Virginia Feito: «El humor es la vaselina para colarte lo gore»
La novelista Virginia Feito vuelve con "Victorian Psycho" (Lumen), una historia de ambiente victoriano y suspense psicológico que revisa las novelas de aquella, pero con una moderna asesina en serie digna de Tarantino o Easton Ellis. La entrada Virginia Feito: «El humor es la vaselina para colarte lo gore» aparece primero en Zenda.
Parece tímida, pero no lo es. Sin pelos en la lengua, ganas de cortar los corsés, un humor negro políticamente incorrecto y un talento indiscutible para el suspense y la psicología de personajes, Virginia Feito, que se convirtió con su primera novela, La señora March, en un fenómeno editorial, ha convertido la novela victoriana en un espectáculo macabro, digno del mejor Tarantino. Con un personaje sin ataduras sociales, divertida, cruel y una importante psicopatía, está Winifred Notty (Victorian Psycho, Lumen), que nadie sabe quién es, de dónde viene y cuál es su historia, es una digna heredera del Patrick Bateman de American Psycho. Una dama nada usual, como su propia autora, que viste con elegancia, pero le chirrían las convenciones, y que se ha propuesto romper estereotipos, cambiar la partitura del siglo XIX y, con una modernidad delirante, mostrar que la época de Dickens no era hermosa, como retratan las películas, y que poseía un buen octanaje de crueldad y violencia soterrada hacia las mujeres, los niños y los desfavorecidos.
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—Comencemos por la dedicatoria, donde hace mención a la oscuridad que tiene.
—Estoy diagnosticada como TOC. Trastorno obsesivo compulsivo. No sé si será por eso, pero soy muy quejica. Me quejo de todo y todo me duele mucho y me cuesta mucho en el día a día. Me despierto quejándome y me acuesto quejándome. Mi marido está encantado. (Risas) No, es broma. No le gusta nada. (Risas)
—¿Cómo ha influido eso en su literatura?
—Me ha hecho una escritora más detallista y obsesiva. Quizá porque soy obsesiva en general, soy muy observadora. Sobre todo, reparo en los detalles de la gente y en el ambiente. Me afectan mucho los olores, las luces, las texturas. Así, en general, me incomodan y lo odio todo. (Risas) También me ha dado cierta oscuridad que, creo, no tendría de otra manera, porque he tenido una vida privilegiada. Hay que reconocerlo. Así que supongo que es mi manera de torturarme sin razón. Y así es mi día a día. Me acuerdo de que algún psicólogo me recomendó medicarme y llegué a pensar: «Guau… ¿qué pasaría si no tuviera TOC? ¿Sería otro ser humano? ¿No quieres probarlo?». Pero mejor no, porque ya no sé cuánto es TOC o no; cuánto puedo justificarme con él y cuánto es una personalidad quejica.
—Reparar en los detalles de los demás, ¿qué le ha hecho eso descubrir del ser humano?
—Es una virtud, a menos que te importe todo, todo el rato, que sufras constantemente por cosas por las que no deberías sufrir. Pero sí me gusta fijarme en la gente porque me parece fascinante. ¿Qué he comprendido del ser humano? Pues que todos somos fascinantes. A mí me fascina el ser humano. Me parece muy interesante. Hasta la persona más sencilla es muy compleja. Pero fijarme en todo es algo que me pasaba ya desde pequeña. En casa de mis padres hay un baúl donde mi madre lo guarda todo. Ahí hay notas de un profesor mío de cuando tenía cuatro o cinco años y ya especificaba que era muy observadora y muy diplomática y que me fijaba en el comportamiento de los otros niños.
—¿Diplomática?
—Sí, porque tenía mucho cuidado de no ofender a los demás o de cómo decía las cosas.
—Lo que dice ahora por escrito no es diplomático, la verdad.
—(Risas). Para nada. De hecho, no son políticamente correctas, ¿verdad? Pero una cosa es la literatura y otra las personas con las que me tomo un café. A mis personajes los puedo torturar sin problema. No me pueden denunciar. Así que no pasa nada.
