¿En qué está pensando la izquierda?
Hemos asistido al fracaso colectivo que supone no haber podido cerrar acuerdos presupuestarios ni en Barcelona ni en Catalunya, acuerdos que todos los implicados teníamos claro que queríamos que fueran progresistas y transformadores “¿En qué narices está pensando la izquierda?”, apelaba indignado hace unos días el secretario general de CCOO en Catalunya, Javier Pacheco, en la inauguración del 17º Congreso de la UGT. “Si el mensaje que le damos a la ciudadanía es que la izquierda sirve sólo para bloquear las instituciones, estamos alimentando la ofensiva reaccionaria, ultraderechista y populista” que se nos viene encima, afirmaba. Tiene razón. En las últimas semanas, hemos asistido al fracaso colectivo que supone no haber podido cerrar acuerdos presupuestarios ni en Barcelona ni en Catalunya, acuerdos que todos los implicados teníamos claro que queríamos que fueran progresistas y transformadores. No hablo de fracaso por la afectación concreta sobre partidas económicas, que iremos salvando con mayor dificultad de gestión pero sin dejar de desplegar los compromisos adquiridos. El fracaso es haber perdido una nueva oportunidad de tejer complicidades entre partidos que expresamos objetivos compartidos, y hacer así un poco más sólida la red de protección que salvaguarde derechos y libertades. Van ganando. Las imágenes de la reelección de Donald Trump, rodeado de unos entusiastas Meloni, Milei, Orbán y de los máximos magnates de la comunicación mundial, debería ser suficiente estímulo. No es buen momento para dogmatismos y posiciones numantinas. No es buen momento para el cálculo partidista y la gesticulación táctica. Escribía David Brooks en The New York Times tras la victoria de Trump que los republicanos habían conseguido encabezar una verdadera “revuelta proletaria” al capitalizar el voto popular ante un partido demócrata ensimismado con su propia imagen en el espejo. Mal vamos si la derecha nos gana en este terreno. Tenemos por delante retos cruciales: combatir la desigualdad, preservar la diversidad de nuestras sociedades y los derechos que tanto ha costado alcanzar, proteger las instituciones democráticas y el pilar fundamental que representa el sector público, no sólo como prestador de servicios, sino también como agente regulador y promotor del desarrollo social y económico. Estoy seguro de que estamos de acuerdo en esto. Y también en muchos de los instrumentos necesarios para llevarlo a cabo. ¿Por qué es tan difícil entonces llegar a acuerdos? Todo pacto conlleva renuncias por parte de quienes participan en él. Pero estas no son una traición a los ideales propios si tenemos claro que el principal ideal es ofrecer un horizonte de futuro esperanzador en un contexto muy turbio. Y un horizonte que sea tangible, hecho de políticas concretas que mejoren la vida de la gente, ya vale con la obsesión por el relato y con perdernos en la pugna por los marcos mentales de Lakoff. El cabreo y la incredulidad de Pacheco nos interpela a todos, a los partidos de izquierda, a los sindicatos, a las organizaciones sociales, y a una sociedad civil que espera de todos nosotros algo mejor. Desde mi responsabilidad al frente de Economía y Hacienda en el Ayuntamiento de Barcelona, recojo el guante, Javier. Seguiremos intentando coser alianzas y tender puentes, desde el respeto y el reconocimiento a las diferencias que nos separan, pero intentando avanzar en aquello que, estoy seguro, tenemos en común.
Hemos asistido al fracaso colectivo que supone no haber podido cerrar acuerdos presupuestarios ni en Barcelona ni en Catalunya, acuerdos que todos los implicados teníamos claro que queríamos que fueran progresistas y transformadores
“¿En qué narices está pensando la izquierda?”, apelaba indignado hace unos días el secretario general de CCOO en Catalunya, Javier Pacheco, en la inauguración del 17º Congreso de la UGT. “Si el mensaje que le damos a la ciudadanía es que la izquierda sirve sólo para bloquear las instituciones, estamos alimentando la ofensiva reaccionaria, ultraderechista y populista” que se nos viene encima, afirmaba.
Tiene razón. En las últimas semanas, hemos asistido al fracaso colectivo que supone no haber podido cerrar acuerdos presupuestarios ni en Barcelona ni en Catalunya, acuerdos que todos los implicados teníamos claro que queríamos que fueran progresistas y transformadores. No hablo de fracaso por la afectación concreta sobre partidas económicas, que iremos salvando con mayor dificultad de gestión pero sin dejar de desplegar los compromisos adquiridos. El fracaso es haber perdido una nueva oportunidad de tejer complicidades entre partidos que expresamos objetivos compartidos, y hacer así un poco más sólida la red de protección que salvaguarde derechos y libertades.
Van ganando. Las imágenes de la reelección de Donald Trump, rodeado de unos entusiastas Meloni, Milei, Orbán y de los máximos magnates de la comunicación mundial, debería ser suficiente estímulo. No es buen momento para dogmatismos y posiciones numantinas. No es buen momento para el cálculo partidista y la gesticulación táctica.
Escribía David Brooks en The New York Times tras la victoria de Trump que los republicanos habían conseguido encabezar una verdadera “revuelta proletaria” al capitalizar el voto popular ante un partido demócrata ensimismado con su propia imagen en el espejo. Mal vamos si la derecha nos gana en este terreno.
Tenemos por delante retos cruciales: combatir la desigualdad, preservar la diversidad de nuestras sociedades y los derechos que tanto ha costado alcanzar, proteger las instituciones democráticas y el pilar fundamental que representa el sector público, no sólo como prestador de servicios, sino también como agente regulador y promotor del desarrollo social y económico.
Estoy seguro de que estamos de acuerdo en esto. Y también en muchos de los instrumentos necesarios para llevarlo a cabo. ¿Por qué es tan difícil entonces llegar a acuerdos? Todo pacto conlleva renuncias por parte de quienes participan en él. Pero estas no son una traición a los ideales propios si tenemos claro que el principal ideal es ofrecer un horizonte de futuro esperanzador en un contexto muy turbio. Y un horizonte que sea tangible, hecho de políticas concretas que mejoren la vida de la gente, ya vale con la obsesión por el relato y con perdernos en la pugna por los marcos mentales de Lakoff.
El cabreo y la incredulidad de Pacheco nos interpela a todos, a los partidos de izquierda, a los sindicatos, a las organizaciones sociales, y a una sociedad civil que espera de todos nosotros algo mejor. Desde mi responsabilidad al frente de Economía y Hacienda en el Ayuntamiento de Barcelona, recojo el guante, Javier. Seguiremos intentando coser alianzas y tender puentes, desde el respeto y el reconocimiento a las diferencias que nos separan, pero intentando avanzar en aquello que, estoy seguro, tenemos en común.