Todo el apoyo, presidenta
La regresión autoritaria se ha consumado y la ausencia forzada de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, del acto que conmemoró la promulgación de la Carta Magna de 1917, es otra prueba adicional de ello.
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Presidenta, nunca esperamos los mexicanos un embate así contra el país. Merece usted todo nuestro apoyo, la unidad en torno a su persona por lo que usted representa. Su lucha es la nuestra porque está usted defendiendo a México ante sus enemigos. Sí, estos argumentan que les favoreció el voto popular y que por ello cuentan con el apoyo ciudadano para ejercer su embate. Pero una boleta electoral no es un cheque en blanco que puede esgrimirse como un permiso para pisotear sin piedad, ya no digamos sin decencia. Pero el enemigo está sobrado.
Muchos, presidenta, ya se hubieran doblegado ante el adversario, cedido ante la brutal presión a la que usted ha sido sometida. Quizá muchos entenderían que hubiera sacado la bandera blanca, aceptado las múltiples e irrazonables demandas que ha tenido que enfrentar desde su cargo. Todo con tal de llevar la fiesta en una relativa paz.
La pelea es desigual e injusta, la asimetría de poder clara para cualquier observador. Que se mantenga en pie, además con una extraordinaria dignidad, enaltece a su persona y cargo, presidenta. No hay forma alguna en que el México que usted representa pueda ganar y ha optado por el mejor curso que tiene a su alcance: evitar en lo posible la confrontación directa, no descender a ese cuadrilátero de lodo al que quieren bajarla para que se rebaje al nivel del enemigo. Cuando llegue el fin de su encargo, podrá mirar a los ciudadanos a los ojos, con la frente en alto y las manos limpias de ese fango que el enemigo no se cansa de arrojar.
El juicio de la historia, presidenta, puede parecer un consuelo menor, el tener la certeza de que finalmente el tiempo le dará la razón. En estos momentos de ataques a su persona y aquellos que la rodean, pensar en un futuro lejano puede parecer algo nimio, pero sus acciones del pasado serán aquilatadas plenamente en el futuro por muchísimos mexicanos, conscientes que hizo lo imposible por defender al país y sus instituciones.
Por ello, ministra presidenta Norma Lucía Piña Hernández, deberá siempre estar profundamente orgullosa. El último gesto infantil de Claudia Sheinbaum, transformar un acto institucional y republicano en una fiesta privada en que ella elaboraba la lista de invitados, representó una falta más de respeto al país, abonando en esa actitud de arrogancia y prepotencia que tanto ha caracterizado a la actual titular del Ejecutivo, siempre subordinada a la escuela y estilo de su hoy escondido antecesor.
La destrucción de un país nunca es meritoria de aplauso. México ya no es una democracia aunque por inercia muchos así lo sigan creyendo. La regresión autoritaria se ha consumado y su ausencia forzada, de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, del acto conmemorando la promulgación de la Carta Magna de 1917, es otra prueba adicional de ello. Quizá le consuele saber que realmente no se trató de la celebración de un nacimiento republicano, sino de su velorio y entierro. Ni el PRI en sus peores tiempos de imposición autoritaria se atrevió con tanto descaro a destruir el equilibrio entre los poderes de la Unión. Quizá porque muchos de los presidentes que emanaron de sus filas eran abogados, o tal vez por un mínimo de pudor del que hoy carecen los morenistas, una tribu degenerada de lo peor del priato.
Por ello, ministra presidenta Norma Piña, todo nuestro apoyo en estos tiempos oscuros para una nación que hoy, si se le quiere llamar república, hay que adjetivarla como bananera.