Fui prisionero en Guantánamo y me horroriza que Trump pueda mandar a migrantes a la base militar

Es un fracaso moral y envía un mensaje inequívoco: el gobierno da prioridad a la disuasión sobre la dignidad y a la crueldad sobre la compasión Trump ya ha comenzado a enviar migrantes a Guantánamo La medida del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de firmar una orden ejecutiva para ampliar el Centro de Operaciones para Migrantes en Guantánamo ha reavivado la indignación. Su objetivo es que la base militar, situada en territorio cubano y tristemente célebre por haber servido como centro de detención de presuntos terroristas, albergue hasta 30.000 migrantes considerados “extranjeros criminales de alta prioridad”. Para muchos, entre los que me incluyo, esta decisión es un doloroso recordatorio de la oscura historia de la base militar, una historia marcada por la tortura, la detención indefinida y la deshumanización sistémica. La Bahía de Guantánamo, cuyo nombre es sinónimo de abusos contra los derechos humanos, fue reconvertida en 2002 por el entonces presidente George W. Bush y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld en un centro de detención para personas calificadas como “lo peor de lo peor”. Hasta ese momento servía de base naval y había albergado a migrantes durante la crisis de los balseros de los años noventa. Yo fui uno de esos detenidos: secuestrado, encadenado y transportado como mercancía, con los ojos vendados y sin conocer mi destino. Todavía me persiguen los recuerdos del motor de los aviones militares, los soldados que ladraban órdenes y los gruñidos de los perros guardianes. El gobierno estadounidense justificó nuestra detención presentándonos como terroristas peligrosos, una narrativa que permitía el encarcelamiento indefinido sin cargos ni juicio. Ahora, más de veinte años después, se está construyendo una narrativa similar. La retórica de Trump de etiquetar a los migrantes indocumentados como “los peores inmigrantes ilegales delincuentes de todo el mundo” es una táctica deliberada y deshumanizadora que abre la puerta a más abusos bajo la excusa de la seguridad nacional. Esta decisión no es solo un cambio de política; es un fracaso moral. Estuve detenido casi 15 años en Guantánamo sin el debido proceso, sufrí torturas y fui sometido a condiciones inhumanas, así que puedo dar fe de la capacidad para la crueldad de las instalaciones. Compartí esas jaulas con hombres inocentes e incluso con niños, todos ellos víctimas de un sistema diseñado para despojarlos de su humanidad. Guantánamo sigue siendo uno de los centros de detención más costosos y herméticos del mundo. Su remota ubicación y sus estrictas medidas de seguridad garantizan que las atrocidades cometidas entre sus muros permanezcan ocultas al escrutinio público. Cuando tomó la decisión de recluir a los migrantes en la base militar, el gobierno estadounidense envió un mensaje inequívoco: prioriza la disuasión sobre la dignidad y el castigo sobre la compasión. Esta medida es la culminación de años de retórica. Durante la campaña de 2016, Trump prometió no cerrar Guantánamo. En 2019, planteó la idea de clasificar a los migrantes como combatientes enemigos y enviarlos allí. La nueva orden ejecutiva hace realidad esas amenazas. ¿Pero a qué precio? ¿Cuántos inocentes serán sometidos a detención indefinida, despojados de sus derechos y aislados del mundo? ¿Cuántas familias se verán separadas y obligadas a soportar condiciones que desafían la decencia humana básica? La base militar de Guantánamo ha simbolizado durante mucho tiempo la injusticia y el abuso de poder. Ha sido un campo de pruebas para la tortura y la detención indefinida, un lugar donde el Estado de derecho no existe y se niega la justicia. La decisión de reutilizarlo para la detención de migrantes es un duro recordatorio de la voluntad del gobierno estadounidense de eludir las normas internacionales en favor de la conveniencia política. La estrategia del miedo La elección de Guantánamo no es casual. Es una maniobra calculada para infundir miedo, distraer a los adversarios políticos y satisfacer a una base que se nutre de políticas excluyentes. Al elegir un lugar que es sinónimo de tortura y violaciones de los derechos humanos, la Administración Trump redobla su apuesta por la crueldad frente a la compasión. Durante años, incluso durante mi detención, he luchado por la justicia, el cierre de Guantánamo y la rendición de cuentas por sus abusos. Hoy hago un llamamiento a la comunidad internacional, a las organizaciones de derechos humanos y a las personas de conciencia para que se unan a esta lucha. Debemos exigir el cierre de Guantánamo y resistir cualquier intento de utilizarlo como herramienta de opresión. El mundo no puede permitirse mirar hacia otro lado. Debemos permanecer unidos para defender los principios de los derechos humanos y la dignidad. El legado de Guantánamo es de sufrimiento e injusticia, y no podemos permitir que la historia se repita

Feb 8, 2025 - 06:11
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Fui prisionero en Guantánamo y me horroriza que Trump pueda mandar a migrantes a la base militar

Fui prisionero en Guantánamo y me horroriza que Trump pueda mandar a migrantes a la base militar

Es un fracaso moral y envía un mensaje inequívoco: el gobierno da prioridad a la disuasión sobre la dignidad y a la crueldad sobre la compasión

Trump ya ha comenzado a enviar migrantes a Guantánamo

La medida del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de firmar una orden ejecutiva para ampliar el Centro de Operaciones para Migrantes en Guantánamo ha reavivado la indignación. Su objetivo es que la base militar, situada en territorio cubano y tristemente célebre por haber servido como centro de detención de presuntos terroristas, albergue hasta 30.000 migrantes considerados “extranjeros criminales de alta prioridad”. Para muchos, entre los que me incluyo, esta decisión es un doloroso recordatorio de la oscura historia de la base militar, una historia marcada por la tortura, la detención indefinida y la deshumanización sistémica.

