alimentos que ya están llegando al lugar, los vecinos de Mallín necesitan una asistencia bien planificada, que incluya, sobre todo, materiales para la construcción y que les permita llegar armados al otoño.