El síndrome de la mujer trans estrellada

Una persona trans no puede ser una necia sin más, pues siempre pesa sobre ella un plus de exigencia y ejemplaridad. Lo principal para cualquier miembro de minorías es que no molesten ¿Un musical sobre un narco trans, dirigida por un francés y con Selena Gomez? Mis expectativas no podían ser más bajas cuando entré en el cine hace un par de meses a ver Emilia Pérez, y además sospechando del hype que la acompañaba a base de premios y críticas entusiastas. Dos horas después salí deslumbrado, y días después seguía tarareando La vaginoplastia. Me encantó Emilia Pérez, la disfruté mucho. Si te la tomas demasiado en serio, solo verás trampa, cartón y desbarre; pero si la aceptas como lo que es, un feliz disparate, un cuento loco, una tragedia (a la manera clásica: seres que no consiguen huir de su destino), un puro exceso (como aquella Annette de Leos Carax), una obra de arte total y radical, acabas rendido a su gozoso disparate. Solo le vi un pero, y no menor. Y atención, que a partir de aquí hay spoiler gordo. No me molestó que frivolizase con el narco, ni que sea apropiación cultural, ni la visión simplista de la transexualidad, ni las canciones sin ritmo ni rima, ni el acento de Selena Gomez, que es todo lo que se le ha reprochado. Lo que me chirrió, y mucho, fue que la protagonista trans (interpretada por Karla Sofía Gascón) acabase muriendo de forma trágica, en un cruel accidente tras haber sido secuestrada y torturada, víctima de la misma violencia que creó. Otra vez el “síndrome de la lesbiana muerta”, me dije, esta vez con un personaje trans. Si no lo oíste antes, el “síndrome de la lesbiana muerta” es una teoría cultural según la cual, cuando en una película, serie o novela aparece una lesbiana, casi siempre termina de forma trágica: asesinada, suicidada, atropellada o con el corazón roto. Sobran los ejemplos. La teoría vale para otras representaciones LGTBI, lo mismo gays, bisexuales, y ahora vemos que también personas trans: se les niega un final feliz, deben sufrir un castigo. Lo recordaba al ver el final que está teniendo otra mujer trans: la propia actriz Karla Sofía Gascón, a la que muchos ya dan por muerta en términos profesionales tras la aparición de unos tuits ofensivos. No solo perdería toda opción de Oscar, arrastrando a la película en su caída, sino que vería peligrar su carrera como actriz. Un juguete roto. La prensa se ceba con ella, las redes sociales la linchan, y Netflix la elimina de sus acciones promocionales, la borra del cartel, y no extrañaría que la acabase sustituyendo en la misma película con algún retoque digital, o rodándola de nuevo. Fin del cuento de hadas: la que podía ser primera actriz trans en ganar un Oscar, acaba como la propia Emilia Pérez: estrellada en una cuneta y achicharrada. Otra versión del síndrome mencionado, esta vez no en ficción sino en la vida real: solo podía terminar mal. Y todo por unos tuits, insisto. Esa película la hemos visto ya otras veces: estupideces y meteduras de pata en Twitter que hacen rodar cabezas. Pero yo diría que no con tanta saña como la que está sufriendo la actriz española por unos tuits. Insisto: por unos tuits. Y habría que añadir: por unos tuits de una persona trans. A la que muchos esperaban con el hacha afilada desde hace meses, negándole su propia condición de actriz (¡le iba a quitar premios a actrices que son mujeres de nacimiento!). Otros no habían oído hablar de ella pero la apedrean por transfobia, y muchos otros nos ponemos de perfil o tiramos la piedra escondiendo la mano, por esa otra transfobia tan extendida y que no es odio pero sí incomprensión y rechazo silencioso. Resultado: ¡Tráiganme la cabeza de Karla Sofía Gascón! Si sus tuits iban en serio o eran humor de mal gusto, la actriz demostraría ser una necia, sin duda. Pero yo diría que con otros necios hemos sido más benévolos en circunstancias similares. Una persona trans no puede ser una necia sin más, pues siempre pesa sobre ella un plus de exigencia y ejemplaridad. Lo principal para cualquier miembro de minorías es que no molesten. Que se ajusten al estereotipo y a la representación normativa de su colectivo. Y que sean el buen negro, el buen gay, el buen gitano, o la buena mujer trans. En cuanto molesten, ya sea por su disidencia o, como en este caso, por su necedad, sufrirán su justo castigo. Como Emilia, es decir, como Karla.

