Orgullo woke

Trump personifica un nuevo modelo de sociedad al otro lado del atlántico y ha puesto a sus detractores a reaccionar, a desmentir y a justificarse por ser defensores de causas justas. Ante la contrarrevolución de lo disonante, la rabia o el egoísmo extremo, la educación, una agenda social y el orgullo woke Mi generación creció en el convencimiento de que los derechos humanos, la justicia social, las causas justas o mirar por los que no tenían tiempo ni recursos para mirar por sí mismos era, no solo una obligación, sino que podía ser una necesaria pulsión. La mejora en la vida de las personas en una parte del mundo no debía ser a costa de todo ni de la supervivencia mísera en otra parte del mundo o de algunos grupos que seguían marginados. Estaba mal dejar atrás a una parte de nosotros en aquel impulso económico que catapultó a esta generación de hijos como la más formada, la que más inglés sabía, la que viajaba, la que se atrevía a no casarse o la que alargó la maternidad para poder alcanzar metas personales o laborales antes de centrarse en los hijos. Ese sistema se ha ido marchitando con el envite de las sucesivas crisis económicas, la precariedad, el multitasking, la constante crisis de vivienda, la tecnologización y la ideología impuesta por las redes sociales, pero es Trump quien ha personificado desde el 20 de enero el fin de ese mundo y quien está bautizando todo aquello desde un resentimiento despectivo. Aquello que era humanista y globalista es hoy arrojado como ofensa. Hoy es woke. Apoyar el impulso de los desfavorecidos por raza, religión o género es hoy ser un paria de las políticas DEI (Diversity, Equity, and Inclusion). En esta nueva retórica que Trump ha ayudado a difundir, ayudar a otros es digno de bochorno, tanto que la administración estadounidense apuesta por la cancelación de USAid, la agencia para el desarrollo internacional. Ser políticamente correcto es cobarde y poco varonil, cuando esa política de corrección no solo es valiente sino necesaria: es la que hace que no nos matemos en las cenas de navidad, los trabajos o en las juntas de vecinos. No decir todo lo que pensamos es, no solo educado, sino socialmente conveniente. Como suma de individuos particulares ultralibres somos mucho más vulnerables que cooperando y compartiendo mitos y valores. Es el único motivo por el que un animal enclenque que nace sin saber ni caminar ha podido dominar la selva y los leones. La base común de toda esta nueva ideología del yo primero es el resentimiento, el ya está bien. Hay una parte de la sociedad, también en España, que considera que se les ha quitado lo que era suyo. Que su capacidad adquisitiva y sus privilegios han sido usurpados en favor de minorías o causas ilegítimas por pura incompetencia o un petulante moralismo de izquierdas (feminismo, migración, gays). La culpa de mi pobreza es el que está peor que yo. Ahí el PP también ha aportado su grano de arena, sobre todo al querer cortejar a VOX cuando acabaron las cómodas mayorías absolutas en el parlamento español. Las banderas, al almacén. Las mujeres, por mérito y no por cuota. Los migrantes, controlados por la Armada. Con el repliegue económico –aquellos padres que pagaron el inglés ven cómo sus nietos no pueden ir a las academias– ha recorrido el mundo un repliegue cultural e identitario que se abre con orgullo la camisa, no tanto por la patria y la bandera, sino por el 'ser antes' o 'ser más'. Que la selva siga teniendo las normas naturales, las del cazador-recolector y las del más fuerte, sin interferencias del Estado, al que se le pide que no haga nada, creando la falsa idea de que es un actor entre el individuo y su libertad, cuando en realidad es un árbitro para la relación entre individuos. Un nuevo modelo de sociedad se ha impuesto al otro lado del atlántico, veremos si de manera conveniente en algo. Pero ha roto ciertos consensos necesarios y ha puesto a sus detractores a reaccionar, a desmentir y a justificarse por ser lo que un día permitió tanto progreso. Eso quita mucha energía y no pone una expectativa ilusionante por delante. Ante la contrarrevolución de lo disonante, la rabia o el egoísmo extremo, la educación, una agenda social y el orgullo woke.

