«El arte es una máquina de empatía»

¡Acción! Si cuarenta años atrás alguien le hubiera dicho a Ava DuVernay que su vida giraría en torno a esa palabra, no lo habría creído. DuVernay, la hija mayor de una familia de cinco hermanos, creció en una casa en Compton, California, un pueblo pequeño y tranquilo cerca de Los Ángeles, lleno de vecinos conocidos, un colegio católico y no mucho más; Compton ni siquiera tenía salas de cine y ver una película era un acontecimiento. A los 32 años decidió tomar la cámara y, poco a poco, de forma autodidacta, se convirtió en una de las directoras más reconocidas […] La entrada «El arte es una máquina de empatía» se publicó primero en Ethic.

Feb 7, 2025 - 16:13
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«El arte es una máquina de empatía»

¡Acción! Si cuarenta años atrás alguien le hubiera dicho a Ava DuVernay que su vida giraría en torno a esa palabra, no lo habría creído. DuVernay, la hija mayor de una familia de cinco hermanos, creció en una casa en Compton, California, un pueblo pequeño y tranquilo cerca de Los Ángeles, lleno de vecinos conocidos, un colegio católico y no mucho más; Compton ni siquiera tenía salas de cine y ver una película era un acontecimiento. A los 32 años decidió tomar la cámara y, poco a poco, de forma autodidacta, se convirtió en una de las directoras más reconocidas de la industria fílmica norteamericana. Tocó todas las puertas que pudo y empezó una exitosa carrera que se mueve entre la ficción y los documentales, porque según ella, este es el género que menos presupuesto necesita y en el que más puede tener un impacto mediático.


Hay un «fantasma» que recorre varios de sus trabajos: Donald Trump. Su voz aparece en ciertos momentos como una fuerza un poco descontrolada. ¿Cómo ha tratado de entender y transmitir las fuerzas que impulsaron el ascenso de Trump al poder?

Yo aún estoy tratando de entender cómo fue posible que él regresara al poder. Pero hablando de cómo lo utilizo yo en mis obras diría lo siguiente. Trato de usarlo con mucha moderación. Por ejemplo, en la serie When They See Us, él es parte de la historia, por supuesto. Él financió toda una campaña para que se les aplicara la pena de muerte a estos jóvenes. Definitivamente pudimos haber tenido un actor que lo interpretara y crear escenas alrededor de él. Yo no quería eso, no quería darle tanto espacio en la historia. Mi interés siempre fue contar la historia de esos cinco jóvenes y sus familias. Así que solo usé unas imágenes de archivo y su voz algunos segundos. En Enmienda XIII fue un poco diferente. En la época que salió el documental (2016) él ocupaba un lugar preponderante en la política estadounidense, hablándoles a las peores partes de nuestras sensibilidades, y la gente se empezaba a inclinar hacia su discurso. Así que sentí que era importante documentar este fenómeno. Desafortunadamente, él es una parte muy grande de la cultura estadounidense hoy, y él es lo peor de ella. Igual, creo que cuando estamos hablando de historias de justicia y dignidad, por desgracia, su inclusión es algo que no se puede evitar. Así que traté de ser muy consciente de la forma en que lo utilicé. No demasiado. Solo lo necesario para exponer mi punto de vista.

Si bien sus películas tienen un tono de denuncia sobre los problemas de la sociedad, en ellas se cuela una cierta esperanza hacia el futuro. ¿Qué mantiene su esperanza en el progreso?

Tengo muchas esperanzas y lo sé basándome en la historia, que las cosas avanzan y en algunos casos mejoran. Hace diez años hice Selma, una película que no solo habla de Martin Luther King Jr., habla también de todo el movimiento de los derechos civiles en los Estados Unidos. Y ¿por qué digo esto? Porque hubo un tiempo en el que yo no podría hacer películas, hubo un tiempo en el que no podría entrar en los restaurantes a los que entro, un tiempo en que no podría hacer las compras donde las hago. También fue un tiempo en que no habría podido ser tratada por los médicos que hoy me tratan, ni podría vivir en la casa que vivo, ni en la zona que vivo y, peor aún, no podría tener una casa. Todas estas cosas han cambiado y han sido un progreso para muchos, que incluso vivieron estos cambios y están vivos hoy en día. Estas cosas pasaron en una época en la que parecía que nada se movería y que nada cambiaría porque nada había cambiado antes. No había precedentes. Ahora hay precedentes, las cosas han cambiado, las cosas han sucedido, las cosas han avanzado y puede que sea lentamente y puede que no sea tan rápido como esperamos, pero el cambio llega. Y, ya sabes, tenemos que inclinarnos hacia el futuro con esperanza porque tenemos pruebas del pasado, ¿verdad?