—Winifred Notty es su nueva protagonista. ¿No le da miedo?
—He sentido la necesidad de crear alguien mala en este libro. Y es verdad que todo me da miedo. Tengo mi miedo a estar enferma. Miedo a las bacterias, miedo al ruido… Todo eso parece que me da un miedo que, en realidad, es muy épico. Escribir sobre cosas oscuras es terapéutico, supongo. Por otro lado, convencer al lector de que todo da mucho miedo es como un triunfo personal… para que todos me den la razón y que mi marido vea que no yo soy una quejica. (Risas) Pero es que el mundo es un sitio que da mucho miedo. Deberíamos estar todos tirándonos de los pelos. Gritando. Y luego, en esa oscuridad, también hay un porcentaje de morbo. Esto es lo fascinante del mal y de la oscuridad.
—¿Somos unos inconscientes porque no nos da miedo el mundo?
—Pues sí, pero supongo que por supervivencia tenemos que olvidarnos, porque de lo contrario, si nos damos cuenta de todo lo que ocurre alrededor y lo tenemos en cuenta, creo que nos volveríamos locos. ¿Lo ha pensado? Por ejemplo: ¿cuántas especies de bacterias hay ahora mismo andando por nuestras caras? Son casi invisibles, pero están ahí, comiendo, defecando, reproduciéndose. En nuestra piel. Ahora mismo. ¿No es de locos? Si reflexionas mucho sobre este asunto, ni sales de casa, claro. ¿Cuántas veces te puedes morir a lo largo del día? Muchísimas. Lo que pasa es que, claro, hay que avanzar y vivir, y progresar. Por supervivencia somos inconscientes. Es eso.
—¿De dónde viene Victorian Psycho?
—Fue una voz. Es lo primero que me vino. Se me ocurrió. Estaba en la cama y era muy pronto por la mañana. Ella, Winifred, me cayó fenomenal. Enseguida. Me apeteció perseguir a este personaje porque era fresco y eso es algo que envidio mucho. Ella disfruta mucho y le da igual todo, que es justo lo contrario que yo. Eso ya me atrajo. Y luego está la época victoriana, que siempre me ha encantado porque es muy contradictoria. No es como lo más acogedor y navideño que existe, a pesar de que tengamos esa imagen, porque, en verdad, tiene un lado oscuro, abusivo, machista y terrorífico. Me apetecía toquetear por ahí. Y explorar esa voz, que estaba claro que era la de una psicópata desde el principio, porque a nadie puede importarle todo tan poco y no tener algún problema mental. Pero esas primeras palabras resultaban muy específicas. Ahí estaba la personalidad de un personaje y, como dicen los actores, me metí en él.
—¿Es una venganza contra la novela victoriana?
—¡Ay, no! ¡Porque me encanta la novela victoriana! Me siento culpable por eso, porque no quería vengarme de ella. Para mí es más una oda que una venganza, en realidad… pero a mi manera, por supuesto, para no hacer lo mismo que ellos.
—Pero sí es contra las convenciones victorianas.
—Sí, eso, sí. Sin duda. En aquel momento existían presiones sociales absurdas y había como mil reglas que debían contemplarse en la sociedad. Pero, a la vez que reconocemos esa presión, es curioso que también nos inspire cierta nostalgia. Es contradictorio. Por un lado, seguro que echamos de menos la campana que anuncia que tienes que vestirte para la cena, pero, por otro lado, era una época totalmente cruel. Oliver Twist es una obra bastante dura. En general, todo Dickens es bastante duro. Lo que pasa es que también ensalza lo bonito que había, porque debió de ser espectacular, si hacemos caso a las películas, aunque claro que ahí no puedes oler los excrementos de los caballos, ni tampoco a través de la literatura. Ellos, en ese momento, no sabían lo mal que estaban. Y desde luego, no estaban preparados para leer una novela como esta. No había tanta libertad en cuanto a mostrar la oscuridad en el arte o la escritura. En las calles poseías toda la libertad del mundo para matar al prójimo, pero no podías contarlo en un libro.
