Sedentarismo intelectual e inteligencia artificial
Con la inteligencia artificial practico lo que considero una “lectura ampliada", compensando el trabajo intelectual que me ahorra
En estos dos años de uso más intensivo de herramientas de inteligencia artificial generativa hay una pregunta que, a menudo, me ronda la cabeza: ¿su efecto en el desempeño intelectual se parecerá al de la tecnología de navegación con GPS o al de algoritmos que nos ganan al ajedrez?.
En una entrevista en Bloomberg, el científico de IA Geoffrey Hinton afirmó que la revolución industrial hizo irrelevante la fuerza humana. Y, pronosticó, la inteligencia artificial hará irrelevante la inteligencia humana.
Es una formulación más sintetizada de posturas que nos advierten: “La mediocridad se impondrá si dejamos que un bot nos haga todo el trabajo”. O, como plantea Marcos Vázquez, las capacidades en el manejo de la información y el conocimiento de la IA nos pueden llevar a una suerte de sedentarismo intelectual de igual manera que las comodidades de la vida moderna han promovido una vida con mucho menos ejercicio físico. Y nuestro cuerpo está diseñado para moverse, mantenerse activo, ejercitar la fuerza.
Cuántas veces en la vida uno se ha cruzado con una inteligencia despierta, vibrante y creativa, que fue poco estimulada en la juventud. Privada de mejor educación, hábitos de lectura o los incentivos adecuados, se queda a medio camino de lo que podría haber llegado a ser.
¿Estamos, pues, ante una advertencia sensata o un episodio más del pánico moral para con la IA? El debate está condicionado por nuestro momento reaccionario para con lo digital e internet. Ya partimos de que se señala que la exposición a las plataformas optimizadas para nuestro ciclo de dopamina se está cargando nuestra capacidad de concentración.
“Putrefacción mental” lo llaman en Oxford como recoge Héctor G. Barnés. En mi evidencia anecdótica siento que la lectura profunda y sosegada se queda demasiado abajo ante mi nuevo umbral de estimulación. ¿Soy sólo yo y mi madurez que tiende a ver mejor el mundo cuando era más joven? En The Economist recogen datos de OCDE que reflejan un aparente estancamiento cognitivo en países desarrollados. Pero quizás uno que no podemos simplificar en exceso, apuntando sólo a la causa del impacto de internet.
¿Hay base para hablar de sedentarismo intelectual, que hay tecnologías que al adoptarlas dejamos de ejercer alguna capacidad mental que por tanto merma? Mar González Franco, una de las líderes de investigación neurocientífica de Microsoft, concluye en un estudio que, si las personas utilizan el GPS con mucha frecuencia, van perdiendo poco a poco la capacidad de crear mapas mentales. Y que eso disminuye sus habilidades de orientación y deteriora la formación de recuerdos.
¿Aplica esto a todas las disciplinas? Me atrevo a concluir que no. Cuando hemos analizado juegos como el ajedrez o disciplinas creativas como el dibujo, los datos y las impresiones personales apuntan a lo contrario. Aunque la máquina lo haga mejor no dejamos de jugar; al contrario, lo hacemos con más frecuencia. Y el ajedrez lo demuestra, nunca se ha practicado tanto como ahora, gracias en gran medida a internet.
No creamos sólo hasta que la IA pueda hacerlo mejor, lo hacemos por una necesidad, un disfrute y una vía de realización personal. Como no hemos dejado de dibujar o pintar aunque exista la fotografía. O no se abandona el tocar instrumentos por la existencia del sintetizador.
En estos dos años, en los que mi relación con la información y el conocimiento se han ido intermediando cada vez más con la IA, tengo una certeza y una duda. La primera es que cada vez lo hará más: encuentro tan práctica y productiva la traducción, el resumen, la consulta sobre la semántica con la que trabajo. La segunda, la duda, es si esto está atrofiando todavía más mi capacidad de concentrarme, profundizar por mí mismo y ser la parte creativa en la lectura y desarrollo de ese conocimiento.
En esto último me la juego. Si algo he hecho bien en mi vida y mi trayectoria es relacionar conceptos, conciliar disciplinas y hacer de puente y traductor entre visiones científico-ingenieriles y humanísticas-creativas. No descarto, por tanto, que pueda acabar en el bando ludita.
Añado otra sospecha, creo que el riesgo de sedentarismo intelectual depende de cómo aceptamos e integramos el conocimiento. En mi caso rechacé la tendencia de leer “resúmenes de libros”: no me interesa la conclusión a la que ha llegado al autor sino me explica cómo ha llegado a ella. Sin el por qué, sin los argumentos trabajados y escrutados, no permito que me convenzan de algo.
Esto me lleva al proceso con el que estoy abordando el problema del sedentarismo intelectual. He concedido parte de mi trabajo con el conocimiento a la inteligencia artificial: sintetiza y me mastica mucha información, artículos, vídeos y papers. Su procesamiento de la semántica me permite ser más productivo haciéndole preguntas a ella en lugar de realizar ese análisis siempre por mi mismo.
Pero al mismo tiempo me receto y me reservo lectura profunda. El mejor consejo que podemos dar a un adolescente me lo aplico a mi mismo. De hecho con la inteligencia artificial practico lo que considero una “lectura ampliada”. Cuando leo ensayo a menudo charlo con ChatGPT para profundizar en algún concepto, saber sobre las críticas que hay a la postura del autor y plantearle mis dudas y opiniones al respecto.
Me gusta pensar que Platón podría concluir que esta práctica mejora socráticamente la lectura. Aunque siempre he pensado que ahí se equivocaba el filósofo, que rechazaba la fijación del conocimiento en la escritura frente al diálogo y la tradición oral: lo creativo es leer.
En tiempos de notificación permanente y sobreestimulación, la inteligencia artificial me está devolviendo a la discusión y el debate en la lectura. Una aproximación más filosófica, si me lo permiten.
Imágenes: Antonio Ortiz con Freepik Pikaso