Contigo somos cien mil
'El boletín del director' es una carta semanal de Ignacio Escolar exclusiva para socios y socias de elDiario.es en agradecimiento por su apoyo, con claves, datos y recomendaciones personales. Si tú también lo quieres leer y recibir cada sábado en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es Ya es oficial. Ya sois más de 100.000 las personas que apoyáis económicamente a elDiario.es. Es mucha gente. Es mucha responsabilidad. Y es también una cifra que no solo nos hace sentir un inmenso agradecimiento y orgullo. También nos da seguridad: mientras tantas socias y socios como tú sigáis de nuestro lado, elDiario.es continuará. Solo en el último año, hemos sumado 24.000 socios y socias más. Ha sido un fuerte estirón, que nos sitúa como el periódico nativo digital con más suscriptores, y también como uno de los cuatro más grandes, contando a los que aún mantienen ediciones en papel. Este salto lo hemos dado como siempre: con periodismo. La mayor parte de este crecimiento se explica por nuestras investigaciones más recientes, como el fraude fiscal de la pareja de Ayuso y esos dos pisos donde ambos viven, los contratos a dedo de la Junta de Andalucía, las cuentas de Vox o los 100.000 euros en billetes que un empresario de criptomonedas pagó al líder ultra Alvise Pérez. O por nuestra cobertura internacional, que ha mejorado mucho: este año hemos tenido enviados especiales en Ucrania, en Siria, en Estados Unidos, en Palestina… O por la información sobre ciencia. O por nuestros especiales de datos. Aún no hemos terminado la auditoría de las cuentas de 2024. En cuanto estén cerradas, te contaré todos nuestros números al detalle, como siempre. Pero sí te adelanto algunos datos: seguimos sin deudas y seguimos reinvirtiendo ese crecimiento, el dinero extra de los nuevos socios, en mejorar elDiario.es. Y lo hacemos como siempre: contratando a más periodistas y otros profesionales para que así nuestra información sea aún mejor. Solo en este último año, hemos incorporado a nuestra redacción a 15 personas más. Y seguiremos creciendo, y seguiremos mejorando, a medida que más personas como tú se sumen a nuestra comunidad. Hace pocos días, entrevisté a uno de los periodistas a los que más admiro: a Iñaki Gabilondo. Lo podrás leer pronto, en el próximo número de nuestra revista en papel, que está dedicada a la creciente y nefasta influencia de los grandes millonarios digitales. En la entrevista con Iñaki, también hablamos de nuestro oficio: de su futuro y de su presente. ¿Qué debe hacer el periodismo ante momentos tan difíciles como los que estamos viviendo en el mundo? Iñaki da una gran respuesta a esa pregunta: “Hacer lo mejor posible el trabajo que uno tiene que hacer con los códigos de la decencia profesional, sin que le desanime su imposibilidad de solucionar completamente el problema”. La última parte es para mí la clave: no desanimarse ante la impotencia que provocan estos tiempos tan oscuros. No rendirse jamás. No frustrarse ante el ascenso de la barbarie, que nos hace más necesarios que nunca. Esta semana han pasado algunas cosas terribles. Tras un genocidio en Gaza que el mundo ha sido incapaz de detener, tras una limpieza étnica sangrienta que ha costado la vida de decenas de miles de personas, muchas de ellos niños, el presidente de Estados Unidos ha presentado su plan para ir aún más allá, para agravar aún más los crímenes de guerra que, impunemente, se han ido cometiendo sobre los gazatíes. Hay muchos analistas debatiendo sobre la “complejidad técnica” de lo que han anunciado Benjamín Netanyahu y Donald Trump: si es otra bravuconada más, si se puede echar por la fuerza a casi dos millones de personas, si se les puede reubicar en otro lugar, si Egipto y Jordania cooperarán… Si es posible borrar a los palestinos de su tierra y de la historia, expulsar a un pueblo entero del lugar donde nacieron y construir casinos y hoteles de lujo sobre los escombros, los huesos y la sangre. Como si fuera un problema técnico, no un gran crimen de lesa humanidad. ¿Técnicamente? Claro que puede ser: hay ejemplos en la historia tan horrendos o más. Así nació Estados Unidos, sobre el destierro y la matanza de los pueblos indígenas. Y así lo demuestra también la terrible historia de los judíos. Con la tecnología de hace un siglo, Adolf Hitler pudo asesinar a millones. Y con la de hace medio milenio, la corona española también fue capaz de expulsar a los judíos con el edicto de Granada, en 1492. La redacción e impulso de aquel edicto se atribuye a Tomás de Torquemada, el inquisidor general. Fue un decreto despiadado. Sus excusas lo eran aún más. No es un razonamiento muy diferente al que hoy aplica el gobierno ultra de Netanyahu cuando castiga a todos los palestinos por los asesinatos de Hamás.
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Ya es oficial. Ya sois más de 100.000 las personas que apoyáis económicamente a elDiario.es. Es mucha gente. Es mucha responsabilidad. Y es también una cifra que no solo nos hace sentir un inmenso agradecimiento y orgullo. También nos da seguridad: mientras tantas socias y socios como tú sigáis de nuestro lado, elDiario.es continuará.