—¿Qué detesta de las convenciones?
—Por supuesto, todavía hoy existen muchas presiones sociales. Aparte de la estética, en el caso de las mujeres también pesa el ser agradable y atractiva. En esto os habéis librado más los hombres, porque en esa época también tenían que esforzarse y vestirse para la cena, como nosotras, y ponerse ciertas prendas y unas botas incómodas. Pero la presión de estar guapas continúa para nosotras. En Occidente hemos mejorado las mujeres, porque, por citar algo, podemos trabajar, aunque eso no sucede en Afganistán.
—Fue más duro para vosotras abrir el camino.
—Dickens intentó recluir a su mujer en un sanatorio mental. Y casi lo consigue. Todo porque se quería divorciar. Empezó a dejar pistas para insinuar que estaba loca. Ella se enteró, se puso firme y dijo que estaba bien y le concedió el divorcio. Qué horror. Aparte de eso, no importaban demasiado las mujeres ni tampoco su opinión ni nada.
—¿Se ha impuesto la corrección política como convención?
—No soy políticamente correcta y me gusta sentirnos libres al hablar. Entiendo los que dicen que bueno, que si no suscribes eso, también tienes que atenerte a las consecuencias si ofendes a alguien. Pero no me gusta el miedo en las opiniones. Es un peligro. En la literatura se puede apreciar a la hora de maquillar el lenguaje. Es un tema interesante.
—¿Por?
—Pensé mucho en esto una vez. Recuerdo que un editor me dijo que debía tener a los lectores en la cabeza. Me frustraba pensar que estaba escribiendo algo que les pudiera impresionar o gustar a ellos y no algo genuino que me saliera de dentro. Eso es terrorífico, al menos para mí. Es verdad que tenemos que escribir para los lectores. Mi primera versión de este libro era durísima y hubiese sido un error. Era muy severa con el lector. No le ofrecía ningún tipo de concesión… Cuando me comentaron que un libro, al fin y al cabo, es para el lector, me generó un dilema. Si piensas demasiado en el lector, no te arriesgas a escribir algo que sea genuino. Tengo una batalla alrededor de este tema, pero no creo que haya retirado mis valores. Le voy a contar una anécdota: en este libro la protagonista mata con una escopeta. Los editores me preguntaron si la elección de ese arma resultaba necesaria, porque en Estados Unidos sería una escena muy impactante porque ahí hay tiroteos en colegios americanos y mueren muchos niños, como en mi libro… Un dilema. ¿Qué haces? ¿Cambias una escopeta por una ballesta? ¿Te traicionas por incluir ese detalle? ¿Lo haría al final? Tendréis que leerlo para saberlo… Aquí hay que reflexionar sobre si es importante ese objeto, qué batalla quieres luchar tú como autor y a dónde quieres llegar con esto. En general, no me he censurado. Pero al fin y al cabo es una historia narrada por una psicópata y no vamos a ser inocentes en este punto.
—Su libro me recuerda a Daphne du Maurier, la autora de Rebeca y Los pájaros.
—Rebeca es género gótico y me encanta. No es la época victoriana, pero hay una casa y una mujer volviéndose loca, y la película de Hitchcock es maravillosa. También hay clases sociales, aparece el servicio y el hombre misterioso que estaba muy de moda en la época victoriana y que básicamente era abusivo, pero que, en cambio, todas se enamoraban de él. Hay muchas Rebeca en el mundo. Seguro. Pero en mi libro sobre todo hay mucho de las hermanas Brontë, de su biografía, de su vida real. El colegio al que iban, la mordedura que una recibió de un perro.
—¿Qué le sedujo de la protagonista, la institutriz?