Feb 5, 2025 - 06:36
 0
El síndrome de la mujer trans estrellada

El síndrome de la mujer trans estrellada

Una persona trans no puede ser una necia sin más, pues siempre pesa sobre ella un plus de exigencia y ejemplaridad. Lo principal para cualquier miembro de minorías es que no molesten

¿Un musical sobre un narco trans, dirigida por un francés y con Selena Gomez? Mis expectativas no podían ser más bajas cuando entré en el cine hace un par de meses a ver Emilia Pérez, y además sospechando del hype que la acompañaba a base de premios y críticas entusiastas. Dos horas después salí deslumbrado, y días después seguía tarareando La vaginoplastia.

Me encantó Emilia Pérez, la disfruté mucho. Si te la tomas demasiado en serio, solo verás trampa, cartón y desbarre; pero si la aceptas como lo que es, un feliz disparate, un cuento loco, una tragedia (a la manera clásica: seres que no consiguen huir de su destino), un puro exceso (como aquella Annette de Leos Carax), una obra de arte total y radical, acabas rendido a su gozoso disparate.

Solo le vi un pero, y no menor. Y atención, que a partir de aquí hay spoiler gordo. No me molestó que frivolizase con el narco, ni que sea apropiación cultural, ni la visión simplista de la transexualidad, ni las canciones sin ritmo ni rima, ni el acento de Selena Gomez, que es todo lo que se le ha reprochado. Lo que me chirrió, y mucho, fue que la protagonista trans (interpretada por Karla Sofía Gascón) acabase muriendo de forma trágica, en un cruel accidente tras haber sido secuestrada y torturada, víctima de la misma violencia que creó. Otra vez el “síndrome de la lesbiana muerta”, me dije, esta vez con un personaje trans.

Si no lo oíste antes, el “síndrome de la lesbiana muerta” es una teoría cultural según la cual, cuando en una película, serie o novela aparece una lesbiana, casi siempre termina de forma trágica: asesinada, suicidada, atropellada o con el corazón roto. Sobran los ejemplos. La teoría vale para otras representaciones LGTBI, lo mismo gays, bisexuales, y ahora vemos que también personas trans: se les niega un final feliz, deben sufrir un castigo.

Lo recordaba al ver el final que está teniendo otra mujer trans: la propia actriz Karla Sofía Gascón, a la que muchos ya dan por muerta en términos profesionales tras la aparición de unos tuits ofensivos. No solo perdería toda opción de Oscar, arrastrando a la película en su caída, sino que vería peligrar su carrera como actriz. Un juguete roto. La prensa se ceba con ella, las redes sociales la linchan, y Netflix la elimina de sus acciones promocionales, la borra del cartel, y no extrañaría que la acabase sustituyendo en la misma película con algún retoque digital, o rodándola de nuevo. Fin del cuento de hadas: la que podía ser primera actriz trans en ganar un Oscar, acaba como la propia Emilia Pérez: estrellada en una cuneta y achicharrada. Otra versión del síndrome mencionado, esta vez no en ficción sino en la vida real: solo podía terminar mal.

Y todo por unos tuits, insisto. Esa película la hemos visto ya otras veces: estupideces y meteduras de pata en Twitter que hacen rodar cabezas. Pero yo diría que no con tanta saña como la que está sufriendo la actriz española por unos tuits. Insisto: por unos tuits. Y habría que añadir: por unos tuits de una persona trans. A la que muchos esperaban con el hacha afilada desde hace meses, negándole su propia condición de actriz (¡le iba a quitar premios a actrices que son mujeres de nacimiento!). Otros no habían oído hablar de ella pero la apedrean por transfobia, y muchos otros nos ponemos de perfil o tiramos la piedra escondiendo la mano, por esa otra transfobia tan extendida y que no es odio pero sí incomprensión y rechazo silencioso. Resultado: ¡Tráiganme la cabeza de Karla Sofía Gascón!

Si sus tuits iban en serio o eran humor de mal gusto, la actriz demostraría ser una necia, sin duda. Pero yo diría que con otros necios hemos sido más benévolos en circunstancias similares. Una persona trans no puede ser una necia sin más, pues siempre pesa sobre ella un plus de exigencia y ejemplaridad. Lo principal para cualquier miembro de minorías es que no molesten. Que se ajusten al estereotipo y a la representación normativa de su colectivo. Y que sean el buen negro, el buen gay, el buen gitano, o la buena mujer trans. En cuanto molesten, ya sea por su disidencia o, como en este caso, por su necedad, sufrirán su justo castigo. Como Emilia, es decir, como Karla.

Este sitio utiliza cookies. Al continuar navegando por el sitio, usted acepta nuestro uso de cookies.