Roberto Arlt y Francisco Umbral: el aguafuerte como arte y obsesión

La pregunta, atendiendo al título del presente artículo, cae de madura: ¿cómo relacionar a dos escritores aparentemente tan distantes? ¿Cuáles son los fundamentos que pueden avalar un diálogo entre las figuras de Roberto Arlt y Francisco Umbral? A modo de “distancias” entre ambos escritores, notamos las siguientes: por un lado, un argentino que vivió y... Leer más La entrada Roberto Arlt y Francisco Umbral: el aguafuerte como arte y obsesión aparece primero en Zenda.

Feb 4, 2025 - 16:05
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Roberto Arlt y Francisco Umbral: el aguafuerte como arte y obsesión

Intentaremos, en esta breve meditación, relacionar a dos grandes escritores, dos obsesivos solistas de la máquina de escribir. En filosofía, decimos que el accidente relación“prós ti” en la terminología del viejo Aristóteles—, es una de las categorías más sutiles y, por tanto, más difíciles de asir. “La relación es una prostituta, porque va con todos”, decía nuestra profesora de Historia de la Filosofía Moderna. De allí la raíz etimológica a la que nos hemos referido. Todo se puede relacionar en este mundo y más allá de él. Se pueden relacionar dos cosas por proximidad o lejanía, por familia o por afinidad, por amor, por necesidad lógica y hasta por capricho.

La pregunta, atendiendo al título del presente artículo, cae de madura: ¿cómo relacionar a dos escritores aparentemente tan distantes? ¿Cuáles son los fundamentos que pueden avalar un diálogo entre las figuras de Roberto Arlt y Francisco Umbral?

"Umbral fue un animal exclusivamente literario, su única alquimia fue fundir los metales de su hermético dolor en dandismo, erigido a la par como arte y escudo"

A modo de “distancias” entre ambos escritores, notamos las siguientes: por un lado, un argentino que vivió y escribió en la primera mitad del siglo XX; por otro lado, un español, escritor, cronista y dandy de aquella larga y tardía posguerra española, la transición y la democracia. De un lado, el porteño barrio de Flores como marco de infancia, con sus casas bajas, barro y empedrado mal trazado, lento hervidero de cafishos e inmigrantes. Del otro, un Valladolid mesetario y frío, castellano hasta el tuétano, cuna del idioma bien hablado. Valladolid, otrora centro gravitacional de España, deviene perla hundida en la impronta radical de las provincias. Arlt, por razones obvias, jamás leyó a Umbral. A Paco, lector voraz, lo imaginamos eclipsado por la prosa de Borges, no más allá. Al argentino lo desvelaban la escritura y también la obsesión de ser un gran inventor (el último proyecto de Arlt fue un taller de medias irrompibles) [1]. Al español lo impulsaba un único sueño: Madrid. Umbral fue un animal exclusivamente literario, su única alquimia fue fundir los metales de su hermético dolor en dandismo, erigido a la par como arte y escudo. [2]

Sin embargo, a pesar de todo ello, no han sido pocos los puntos de convergencia entre ambos escritores, por ejemplo: los dos son hijos de una niñez de carencias. Si bien Umbral contaba con aquello que luego dio en llamar “los libros de mamá”, una pequeña biblioteca, resaca de una abundancia perdida durante la Guerra Civil, Arlt aprendió a leer en la calle, por necesidad y curiosidad. Ambos fueron periodistas y hasta escribieron en un periódico con el mismo nombre, El Mundo. Roberto y Francisco cultivaron, como pocos casos en la historia, el arte del aguafuerte, ese grabado en relieve que desnuda el paisaje íntimo de la ciudad que se ama y en ella, una radiografía de las almas que la habitan. El Buenos Aires del 20 y del 30 o el Madrid de los 60, 70, 80 se exhiben desde otro registro al pasar por el prisma de Arlt y de Umbral. Inconformistas, rebeldes, plebeyos, irónicos, denunciantes y a la par, almas heridas tras el prósopon adherido a sus rostros.

Meditemos brevemente entonces, sobre cada uno de ellos desde el trazo de sus óleos vivos.

"Umbral piensa en Baudelaire, en Larra y en Valle-Inclán mientras forja su propio dandismo, mientras se prueba bufandas que, de tanto rojo y tanto blanco, se le vuelven rosa en la vejez"

Umbral le toma el pulso a un Madrid “absurdo, brillante y hambriento”, como decía Valle. Madrid se le mete al joven escritor por los cinco sentidos. A Paco las muchachas en flor le desvelan la mirada, Umbral palpa en dolorosa soledad la mesa fría de un cuarto de pensión. Ausculta la voz de los poetas y aspira con asco el arroz a la cubana con plátano frito. Umbral bebe de apuro, como obligado, la ginebrita Gordons a que le invita Basabe y que le quema la garganta: “¿Tú es que eres hombre de una sola ginebra? Pues vaya una mierda de periodista”. Francisco Umbral, enfermo de literatura, entrevista a Galdós tallado en piedra y lo increpa irónico, lo acusa de impermeable al calado del idioma. A Galdós no le perdona su “borriquita”, como no le perdona a Baroja el desgano de su prosa. Escribe Umbral:

“Uno se quedaba tardes enteras soñando la literatura, el fracaso, la soledad, el miedo, la escasez, aquello, hasta que el adolescente con luz de provincia le salía de dentro, en un arranque y se iba de la cocina al teléfono del pasillo, marcando un número que se sabía ya de memoria, como una espinela, y quizás lo era: —¿Está Don Vicente Aleixandre, por favor?” [3]

Umbral piensa en Baudelaire, en Larra y en Valle-Inclán mientras forja su propio dandismo, mientras se prueba bufandas que, de tanto rojo y tanto blanco, se le vuelven rosa en la vejez, mientras se le enfría sobre la mesa su vaso de leche y ensaya su último solo de Olivetti. Umbral intenta ser sublime sin interrupción, como el autor de Les Fleurs du Mal, pero admira “la lluvia de sensatez” de Miguel Delibes escribiéndole desde su Valladolid de infancia. En el Madrid rompeolas de España, el joven periodista va forjando su sueño: conquistar la capital del reino a fuerza de metralla, ese “ta-ta-tá” de las teclas de su máquina de escribir:

“La literatura, sí, dormía en este teclado, dispuesta a cantar en cualquier momento. Sabía yo que con estas dos filas de letras blancas sobre teclas negras, dulcemente hundidas para la yema del dedo, podía tejer todos los alfabetos del castellano, la más inesperada prosa lírica, realista, periodística, narrativa o imaginativa”. [4]

En aquel Madrid de los sesenta, un Madrid con “aroma gremial”, calles con niebla, cines baratos y bares húmedos, Umbral va dando forma a su catecismo literario. Paco admira el cocido del antiguo Bar Lhardy, el de los jueves, cuando se homenajea a los escritores, pero su pluma inmortaliza al Café Gijón, al que llegó una noche como se llega al puerto de una tierra prometida:

“Aquella tertulia era un poco como el rompecabezas de España, el único sitio donde se había conseguido el difícil equilibrio nacional, la reconciliación de las dos Españas en torno de una jarra de agua, y el que venía de las cárceles de Franco le llenaba el vaso al que venía de los cuarteles triunfales, y el que vestía la ropa bien planchada de los Ministerios le ofrecía lumbre al que fumaba el tabaco callejero de los perseguidos. Claro que la guerra civil, me parece a mí, iba por dentro”. [5]

Desde el mercadillo del Rastro hasta la Gran Vía y desde la Castellana hasta el callejón del Gato con sus espejos cóncavos, el Umbral cronista de Madrid experimenta la literatura como último reducto de libertad. Madrid se abre ante los ojos de Umbral como una novela coral, como aquella Colmena de Cela, aunque cargada ante todo de amoríos imposibles y literatura. Desde Valle hasta Gómez de la Serna, desde Juan Ramón Jiménez hasta Pepe Hierro pasando por Manuel Azaña, el 98 y el 27, el 36 y más acá, todo es revelación. Paco lo repitió hasta el cansancio: Madrid es un género literario.

"Como Paco, Roberto Arlt escribió hasta su último suspiro y firmó la última columna de su vida el mismo día de su muerte"

Roberto Arlt nació con el siglo, un 26 de abril de 1900, y se fue una tarde de invierno, justo diez años antes que Eva Perón, un 26 de julio de 1942. Hijo de inmigrantes, de madre nacida en Trieste y padre de origen prusiano, aquel hogar del barrio de Flores respiraba poco castellano, casi nada. En las calles de aquel barrio, Arlt aprende las lecciones del dolor y del asombro, del hambre y la desesperanza.  Arlt, como Umbral, creció leyendo malas traducciones de los clásicos, libros de mercadillo, bellas durmientes de tinta entre la humedad y el polvo. Arlt se desvela con Dostoievski pero, como Paco, admira a Baudelaire, y así, caminando por Flores, recopila la vida para dar forma a la que será la novela que inaugura la narrativa urbana en la Argentina: El juguete rabioso. La literatura argentina gira en el gozne del año 26. Mientras Don Segundo Sombra recorta la luz horizontal de la pampa, y se va lentamente, “como quien se desangra”, la gauchesca cede el paso a la novela ciudadana. [6]

Si el estilo de Umbral se asemeja a un ebanista, el de Arlt se emparenta con un púgil:

“El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. […] El futuro es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la Underwood, que golpeamos con manos fatigadas, horas tras hora, hora tras hora”. [7]

Como Paco, Roberto Arlt escribió hasta su último suspiro y firmó la última columna de su vida el mismo día de su muerte. Sus Aguafuertes porteñas, se decía, eran la joya intelectual del diario. La ciudad de Buenos Aires, al pasar por el lente de Arlt, pendulaba entre lo elegíaco y lo tragicómico. El diario El Mundo publicó al día siguiente de su muerte unas líneas que bien podrían aplicarse a Francisco Umbral, luego de aquel 28 de agosto de 2007, fecha de su partida:

“Es algo nuestro lo que perdemos con él, pero este duelo pertenece también, de alguna manera, a la calle. […] Sólo los muy auténticos han sido capaces de vivir como él la pasión de la literatura, conservando el ardiente optimismo de los primeros años y la gran condición de maravillarse que sólo sobrevive en los artistas verdaderos”. [8]   

La calle, las cornisas de los edificios, el vuelo de las palomas, la carne trémula de los niños y los canillitas; el paño verde del billar, la luz azul de los ángeles o la luz roja de los prostíbulos, todo se vuelve en Arlt materia prima de su alquimia reflexiva. El realismo literario de Roberto Arlt tiene mucho de mirada penetrante pero también de paisaje onírico.

