Un fantasma recorre la literatura norteamericana y es el de John Cheever. Y es justo que así sea y su presencia —espectral pero tan sólida— se manifiesta cada vez que un médium evoca por escrito al ectoplasma del 'Homo Suburbanis'. Ya se sabe: nadadores odiséicos y extraviados en todo sentido y maridos rurales en paisajes de las afueras. Y en 1993 Donald Antrim (Florida, 1958) no fue ajeno a semejante hechizo para ésta, su primera novela. Y no era el único: colegas generacionales como Jeffrey Eugenides con 'Las vírgenes suicidas' y Rick Moody con 'La tormenta de hielo' hacían lo propio con los materiales/modales del creador de los residenciales Shady Hill y Bullet Park. Pero Antrim iba en lo suyo...
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