Feb 5, 2025 - 06:36
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Orgullo woke

Orgullo woke

Trump personifica un nuevo modelo de sociedad al otro lado del atlántico y ha puesto a sus detractores a reaccionar, a desmentir y a justificarse por ser defensores de causas justas. Ante la contrarrevolución de lo disonante, la rabia o el egoísmo extremo, la educación, una agenda social y el orgullo woke

Mi generación creció en el convencimiento de que los derechos humanos, la justicia social, las causas justas o mirar por los que no tenían tiempo ni recursos para mirar por sí mismos era, no solo una obligación, sino que podía ser una necesaria pulsión. La mejora en la vida de las personas en una parte del mundo no debía ser a costa de todo ni de la supervivencia mísera en otra parte del mundo o de algunos grupos que seguían marginados. Estaba mal dejar atrás a una parte de nosotros en aquel impulso económico que catapultó a esta generación de hijos como la más formada, la que más inglés sabía, la que viajaba, la que se atrevía a no casarse o la que alargó la maternidad para poder alcanzar metas personales o laborales antes de centrarse en los hijos.

Ese sistema se ha ido marchitando con el envite de las sucesivas crisis económicas, la precariedad, el multitasking, la constante crisis de vivienda, la tecnologización y la ideología impuesta por las redes sociales, pero es Trump quien ha personificado desde el 20 de enero el fin de ese mundo y quien está bautizando todo aquello desde un resentimiento despectivo. Aquello que era humanista y globalista es hoy arrojado como ofensa. Hoy es woke. Apoyar el impulso de los desfavorecidos por raza, religión o género es hoy ser un paria de las políticas DEI (Diversity, Equity, and Inclusion). En esta nueva retórica que Trump ha ayudado a difundir, ayudar a otros es digno de bochorno, tanto que la administración estadounidense apuesta por la cancelación de USAid, la agencia para el desarrollo internacional. Ser políticamente correcto es cobarde y poco varonil, cuando esa política de corrección no solo es valiente sino necesaria: es la que hace que no nos matemos en las cenas de navidad, los trabajos o en las juntas de vecinos. No decir todo lo que pensamos es, no solo educado, sino socialmente conveniente. Como suma de individuos particulares ultralibres somos mucho más vulnerables que cooperando y compartiendo mitos y valores. Es el único motivo por el que un animal enclenque que nace sin saber ni caminar ha podido dominar la selva y los leones.

La base común de toda esta nueva ideología del yo primero es el resentimiento, el ya está bien. Hay una parte de la sociedad, también en España, que considera que se les ha quitado lo que era suyo. Que su capacidad adquisitiva y sus privilegios han sido usurpados en favor de minorías o causas ilegítimas por pura incompetencia o un petulante moralismo de izquierdas (feminismo, migración, gays). La culpa de mi pobreza es el que está peor que yo. Ahí el PP también ha aportado su grano de arena, sobre todo al querer cortejar a VOX cuando acabaron las cómodas mayorías absolutas en el parlamento español. Las banderas, al almacén. Las mujeres, por mérito y no por cuota. Los migrantes, controlados por la Armada.

Con el repliegue económico –aquellos padres que pagaron el inglés ven cómo sus nietos no pueden ir a las academias– ha recorrido el mundo un repliegue cultural e identitario que se abre con orgullo la camisa, no tanto por la patria y la bandera, sino por el 'ser antes' o 'ser más'. Que la selva siga teniendo las normas naturales, las del cazador-recolector y las del más fuerte, sin interferencias del Estado, al que se le pide que no haga nada, creando la falsa idea de que es un actor entre el individuo y su libertad, cuando en realidad es un árbitro para la relación entre individuos.

Un nuevo modelo de sociedad se ha impuesto al otro lado del atlántico, veremos si de manera conveniente en algo. Pero ha roto ciertos consensos necesarios y ha puesto a sus detractores a reaccionar, a desmentir y a justificarse por ser lo que un día permitió tanto progreso. Eso quita mucha energía y no pone una expectativa ilusionante por delante. Ante la contrarrevolución de lo disonante, la rabia o el egoísmo extremo, la educación, una agenda social y el orgullo woke.

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