Umbral pinta La Gran Vía y Arlt su Avenida Corrientes:

“¡Corrientes por la noche! Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las seis de la mañana, Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete de la tarde sus letreros luminosos, y enguirnaldada de rectángulos verdes, rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul de metileno, sus amarillos de ácido pícrico, como el glorioso desafío de un pirotécnico”. [9]

Nos referimos, queda claro, al Arlt cronista, pneumatólogo del espíritu porteño. Arlt fue además novelista, cuentista y dramaturgo. Quizás baste una sola página de Los siete locos para husmear en su cosmovisión, pero será materia para otro trabajo. Arlt recoge las huellas de la vida desde el centro a la periferia de Buenos Aires y, del mismo modo que ausculta el latido febril de Diagonal Norte y Maipú, esquina en la que matan al Rufián Melancólico [10], posa su mirada en el suburbio y le canta a la silla en la vereda:

“Y junto a una puerta, una silla. Silla donde reposa la vieja, silla donde reposa el “jovie”. Silla simbólica, silla que se corre treinta centímetros más hacia un costado cuando llega una visita que merece consideración, mientras que la madre o el padre dice: -Nena, traete otra silla. Silla cordial de la puerta de calle; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana”. [11]

Arlt dejó al partir cerca de mil quinientas estampas de la ciudad que amaba, como hizo Umbral con la suya, mineros literarios de un tiempo irrepetible. En Arlt, como en Umbral, late la vena lúcida y amarga de don Mariano José de Larra, pero no reniega de la filiación de Fray Mocho o su tocayo Roberto Payró. Francisco Umbral coqueteó siempre con la izquierda y admiró a los “rojazos”, pero reconoció siempre la altura literaria de ciertas figuras de la oposición ideológica, Las palabras de la tribu es una obra maravillosa en ese sentido, por estilo, ironía, desfachatez y sublimidad de la metáfora. Roberto Arlt también guardaba simpatía hacia las corrientes políticas de izquierda, pero en su digna rebeldía conservó hasta el final su libertad de criterio y su ética.

Arlt, el argentino y Umbral, el español, han hecho escuela de periodismo y literatura. Paco es un mojón ineludible en el arte de la columna y ya está en ese cielo empíreo que comparte con Larra, González Ruano, Julio Camba, Manuel Alcántara o, más acá, David Gistau. Roberto inaugura a golpes de Underwood un modo de hacer literatura ciudadana. Alguien osó decir alguna vez: “Arlt escribe mal”. No solo es una sentencia falsa, también evidencia la impermeabilidad para la comprensión de un gran estilo.

Ramón Gómez de la Serna, español que amó a Buenos Aires, “Ramón a secas” para Paco, quien lo veneró como a pocos, escribió alguna vez: “El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero”, y agregamos: la literatura también. Arlt y Umbral lo supieron claramente.

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[1] En su novela Los siete locos (1929), su protagonista, Augusto Remo Erdosain, vive obsesionado por el arte de la galvanoplastia, su anhelo en dar forma a la rosa de cobre.

[2] Interesante en este punto consultar la biografía escrita por Anna Caballé Francisco Umbral: El frío de una vida. Espasa, Madrid: 2004.

[3] F. Umbral. Trilogía de Madrid. Ed Planeta. Barcelona, 1996: p. 20.

[4] Ibídem: p. 172.

[5] F. Umbral. La noche que llegué al Café Gijón. Ed. Destino. Barcelona, 1977: p. 22.

[6] El juguete rabioso, novela de Roberto Arlt, fue publicada el mismo año que Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Ambos escritores habían forjado una profunda amistad y se dice que Güiraldes le sugirió a Arlt el nombre de esa su primera novela, a la que este iba a titular La vida puerca.

[7] Roberto Arlt. Prólogo a Los Lanzallamas (1931).

[8] “Falleció ayer nuestro compañero Roberto Arlt”. El Mundo, Buenos Aires, 27 de julio de 1942.

[9] Roberto Arlt. Corrientes por la noche. «Aguafuertes porteñas», El Mundo, 26 de marzo de 1929.

[10] El Rufián Melancólico es un protagonista de su novela Los siete locos (1929).

[11] Roberto Arlt. Silla en la vereda. «Aguafuertes porteñas». Ed. Dama, Buenos Aires, 2015: 40-41.

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