«Desafortunadamente, Trump es una parte muy grande de la cultura estadounidense hoy»

¿La llegada de Trump no le parece un muro contra esa esperanza?

Para mí se siente como si hubiésemos dado varios pasos hacia atrás en este momento. Para las personas que no apoyan a Donald Trump se siente como un retroceso y parece como si fuésemos a seguir deslizándonos hacia atrás durante los próximos cuatro años y tal vez incluso más. Pero no podemos perder la esperanza de que habrá progreso; tenemos que luchar por ello. Y eso es lo que me da luz para el futuro.

Ya que habló de su película Selma, ¿qué siente ahora que ya han pasado 10 años desde su premier?

Hace mucho tiempo que no la he vuelto a ver, pero estoy muy orgullosa de ella, porque es una película que ha perdurado; es una película que la gente sigue viendo. Todavía se enseña en las escuelas y en todas partes donde voy la gente me habla de ella. Creo que es porque trata sobre el doctor Martin Luther King Jr. y sus enseñanzas, que son atemporales y siguen hablándonos hoy. Esto es lo que mantiene la relevancia de la película. Para celebrar los diez años, nos reuniremos con todo el elenco, y la película será proyectada en el Museo de la Academia. Estoy muy orgullosa de la historia que cuenta Selma; así mismo espero que veamos más películas como esta, películas que realmente puedan inspirar y nos ayuden a saber que el pasado es una marca o un vestigio de cómo podemos cambiar las cosas en el futuro.

¿Cómo entiende su papel de directora a la hora de combinar elementos como contar una historia y el activismo político, especialmente en obras como Origin, donde aborda problemas sociales tan actuales?

Realmente yo veo las películas como una herramienta que nos permite dar a conocer cuestiones sobre las que casi no se habla o nos permite amplificar puntos de vista que merecen ser escuchados. Al mismo tiempo son entretenimiento, son algo que nos debe divertir. Pero creo que nunca debemos olvidar el poder que tiene una película como herramienta, o como una fuerza, para alcanzar la justicia o la dignidad. Las historias que combinan todo esto son las que realmente disfruto contar.

En Origin, de hecho, explora un tema como la desigualdad a nivel global, y cómo esta puede conectar diferentes experiencias de exclusión e injusticias. ¿Cómo influyó el proceso de realización de la película en su visión de la sociedad? ¿Cambió en algo su mirada?

Por supuesto, todas las películas que hago terminan por cambiar algo en mí. Cada vez que dirijo una película estoy aprendiendo, es como si estuviera tomando un curso universitario sobre el tema que exploré. Siempre terminan por cambiar mi punto de vista, por iluminar mi sentido de la imaginación y enriquecer mi comprensión del mundo. Es imposible compartir cualquier conocimiento o idea si no lo he aprendido antes. En el caso particular de Origin fue muy intenso, para comprender el concepto de casta tuve no solo que leer el libro de Isabel Wilkerson, también tuve que comprender la historia de países como la India o la propia Alemania. Pero este proceso no deja de ser un privilegio.

«Creo que nunca debemos olvidar el poder que tiene una película como una fuerza para alcanzar la justicia o la dignidad»

Al punto de que en un momento decide que, si la película no se graba en la India o en Alemania, los lugares de los que habla, esta no tendría mucho sentido. ¿Qué la llevó a tomar dicha decisión?

Mucho de lo que leí cobró sentido cuando fuimos con todo el equipo a estas locaciones. Haber filmado, por ejemplo, en el mismo lugar en Berlín donde tuvo lugar la quema de libros por los nazis o el simple hecho de ir a India y comprender sus sonidos es algo que nunca hubiésemos logrado en un estudio. Estar con la gente, entender el ambiente, recorrer las calles, permite entender las instituciones culturales que rigen el país. Estar en el lugar real da cierta calidad estética, sí, pero al mismo tiempo nos enseña al momento de hacer la película a ser más precisos y a estar más en sintonía con aquello que pasó y queremos contar.

