Marc Giró : «Ya no voy a terapia porque no me funciona»
Marc Giró lleva tantos años en este negocio que el éxito de su 'Late Xou' en su cambio a La 1 de TVE no se le ha subido a la cabeza: «lo mismo podía haber salido mal». Como buen admirador de las folclóricas, encuentra en ellas y en su sabiduría popular una explicación a lo sucedido: « Lola Flores o Marifé de Triana tenían muy claro que es el público el que te lleva, por eso hay que cuidarlo. En mis monólogos, escribo libremente para todos los espectadores. Tengo delante a gente que no piensa como yo. Pero quiero crear un espacio de diálogo, no le temo al debate, e incluso soy crítico con aquellos con los que parece que me alineo». Marc se mueve como pez en el agua en un formato que exige rapidez de reflejos, agudeza, empatía, ironía y mucha improvisación a pesar de su elaborado guion. No ejerce de 'dramaqueen', al contrario: empuña el humor como un arma afilada que no tiene reparos en usar consigo mismo: Marc es un hombre culto que no se toma en serio. Así, cuando se le pregunta por el rasgo de la personalidad del que se siente más orgulloso, sorprende con una confesión que suena a 'boutade', pero a él le nace espontánea: «bailo muy bien sevillanas, me salen de manera natural. En 'Los Juanele', en Barcelona, he sido el rey. Tengo un gran talento, eso sí, cuando voy enferiado. Tengo que volver a hacerlo porque es algo terapéutico». Por el contrario, hay algo de su personalidad que con gusto cambiaría: «Me arrepiento de todo. Reviso y me doy cuenta de mis errores. Tropiezo siempre con la misma piedra. Y no me queda otra que apechugar. Ya no voy a terapia porque no me funciona». No se considera un tipo ambicioso, «por eso tampoco soy un soñador. Soy austero e intento ver la realidad de manera objetiva, casi periodística, sin trucos». Tampoco se confiesa «un maniático del orden. No soy un estricto. Soy un trabajador, con mi horario, pero sorteo las sorpresas del día a día. La improvisación es de pijos». Insiste Marc en que no es un hombre de lujos: «no soy caprichoso, estoy bien educado. Me esfuerzo en serlo. Y me arrepiento cuando, por cansancio o por falta de sueño, soy poco considerado con los demás. Reconozco que tengo una buena vida, pero para ello es importante haber asumido mis límites». Marc no se considera un hombre especialmente romántico, pero sí con la idea del amor muy clara: «sé cómo querer y cómo quiero que me quieran. Quiero que me quieran bien. Estoy por el amor accesible, correspondido. Si me dicen no, me voy. No me gusta sufrir por amor, no soy adicto al amor. Me gusta el amor que tiende a la familiaridad». Lleva 25 años junto a Santi Villas y sigue encontrando motivos para seguir adelante: «no se trata de aguantar, sino de respeto, de dejar espacio a cada uno. En este tipo de relación tan larga, el amor tiene que ver con la familia, con una historia en común, con todo lo que nos une». «Es increíble cómo acabamos pareciéndonos a nuestros padres», se sorprende Marc al revisar esta foto en la que su progenitor le llevó al Rijksmuseum, en Ámsterdam: «ahora visto la misma ropa que él, incluso tengo las mismas gafas para leer». El pequeño Marc viajaba mucho: «mi padre había sido 'boy scout' y odiaba los hoteles, así que nos llevaba de cámping por Europa. Fui un niño muy viajado, hijo de la Transición en una familia que me dio un entorno de paz. Soy consciente de haber tenido una infancia privilegiada, feliz, en la que pude desarrollarme». Si tuviera que describirse con la palabra, sería 'alucinado': «me costó entender mucho de qué iba este mundo. Siempre he sabido y me ha gustado jugar, lo sigo haciendo, porque tuve la suerte de tener un cuarto de juegos para mí solo donde dar rienda suelta a mi imaginación». Marc pudo ser nadador profesional o cantante, «pero mi verdadero talento era la observación». Estudió en un colegio mixto en el que hizo amistades, pero nunca estuvo en una pandilla: «me cuesta afiliarme a la disciplina de grupo, no va conmigo». Como a todos, el despertar sexual marcó su adolescencia: «el día que me hice mi primera paja fue el más feliz de mi vida, aunque el deseo lo recuerdo desde muy pequeño. El deseo es un proceso muy personal que debe aflorar libremente, nadie debe intervenir. Soy de una generación en la que no nos enseñaron nada sobre el sexo y cada uno se componía su rollo con lo que había en el ambiente. Pero tuve la suerte de estar en un entorno respetuoso, ni me frenaron, ni me empujaron. Soy homosexual de nacimiento, sin duda, pero la presión sobre mi realidad no se disipó hasta que no leí en una enciclopedia sexual esa palabra, homosexual, con la que entendí que yo existía. Entonces me quedé tranquilo».
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