Danzando con Giannina Braschi
Braschi puede llamarme Pirueta y puede hacer que las volantes musas de Baco sean protagonistas de una revolución en Putinoika porque es maestra de composiciones y coreografías. A veces eleva las manos delicadamente al aire, como si pintara partituras con pincel “[y] la mano se transforma en un pañuelo” dice El imperio de los sueños... Leer más La entrada Danzando con Giannina Braschi aparece primero en Zenda.
A veces Giannina Braschi me llama Pirueta. Y especialmente desde la publicación de Putinoika (Flowersong, 2024), su último artefacto literario, este alias me suena a halago, con alas, pues parece emparentarme con las bacantes que asisten a un dios deseante de sumergirse en experiencia humana y que inspiran a unos humanos empecinados en vivir en una realidad-pastiche de engaño y tiranía.
Hace décadas tuve un jugoso affair con el primero publicado en Estados Unidos, al que vuelvo en ocasiones buscando placer o inspiración. El imperio de los sueños (1988) es un maestro del maridaje entre juego, filosofía y poesía en la escritura. Es atrevido, insólito, divertido, honesto y fantástico. Crea un universo épico concreto y una noria interminable. Sus payasos, sus huevos, sus niñas existen y caminan con su propia lógica y ritmo, animados y liberados por una voz que parece (o finge) no querer entender o nombrar del todo lo que pulsa. Yo llevaba escribiendo lo que pensaba eran prosas poéticas erráticas con dibujos, que guardaba en mi cuarto de juegos. El imperio fue un gran hallazgo e inspiración para seguir persiguiendo poemas en prosa lúdicos, tragicómicos, surrealistas, o conceptuales… Porque la sensibilidad es sometida a los rigores del juego en El imperio e invita a la repetición y a una apertura sin fin.
Pero fue United States of Banana (2011) el artefacto que me llevó a Braschi la escritora personalmente. Yo había reseñado la traducción publicada como Estados Unidos de Banana (2016) y quizá esto nos hizo coincidir. La lectura es puro deleite dramático y narrativo, sobre todo en el original. Aparece clara Giannina, personaje inquisitivo, ingenioso y pensante, guiada por un espíritu anti-imperialista y la firme bandera de la liberación frente al imperio bananero de Estados Unidos. La vemos en esta alegoría, junto al Zarathustra de Nietzche y a Hamlet, entregada a la misión anticolonial de liberar a Segismundo, cuyo calabozo se encuentra bajo las faldas de la Estatua de la Libertad. Los parlamentos entre Hamlet y Segismundo son simplemente magistrales, como lo es la brillante escena del matrimonio entre los dos grandes viudos del teatro occidental: el rey Basilio (padre de Segismundo) y la reina Gertrudis (madre de Hamlet), cuya unión implica no solo la liberación del hijo preso, sino también la estadidad de Puerto Rico y la extension del pasaporte estadounidense a todos los ciudadanos de Latinoamérica.
Pero la exploración del dialogismo alegórico que cruza épocas y líneas literarias y filosóficas continúa y se extrema en profusión y linajes geopolíticos y culturales en la reciente Putinoika.
Se abre el telón y entran grandes personajes de la tragedia griega: Cassandra, Electra, Antígona, Tiresias, Edipo, Clitemnestra… junto a Giannina, que vuelve a ser una pensadora puetorriqueña consciente de los modos de apropiación cultural y las imposiciones coloniales desde los clásicos al presente. A través de diálogos filosóficos entre estos personajes (pero también con un elenco tan diverso como Maria Callas, el Greco, Picasso, o Greta Thunberg) sobre la libertad, la pasión y los deseos, la fatalidad, las deudas, las fake news, el poder del individuo y de las masas frente al autoritarismo, el daño al planeta, etc., Putinoika ejerce su libertad como texto y los personajes la suya como tales. Esta primera parte (“Palinode” o palinodia de la autora), se nos presenta como un veradero alegato (¿una danza?) de la libertad. Los personajes clásicos se rebelan contra sus designios trágicos y contra los impuestos o deudas heredadas. Y en su extenso parlamento de cierre Giannina afirma enérgicamente la liberación de las imposiciones estéticas, políticas y sociales, proponiendo una “venganza de la poesía” que, más que ser una cuestión de justicia textual, consiste en una explosión real, una manifestación material de lo vivido, de lo pensado, una justicia poética llevada al mundo. Íntimamente unidos a esta forma de liberación están la intución y el gusto propios —el gusto que gusta y el que degusta, el gusto que es mío y de nadie más y aquel gracias al cual puedo saborear delicias—, ese gusto interrumpido en su momento por las infecciones de coronavirus que nos dejaban sin olfato y sin la capacidad de degustar, síntoma de los tiempos. Así, proclamando la libertad del gusto, del pensamiento, de las deudas heredadas y de los destinos trágicos, Braschi no solo deconstruye los personajes fundacionales del imaginario occidental sino que socava los principios estéticos y éticos que parecen sostener nuestro tiempo.