—El humor y la indiferencia, porque al ser tan cruel y tan indiferente me ofrecía una paradoja maravillosa. A veces resulta cercana, pero que nadie se confíe. Solo es para mantener la máscara. Hay que tener en cuenta que ella nos está manipulando a lo largo de toda la novela. Dice que ha dicho cosas que yo no me creo que haya hecho. Siente también atracción por cosas desagradables y asquerosas, como las bocas reducidas a encías y cosas así. Luego parece muy humana. Hasta que se enfada. Como todos estos psicópatas, resulta encantadora y es muy charming hasta que vas y le resultas molesto.
—¿Le gusta manipular al lector en sus libros?
—(Risas). Sí, lo intento, pero creo que no soy tan lista. Lo intento a través de los personajes, lo que pasa es que te puede funcionar o no… Por eso empleo la primera persona, para que no se sepa si ha pasado o no, si es verdad o no lo que se dice que ocurre. Eso me gusta mucho… Crear un personaje me parece lo más satisfactorio que hay. Coger características humanas, actitudes, expresiones y generar un ser. Darle el equilibrio perfecto para que no caiga a todos bien o mal. Si cae bien o cae mal es que lo que has creado no es suficientemente complejo.
—Su protagonista es una antiheorína.
—Más bien es una villana. Yo creo que lo es, pero siempre depende de lo bien que caiga. Y eso estará determinado por lo que los lectores estén dispuestos a entenderla y a justificarla. Pero ella es una malvada. Creo que es un buen disfraz de Halloween. Junto al de Freddy Krueger y Jason, de Viernes 13. Pero me gustaría escuchar también a alguien que piense que es una incomprendida. Ella tiene un gran sentido del humor, y a veces eso a mí me gana por encima de casi cualquier otra cosa. Pero bueno, es mala… Mata bebés y animales. Mata gente inocente y que es buena, aparentemente. Sí, es mala, creo que es mala. (Risas)
—¿El humor?
—Sirve para decir cosas que no pueden decirse de otra manera. Lo que pasa es que también el humor es importante, porque ella te está manipulando y ella ve sus acciones divertidas. A ella todo le parece estupendo y se lo está pasando genial. Ella lo dice para invitarte a pensar que no está tan mal y que en realidad es muy divertido y genial lo que hace. El humor, entonces, tiene dos funciones. Como escritora el humor me ayuda a contar estas cosas. La otra es que el humor es la vaselina para colarte lo gore.
—¿No le da miedo que caigan bien este tipo de personajes?
—No, porque al final no es el arte lo que genera violencia. Solo es entretenimiento. Si hablamos de personas que pueden tomarlo como inspiración para hacer algo malo, entonces debemos concluir que no es un problema del producto, sino de la persona. A mí, en particular, siempre me han gustado los personajes desagradables. Cada vez hay más. Y me alegra comprobarlo. Se está mejorando en este sentido. Antes los lectores eran muy reacios a disfrutar de obras con personajes desagradables. Esto ha cambiado hace poco. A mí me encantan. Me parecen interesantes. En los otros, los que resulta agradables, la verdad, no sé dónde está el conflicto y me aburro con ellos.
—Hablando de crueldad, ¿influye la infancia, como en el caso de su protagonista? Su madre no la trata bien.
—Esa es la duda. No lo sabemos, y eso es algo que me frustra mucho. Me gustaría saberlo. He estudiado muchos casos diferentes. Es verdad que por lo general los asesinos en serie no han tenido una infancia. Ninguno. Ahora, por tener una infancia infeliz no te conviertes en un asesino en serie. ¿Cuánto influye? Esto es lo fascinante, porque tomamos decisiones en el subconsciente a medida que el cerebro se va formando. La verdad es que todos parecemos muy normales, pero en el fondo no lo somos. Y ahí entra también en juego la definición de lo que es normal. Todas las decisiones que se toman a lo largo de un día son interesantes para conocer mejor estos aspectos. Pero en general, todas las personas tenemos dentro más oscuridad de la que creemos.
—¿Qué le asusta más de la psique humana?