La Bahía de Guantánamo, cuyo nombre es sinónimo de abusos contra los derechos humanos, fue reconvertida en 2002 por el entonces presidente George W. Bush y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld en un centro de detención para personas calificadas como “lo peor de lo peor”. Hasta ese momento servía de base naval y había albergado a migrantes durante la crisis de los balseros de los años noventa. Yo fui uno de esos detenidos: secuestrado, encadenado y transportado como mercancía, con los ojos vendados y sin conocer mi destino. Todavía me persiguen los recuerdos del motor de los aviones militares, los soldados que ladraban órdenes y los gruñidos de los perros guardianes.

El gobierno estadounidense justificó nuestra detención presentándonos como terroristas peligrosos, una narrativa que permitía el encarcelamiento indefinido sin cargos ni juicio. Ahora, más de veinte años después, se está construyendo una narrativa similar. La retórica de Trump de etiquetar a los migrantes indocumentados como “los peores inmigrantes ilegales delincuentes de todo el mundo” es una táctica deliberada y deshumanizadora que abre la puerta a más abusos bajo la excusa de la seguridad nacional.

Esta decisión no es solo un cambio de política; es un fracaso moral. Estuve detenido casi 15 años en Guantánamo sin el debido proceso, sufrí torturas y fui sometido a condiciones inhumanas, así que puedo dar fe de la capacidad para la crueldad de las instalaciones. Compartí esas jaulas con hombres inocentes e incluso con niños, todos ellos víctimas de un sistema diseñado para despojarlos de su humanidad.

Guantánamo sigue siendo uno de los centros de detención más costosos y herméticos del mundo. Su remota ubicación y sus estrictas medidas de seguridad garantizan que las atrocidades cometidas entre sus muros permanezcan ocultas al escrutinio público. Cuando tomó la decisión de recluir a los migrantes en la base militar, el gobierno estadounidense envió un mensaje inequívoco: prioriza la disuasión sobre la dignidad y el castigo sobre la compasión.

Esta medida es la culminación de años de retórica. Durante la campaña de 2016, Trump prometió no cerrar Guantánamo. En 2019, planteó la idea de clasificar a los migrantes como combatientes enemigos y enviarlos allí. La nueva orden ejecutiva hace realidad esas amenazas. ¿Pero a qué precio? ¿Cuántos inocentes serán sometidos a detención indefinida, despojados de sus derechos y aislados del mundo? ¿Cuántas familias se verán separadas y obligadas a soportar condiciones que desafían la decencia humana básica?

La base militar de Guantánamo ha simbolizado durante mucho tiempo la injusticia y el abuso de poder. Ha sido un campo de pruebas para la tortura y la detención indefinida, un lugar donde el Estado de derecho no existe y se niega la justicia. La decisión de reutilizarlo para la detención de migrantes es un duro recordatorio de la voluntad del gobierno estadounidense de eludir las normas internacionales en favor de la conveniencia política.

La estrategia del miedo

La elección de Guantánamo no es casual. Es una maniobra calculada para infundir miedo, distraer a los adversarios políticos y satisfacer a una base que se nutre de políticas excluyentes. Al elegir un lugar que es sinónimo de tortura y violaciones de los derechos humanos, la Administración Trump redobla su apuesta por la crueldad frente a la compasión.

Durante años, incluso durante mi detención, he luchado por la justicia, el cierre de Guantánamo y la rendición de cuentas por sus abusos. Hoy hago un llamamiento a la comunidad internacional, a las organizaciones de derechos humanos y a las personas de conciencia para que se unan a esta lucha. Debemos exigir el cierre de Guantánamo y resistir cualquier intento de utilizarlo como herramienta de opresión.

El mundo no puede permitirse mirar hacia otro lado. Debemos permanecer unidos para defender los principios de los derechos humanos y la dignidad. El legado de Guantánamo es de sufrimiento e injusticia, y no podemos permitir que la historia se repita.

En palabras del difunto Nelson Mandela: “Negar a las personas sus derechos humanos es cuestionar su propia humanidad”. No neguemos la humanidad de quienes buscan refugio y una vida mejor. Elijamos la justicia frente a la crueldad y la compasión frente a la indiferencia.

Juntos, podemos garantizar que Guantánamo se convierta en un vestigio del pasado, no en un proyecto de futuro.

Mansoor Adayfi es exprisionero de Guantánamo de nacionalidad yemení y autor de Don’t Forget Us Here (No nos olviden aquí). Adayfi fue uno de los primeros prisioneros en llegar a la base militar y durante muchos meses estuvo preso en jaulas situadas en un descampado, conocido como campamento rayos X. Más tarde fue trasladado a una cárcel de máxima seguridad que se construyó a contrarreloj y en la que permaneció hasta 2016.

Traducción de Emma Reverter.

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