Una de las sensaciones que tuve al terminar de ver su documental Enmienda XIII fue la de una rabia profunda. La rabia es a menudo una respuesta poderosa a la injusticia, pero puede resultar paralizante en algunos momentos. ¿Se ha planteado usted cómo transformar la rabia colectiva en relatos que inspiren un cambio social tangible?

Sí, entiendo ese sentimiento del que habla. Y lucho a menudo con eso, porque después de ver mis películas, muchas veces la gente se me acerca y me dice: «Dime qué tengo que hacer», y yo no tengo la respuesta. Mis películas no tienen respuestas, creo que las hago para que quien las vea salga con muchas preguntas y sepa que la respuesta solo podemos darla nosotros mismos. ¿Y por qué no me gusta, a veces, tener una respuesta? Porque soy consciente de que lo que yo haga será diferente de lo que haga otra persona, pero el objetivo es que uno piense en ello, que piense fuera de sí mismo. Me interesa que la gente salga armada con información y que con eso encuentren una forma de hacer algo frente a eso que los indigna.

«Mis películas no tienen respuestas»

¿No le gustaría poder dar esas respuestas?

Por mucho tiempo traté de responder a las preguntas que surgían y, sobre todo, a qué hacer luego. Decía: haz una donación a esta causa, haz, ve u organiza una marcha, pero me di cuenta de que no todos reaccionamos igual. No hay una prescripción o una receta para hacer justicia. Cada uno tiene que hacer lo mejor que pueda y luchar contra ello, pero sé que es difícil. Cuando me hacen esa pregunta de qué hacer, yo también me enfado mucho porque tampoco sé qué hacer, pero creo que está bien no saberlo. Tal vez la respuesta no llegue inmediatamente después de ver una de mis películas, tal vez llegue en tres meses o en un año o dos años. Entenderemos algo de forma diferente, responderemos a algo de forma diferente, querremos estar a la altura de las circunstancias de forma diferente, y esas cosas importan.

Usted ha sido muy crítica con la forma en que Hollywood funciona. Desde el poco acceso de las minorías hasta una estructura patriarcal. ¿Cuál es su relación con la industria del cine?

Creo que es un negocio que está cambiando y en el que hay muchas incógnitas. Salimos de una pandemia, luego tuvimos las huelgas, y ahora, incluso en nuestra industria, estamos siendo golpeados muy duro por los incendios forestales de Los Ángeles. Muchas personas que trabajan en la industria, muchos ejecutivos, muchos creativos, muchos miembros del equipo perdieron sus casas. Esto es un gran contratiempo. Además, esta era una industria que ya tenía grandes desafíos, que van desde lo económico; empresas que se fusionan y consolidan grandes grupos. Esto hace que los cineastas y los creativos tengan menos opciones o un espacio más reducido para producir sus películas. Sin embargo, creo que los artistas deben, o debemos, recordar que nuestro trabajo tiene que estar separado del de la industria. Los artistas siempre encontraremos la forma de conectar con las personas, y puede que esto ya no se haga de la forma tradicional. Ese es nuestro reto: encontrar nuevos caminos para hacer esas conexiones, y será más difícil, pero es posible.

A la hora de crear una película, ¿qué elementos considera indispensables para su éxito, ya sea en términos de resonancia emocional, profundidad intelectual o dominio técnico?

Creo que los elementos de una gran película son que te haga sentir. A veces veo una película, que es un éxito en taquilla, y es como si solo algo estuviera pasando por mis ojos, y no siento nada. Pero a veces veo otra película, que es un gran blockbuster, y estoy emocionada y encantada. A veces veo una pequeña película independiente y no siento nada, pero lo mismo: otras me hacen llorar y me llenan de alegría; las películas tienen que generar sentimientos. Cuando hacemos una película, cada línea, cada elección sobre el vestuario, el color de la silla, dónde va a ir la luz, cómo dice el actor el diálogo, la música que ponemos en la escena, todo ello contribuye a evocar sentimientos, si tenemos éxito. Esos son los elementos que forman parte del oficio: intentar provocar un sentimiento en el observador. Y cuando haces eso, no hay nada mejor. Es adictivo, por lo cual espero hacer muchas más.


Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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