Porque todo esto apunta a (y apuntala) las claves de una geopolítica estadounidense manipulada por el regimen totalitario ruso del primer mandato Trump, sumergido en capas de corrupción, polución, prevaricación, y engaño. Precisamente esta actualidad norteamericana del matrimonio Putin-Trump es desarticulada en la segunda parte, “Bacchae” (“Las bacantes”). Y no solamente por exponer sus elementos básicos: adulación, autoritarismo, narcisismo, la omnipresencia de Rusia, el advenimiento y la negación del coronavirus, la colusión, la falsedad, y el rechazo de todo lo real, auténtico o pasional. Como en la obra de Eurípides, Baco, rodeado de un coro de musas (Frenzy, Flair, Floozy, y Fluffy en Putinoika) lamenta la pérdida del culto báquico y declara la divinidad de las masas, a quienes es capaz de infundir el éxtasis. Su poder desarma a los agentes de Trump, transforma su muro en la frontera de “Texico” en un hermoso viñedo y a él mismo en alguien liquificado. Culmina la segunda parte con un final arranque de descuidado frenesí en el que Ivanka dispara y mata a un Putin que se encuentra de visita en Mar-a-Lago.
Braschi crea así varios mundos de intersección extemporánea, en los que dioses y semidioses quieren conocer a qué sabe la experiencia humana, y los humanos, ante sus compañeros de especie erráticos, egolatras y faltos de conciencia, son incapaces de actuar inspirados por la divinidad. Y la anacronía y el palimpsesto no son solo textuales, sino dimensionales: lo cotidiano con la tragedia clásica, personajes políticos reales y sus caricaturas cruzados con seres extraterrestres, dioses, visionarios y adivinas, emplazamientos históricos como Mar-a-Lago con no-lugares y espacios abstraídos. Y es que si hay una constante en Putinoika es su profundo y sorprendente diálogismo. Frente a la mirada única, una coral de deliciosas y anacrónicas voces danzan sobre los ejes de lo vital y lo muerto, del vuelo o el entierro, de los muros o las vides, del pasado por enterrar y el futuro esperanzado.
Y precisamente en aras de ese futuro, en lo político, lo estético, lo ideológico, Putinoika lo arriesga todo. También lo hace en el uso del lenguaje, pues esta sátira menipea (véase el análisis de E. La Torre Lagares) le da la vuelta, lo exagera sobre la página, y el lenguaje, ditirámbico, salta entre el juego y la gravedad, adoptando formas de máxima filosófica, de poema en prosa, de diálogo trágico, de ficción cómica, de reflexión autobiográfica, o de fábula en la que los objetos, los animales y los principios cobran vida. Realmente, en el espacio de este artículo solamente puedo anotar brevemente este total, enérgico y jovial esfuerzo autorial y el placer resultante de la lectura de este fenómeno literario que es Putinoika, un placer más allá de los sentidos, por su inspiración de corte ético, estético y político.
Este o cualquier otro de los ingeniosos artefactos literarios de Braschi os invitarán a la danza, al giro, a la revolución de las furias, a la liberación de los pesados lastres de esta y otras épocas, para contemplar la posibilidad de una nueva realidad, una realidad revolucionada.
¿Y no es portentoso que en esta época un libro pueda convertirse también en salón de baile que nos haga girar cómplices, y libres de muros, de engaños, y de deudas, incluida aquella del propio lenguaje?
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