Stendhal padece su síndrome

Es probable que un día como hoy, el 22 de enero de 1817, Stendhal visitase la basílica de la Santa Cruz, allá en Florencia, y, extasiado ante la belleza de aquel templo, donde entre las de otros muchos se admiran obras de Giotto, Donatello o Filippo Brunelleschi —arquitecto que fue de la capilla Pazzi, ya en el exterior, aunque aún dentro del recinto, justo al este de su primer claustro— sintiese su famoso vértigo, su mareo, su taquicardia. La entrada Stendhal padece su síndrome aparece primero en Zenda.

Jan 22, 2025 - 08:22
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Stendhal padece su síndrome

Es probable que un día como hoy, el 22 de enero de 1817, Stendhal visitase la basílica de la Santa Cruz, allá en Florencia, y, extasiado ante la belleza de aquel templo, donde entre las de otros muchos se admiran obras de Giotto, Donatello o Filippo Brunelleschi —arquitecto que fue de la capilla Pazzi, ya en el exterior, aunque aún dentro del recinto, justo al este de su primer claustro— sintiese su famoso vértigo, su mareo, su taquicardia: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”, escribe en su Roma, Nápoles y Florencia (1817), sin duda el más célebre de sus libros de viajes. Máxime desde que, ya en 1979, la psiquiatra Gabriella Magherini diera el nombre del escritor a ese síndrome (éxtasis) ante la belleza que sienten los por ella llamados.

Sin embargo, según sostiene el profesor de lengua y literatura francesa Carlo Cordié, que impartió sus enseñanzas en la universidad de Florencia entre 1958 y 1980, a la par que publicaba crítica de altura en la prensa más exquisita, ese viaje es ficticio. Indiscutiblemente, el viaje es imaginario. Pero Stendhal fue un auténtico enamorado de Italia desde que en 1801, ya con el dominio de Napoleón consolidado en el norte de aquella península, el escritor, en aquella sazón un subteniente de dragones de la Grande Armée, integró el estado mayor de uno de sus generales —Michaud Claude Ignace François— y se enamoró perdidamente del país que el ejército del que él formaba parte profanaba. Ya entonces, Stendhal quedó fascinado con la música de Rossini, a quien dedicará una biografía que no verá la luz hasta 1823. Licenciado del ejército en 1802, deja a Napoleón con el duelo que mantiene contra toda Europa y se instala en Milán —con posterioridad incluso llegó a ser cónsul en Civitavecchia— para dedicarse a sus amores y a las letras. Recuérdese que en sus páginas da los nombres y apellidos de una veintena de damas con las que tuvo intimidades.

"No hace falta rayar tan alto como el profesor Cordié: todos sabemos que Stendhal narra el periplo imaginario de un caballero alemán, berlinés para más señas"

Mas los galanteos de este maestro de la novela decimonónica francesa —así, en bloque, una de las mejores novelísticas que la historia registra, toda ella un momento estelar de la humanidad en sí misma— no incumben a estas humildes líneas. Estamos con el Stendhal que amó a Italia nada más verla. Nadie pone en duda aquella pasión. Lo que sí discute el profesor Cordié es que el éxtasis —“eso que en Berlín llaman un ataque de nervios”, apunta el francés— fuera cierto tal y como nos lo cuenta. El italiano “niega la mayor”, como dicen aquí y ahora los comentaristas televisivos, en la entrada que le dedica en el Bompiani, nos habla de un “itinerario ficticio de un viaje hecho en 1816-1817, de Milán a Bolonia, Florencia, Roma, Nápoles y nuevamente Roma, Florencia, Bolonia, Ancona, Padua, Venecia y Milán. En realidad, Beyle [verdadero apellido de Stendhal], solo vio Padua y Venecia en 1813 y 1815”.

Habida cuenta de la excelencia de los spots publicitarios españoles, que en el caso del de aquel coche que popularizó el Síndrome de Stendhal supo lanzar su mensaje con mucho más acierto que el siempre tosco didactismo del cine políticamente comprometido, yo me inclino por los que creen que un día como hoy de hace 208 años el escritor sintió su famoso éxtasis. No hace falta rayar tan alto como el profesor Cordié: todos sabemos que Stendhal narra el periplo imaginario de un caballero alemán, berlinés para más señas. Pero a qué poner en duda que Stendhal experimentó su síndrome, como su protagonista ante las tumbas y cenotafios de Maquiavelo, Galileo y Miguel Ángel y tantas glorias de la patria italiana.

"Todo vale ante el éxtasis de la belleza, menos corromperla creando estéticas basadas en una supuesta ética que no es más que la siempre infausta política"

La doctora Magherini —siempre teniendo en cuenta que la elocuencia de las estadísticas es dudosa—, en el estudio que llevó a cabo entre los años 80 y 90, describió y catalogó tres tipos diferentes de síndrome de Stendhal: el primero de ellos lo concretó en los afectados por trastornos del pensamiento: un 66 por ciento de los visitantes de Florencia, ya en la basílica, sufrió alteraciones en la percepción de colores y sonidos, además de aumento en los sentimientos de culpa y ansiedad. Alrededor de un 29 por ciento se vieron aquejados por trastornos predominantes de afectos, angustias depresivas, sentimiento de inferioridad, precariedad o insuficiencia, superioridad, euforia y exaltación además de pérdida del criterio propio de la realidad. Finalmente, un cinco por ciento de los pacientes de la doctora sintieron angustia, pánico, desvanecimientos, taquicardias, malestar epigástrico, síntomas de ansiedad.

Y seguro que no falta quien refiera la visita como un viaje con LSD 25, los tripis de cuando aún era legal el ácido lisérgico. Tiempo después de que Stendhal escribiese el más célebre de sus libros de viajes, ya andando el siglo XX, Fernando Pessoa apuntó algo también muy grave y hermoso en El libro del desasosiego (1982, publicación póstuma): “He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes había perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha escogido a la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen”.

Seguro que en la Basílica de la Santa Cruz muchos ven la gloria del Hacedor, frente a quienes ven la del Hombre —la humanidad, que diríamos ahora—. Y todo vale ante el éxtasis de la belleza, menos corromperla creando estéticas basadas en una supuesta ética que no es más que la siempre infausta política. Sin querer pontificar, ni aleccionar ni enmendarle nada a nadie, permítame el lector que me quede con el hedonismo de Stendhal en Roma, Nápoles y Florencia. Para el francés, tres ciudades del espíritu por sus conversaciones, gratas y sin censurar, sus pintores, sus músicos y “la divina armonía de sus mujeres”. Estas páginas de Stendhal son, en sí mismas, un momento estelar de la humanidad. Así se escribe la historia. Todo es gracia en ellas.

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