Solo en el último año, hemos sumado 24.000 socios y socias más. Ha sido un fuerte estirón, que nos sitúa como el periódico nativo digital con más suscriptores, y también como uno de los cuatro más grandes, contando a los que aún mantienen ediciones en papel.
Este salto lo hemos dado como siempre: con periodismo. La mayor parte de este crecimiento se explica por nuestras investigaciones más recientes, como el fraude fiscal de la pareja de Ayuso y esos dos pisos donde ambos viven, los contratos a dedo de la Junta de Andalucía, las cuentas de Vox o los 100.000 euros en billetes que un empresario de criptomonedas pagó al líder ultra Alvise Pérez. O por nuestra cobertura internacional, que ha mejorado mucho: este año hemos tenido enviados especiales en Ucrania, en Siria, en Estados Unidos, en Palestina… O por la información sobre ciencia. O por nuestros especiales de datos.
Aún no hemos terminado la auditoría de las cuentas de 2024. En cuanto estén cerradas, te contaré todos nuestros números al detalle, como siempre. Pero sí te adelanto algunos datos: seguimos sin deudas y seguimos reinvirtiendo ese crecimiento, el dinero extra de los nuevos socios, en mejorar elDiario.es. Y lo hacemos como siempre: contratando a más periodistas y otros profesionales para que así nuestra información sea aún mejor. Solo en este último año, hemos incorporado a nuestra redacción a 15 personas más. Y seguiremos creciendo, y seguiremos mejorando, a medida que más personas como tú se sumen a nuestra comunidad.
Hace pocos días, entrevisté a uno de los periodistas a los que más admiro: a Iñaki Gabilondo. Lo podrás leer pronto, en el próximo número de nuestra revista en papel, que está dedicada a la creciente y nefasta influencia de los grandes millonarios digitales. En la entrevista con Iñaki, también hablamos de nuestro oficio: de su futuro y de su presente. ¿Qué debe hacer el periodismo ante momentos tan difíciles como los que estamos viviendo en el mundo?
Iñaki da una gran respuesta a esa pregunta: “Hacer lo mejor posible el trabajo que uno tiene que hacer con los códigos de la decencia profesional, sin que le desanime su imposibilidad de solucionar completamente el problema”.
La última parte es para mí la clave: no desanimarse ante la impotencia que provocan estos tiempos tan oscuros. No rendirse jamás. No frustrarse ante el ascenso de la barbarie, que nos hace más necesarios que nunca.
Esta semana han pasado algunas cosas terribles. Tras un genocidio en Gaza que el mundo ha sido incapaz de detener, tras una limpieza étnica sangrienta que ha costado la vida de decenas de miles de personas, muchas de ellos niños, el presidente de Estados Unidos ha presentado su plan para ir aún más allá, para agravar aún más los crímenes de guerra que, impunemente, se han ido cometiendo sobre los gazatíes.
Hay muchos analistas debatiendo sobre la “complejidad técnica” de lo que han anunciado Benjamín Netanyahu y Donald Trump: si es otra bravuconada más, si se puede echar por la fuerza a casi dos millones de personas, si se les puede reubicar en otro lugar, si Egipto y Jordania cooperarán… Si es posible borrar a los palestinos de su tierra y de la historia, expulsar a un pueblo entero del lugar donde nacieron y construir casinos y hoteles de lujo sobre los escombros, los huesos y la sangre.
Como si fuera un problema técnico, no un gran crimen de lesa humanidad.
¿Técnicamente? Claro que puede ser: hay ejemplos en la historia tan horrendos o más. Así nació Estados Unidos, sobre el destierro y la matanza de los pueblos indígenas. Y así lo demuestra también la terrible historia de los judíos. Con la tecnología de hace un siglo, Adolf Hitler pudo asesinar a millones. Y con la de hace medio milenio, la corona española también fue capaz de expulsar a los judíos con el edicto de Granada, en 1492.
La redacción e impulso de aquel edicto se atribuye a Tomás de Torquemada, el inquisidor general. Fue un decreto despiadado. Sus excusas lo eran aún más. No es un razonamiento muy diferente al que hoy aplica el gobierno ultra de Netanyahu cuando castiga a todos los palestinos por los asesinatos de Hamás.
- «Cuando algún grave y detestable crimen es cometido por algunos en algún colegio o universidad es justo que el tal colegio o universidad se disuelva y se castigue a todos por las acciones de algunos, y es justo que aquellos que pervierten el buen y honesto vivir de las ciudades y villas y que por contagio puedan dañar a otros sean expulsados de los pueblos. Si esto se hace por cosas más leves, cuánto más debe hacerse por el mayor, más peligroso y contagioso de los crímenes, como es este.
- (...) Nosotros ordenamos (...) que los Judíos y Judías cualquiera edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos e hijas, sirvientes y familiares pequeños o grandes de todas las edades al fin de Julio de este año y que no se atrevan a regresar a nuestras tierras (...) si algún Judío no acepta este edicto o regresa será culpado a muerte».