—Es toda una pregunta. Le diré: me asusta la pérdida del individuo. Me asusta la masa, la mentalidad de la masa, la capacidad que tiene el ser humano para perder su propia identidad a favor del grupo. Esto sucede mucho hoy. En muchos casos. Ahí están las sectas. Pero ver cómo se pierde la individualidad y cómo las personas se disuelven en un grupo es lo que más miedo me produce. Que el hombre, como individuo, se pierda a favor de una mentalidad de grupo para mí siempre es algo peligroso, porque raras veces es para hacer el bien. Pero a cualquiera le debería asustar que los demás pierdan su propia personalidad o que renuncien a ella para ir con otros en la misma dirección.
—Esta es una época de perder la individualidad, de mucha alineación política, cultural…
—Sí, eso es verdad. Pero es muy contradictorio, porque también es un tiempo de enorme narcisismo, de mucho yo, yo, yo. Se dan los dos fenómenos a la vez. Es un momento muy extraño por eso. Toda la culpa es de internet. (Risas) No, no… Pero es cierto que el individuo ahora está por encima de todo. Hay bastante egoísmo. Yo y mis necesidades, yo y mis derechos, lo que me ofende a mí, pero a la vez hay una adhesión a lo que dicen todos, a cómo debo sentirme… Es curioso.
—¿Eso está sucediendo con Trump?
—Sí, en política pasa mucho lo de perder la identidad. Pero eso también lo he visto en el Partido Demócrata y sus votantes. Lo he presenciado en ambos casos, tanto los que han votado a Trump como los que han votado a Kamala. La política inspira mucho ese tipo de mentalidad de masa. Las ideologías, en general, lo respaldan. Cuando ya estás defendiendo una ideología caiga quien caiga y no tienes la capacidad de reconocer que igual esto no lo han hecho bien los que apoyas, y te sientes incapacitado para decirlo, es que ya has suscrito una ideología, y tu individualidad y tu personalidad ya no existe para estar a favor de ese partido.
—Winifred, su protagonista, no tiene ese problema.
—Sí, está rebelándose contra las tradiciones que se asumen a ciegas en la época y esas costumbres que nadie pone en duda. Esto es algo que hacemos también mucho. Hay ciertas tradiciones que repetimos porque eso es lo que se hace, ¿no? Creo que hay que destruir las tradiciones de vez en cuando. Habría que limpiarlas, agitarlas. ¿No estaría mal cuestionarlas de vez en cuando? Aunque eso genere polémica dentro de un grupo o una familia. Estaría bien hablarlo. Aunque eso escandalice, aunque últimamente todo nos escandaliza.
—Hay muchas escritoras que escriben sobre violencia.
—Es verdad, y de hecho los libros que más me han traumatizado son probablemente de mujeres. Yo me alegro. Me parece muy bien porque eso no lo podíamos hacer hasta hace no tanto. Pero es genial. Si nos apetece…
—En su caso, la violencia también es psicológica.
—Hay escenas que no son cómodas en mi libro. Una parte de la descripción violenta la dejo en la atmósfera. Pero aquí hay otro componente. El hecho de que la asesina sea una mujer me interesaba mucho, porque lo hemos visto bastante menos. No tenemos referentes de asesinas en serie. Nuestros referentes son asesinos. Hasta hace poco, ellas empleaban el veneno, la asfixia con una almohada… Las mujeres no solían coger un hacha y abrirle la cabeza a un individuo. Me parecía muy interesante explorar por qué no meternos en una violencia más tradicionalmente masculina.
—¿Le gustaría que en el imaginario popular Winifred se codeará con Patrick Bateman, de American Psycho?
—¡Sí! Mucho. ¡Más quisiera yo! Pero eso no dependerá de mí. Los dos se llevarían mal porque los dos odian al ser humano y a Patrick Winifred le parecería gorda y fea y la despreciaría para siempre. Si se enfrentaran, bueno, ganaría él porque tiene más fuerza física. Es un hombre… Pero me encantaría que en el imaginario popular estuviera a su lado. Claro que sí. Pero no puedo pedir eso. Solo esperarlo. ¿No? De lo contrario podría parecer avariciosa. Y no es correcto parecer avariciosa, ¿verdad?
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