El decreto se firmó el 31 de marzo de 1492 y fijó un plazo muy corto: todos los judíos debían abandonar los reinos de Castilla y Aragón antes del 31 de julio de ese mismo año. Las víctimas de Isabel y Fernando, esos reyes que pasaron a la historia como “católicos”, no tuvieron muchas opciones. Las cifras no son claras: decenas de miles de personas desterradas, algunos historiadores dicen que más de cien mil. La expulsión fue rápida, violenta y sin compasión. En cuatro meses, familias enteras se vieron obligadas a malvender sus propiedades, abandonar sus hogares y emprender un viaje incierto, llevando consigo lo poco que pudieran cargar. Atrás quedaban siglos de historia, de arraigo, de convivencia frágil pero real. La única alternativa a este destierro forzado fue la conversión al cristianismo: la renuncia a sus raíces y a su credo. Pero quienes optaron por ello tampoco se salvaron del pecado mortal del que se les acusaba. Los conversos vivieron bajo el constante miedo a la Inquisición, discriminados durante generaciones como personas sospechosas, acusados de practicar en secreto la fe de sus antepasados.
Hay descendientes de esos españoles desterrados, los judíos sefardíes, que aún mantienen esa misma lengua del país que los expulsó. Algunas de esas familias también guardan las viejas y pesadas llaves de las que fueron sus casas, las que tuvieron que abandonar. Solo en 2015 –más de cinco siglos después– el Parlamento español reconoció la crueldad de ese crimen y restauró a los sefardíes el derecho a reclamar la nacionalidad que se les robó.
Donald Trump, Benjamin Netanyahu, Elon Musk y muchos de los partidarios de estos nuevos crímenes xenófobos en pleno siglo XXI niegan cualquier paralelismo entre lo que ocurre en Palestina y lo que sufrió el pueblo judío. Les molesta, les ofende, que se mencione siquiera esa relación. Tachan de antisemita a cualquiera que señale ese evidente paralelismo entre el pasado y el presente. Como si los nietos de las víctimas no pudieran ser verdugos. Como si no fuera obvia la comparación.
Las diásporas son heridas que sangran a lo largo de generaciones. Así como los judíos sefardíes recorrieron el Mediterráneo en busca de un hogar, hoy son los palestinos quienes huyen de la destrucción y la violencia, de una limpieza étnica que se les niega incluso como término.
Este nuevo destierro que hoy plantea Donald Trump no es siquiera el primero. Ya pasó antes, con la Nakba de 1948: la expulsión de 700.000 palestinos, la ocupación de sus propiedades, el borrado de los nombres de sus calles, de sus pueblos y ciudades. Y volvió a pasar otra vez, en 1967, cuando la ONU volvió a improvisar nuevos campos de refugiados “temporales” –aún hoy habitados, medio siglo después– para acoger a las miles de personas desplazadas de sus casas, que nunca más recuperaron. Gaza es una cárcel al aire libre, densamente poblada, en parte porque allí se refugiaron quienes ya antes fueron desterrados de sus casas, despojados de todo. Algunas de esas familias también guardan llaves de hogares a los que jamás regresarán.
Este nuevo episodio no es una excepción: es la norma. Es tan siniestro como coherente con todo lo ocurrido hasta hoy. Y esta estrambótica propuesta de Donald Trump, que probablemente fue improvisada, que ni siquiera consultó o preparó con su equipo, es igualmente dañina. Incluso si nunca se llega a ejecutar.
En estos días distópicos, donde medio mundo tiembla ante el capricho de un líder despótico y arbitrario, la pregunta de qué puede hacer el periodismo se vuelve aún más importante. Mi generación lo tuvo relativamente fácil. Al menos en España. Yo nací tras la muerte de Franco: no he vivido ni una dictadura ni una guerra. Ni menos aún esa terrible primera mitad del siglo XX, con dos grandes guerras mundiales que terminaron con dos bombas nucleares sobre civiles indefensos.
Nunca he querido vivir tiempos históricos. Y entiendo el sentimiento de impotencia de tanta gente que cree en los derechos humanos y ve con horror como ese consenso tan básico, que se pensó como un mínimo, se convierte hoy en una utopía. En pleno siglo XXI, vuelven los peores horrores de nuestra historia.
Estoy seguro de que la humanidad al final triunfará. Que saldremos adelante. Que llegará el día en que vuelva la cordura y defender la vida de civiles indefensos o criticar el racismo deje de ser ridiculizado como una ingenua idea “buenista” o “woke”. Porque en este joven diario nacido hace apenas doce años ya somos cien mil, nada menos. Porque vamos a ser muchísimos más.
¿Qué hacer? Me quedo con lo que dice Iñaki Gabilondo: hacer lo mejor posible nuestro trabajo, sin desanimarnos. Con la ayuda de personas como tú, no nos rendiremos jamás.
P.D. Si eres socio/a, quiero darte las gracias por tu apoyo, por formar parte de nuestra comunidad. Y si no lo eres, súmate. Como decía Eduardo Galeano: mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.