Brady Corbet, favorito al Oscar con ‘The Brutalist’: “Donald Trump muestra la misma actitud que el Tercer Reich hacia la arquitectura”
La película de cuatro horas sobre un arquitecto de la Bauhaus ha cosechado diez nominaciones a los premios OscarOscars 2025 - Karla Sofía Gascón hace historia y se convierte en la primera actriz trans en lograr la nominación al Oscar por 'Emilia Pérez', que arrasa Hay películas inabarcables. Esas a las que según sales de la sala uno desea volver a ver para desentrenar sus secretos, para volver a perderse en sus imágenes y entender cada decisión, cada gesto. En un cine acartonado, marcado por las normas de una industria conservadora que se lo fía todo a la dictadura de los algoritmos, cada vez es más difícil encontrar títulos que encajen en esa definición. O al menos encontrarlo dentro de los parámetros de las grandes productores o del cine anglosajón o de Hollywood. The Brutalist ―con diez nominaciones a los Oscar― es una de ellas. Desde su primer pase en el Festival de Venecia se supo. Llegó rodeada de misterio, y lo primero que se supo de ella es que se había rodado en 70 milímetros, en VistaVisión y que duraba casi cuatro horas con un descanso de 15 minutos incluido. Podían haber sido simples ramalazos pedantes, y sin embargo todo cuadraba. Lo que Brady Corbet había decidido contar en su tercer filme, y la forma en la que había decidido contarlo era tan grande, tan apabullante, que necesitaba ese tiempo y esa escala. Aquellas decisiones estéticas respondían a la lógica de una mente brillante, que demostraba un dominio del lenguaje cinematográfico para lograr una película tan poética como política. La historia de un superviviente del Holocausto que llega a EEUU para encontrarse con las fauces del capitalismo salvaje. Lo primero que ve cuando sale mareado del barco que le lleva a la supuesta libertad es una estatua de la libertad del revés. El actor Adrien Brody (i) y el cineasta y también actor Brady Corbet, durante la presentación este viernes en Madrid de 'The Brutalist' Corbet no es, además, un cineasta esquivo en sus entrevistas. No es el típico auteur que deja que los demás interpreten su cine mientras se parapeta sin responder. Al revés. Le gusta hablar. Demuestra un conocimiento exhaustivo de cada plano, de cada decisión. Todo en The Brutalist tiene un motivo poético y político, como esos mármoles de Carrara, que nunca habían lucido tan hermosos como con su VistaVisión, pero que se usan para mostrar la erosión del capitalismo en la propia naturaleza. Antes de dar paso a la metáfora sexual más obvia e impactante posible. En un giro que parece escrito por un guionista caprichoso, The Brutalist se estrena con Donald Trump recién reelegido, un presidente que en su anterior mandato propuso destruir los edificios brutalistas y reemplazarlos por otros de estilo neoclásico. “Es fascinante que 70 años después, Donald Trump refleje la misma actitud del Tercer Reich hacia el diseño y la arquitectura modernistas. La yuxtaposición de esas dos cosas muestra que entre ambas cosas hay una unión que no es solo estética. Creo que es importante contextualizar eso para los espectadores, que vean que esto también está sucediendo hoy, y no hace más de 70 años”, dice Corbet.
La película de cuatro horas sobre un arquitecto de la Bauhaus ha cosechado diez nominaciones a los premios Oscar
Oscars 2025 - Karla Sofía Gascón hace historia y se convierte en la primera actriz trans en lograr la nominación al Oscar por 'Emilia Pérez', que arrasa
Hay películas inabarcables. Esas a las que según sales de la sala uno desea volver a ver para desentrenar sus secretos, para volver a perderse en sus imágenes y entender cada decisión, cada gesto. En un cine acartonado, marcado por las normas de una industria conservadora que se lo fía todo a la dictadura de los algoritmos, cada vez es más difícil encontrar títulos que encajen en esa definición. O al menos encontrarlo dentro de los parámetros de las grandes productores o del cine anglosajón o de Hollywood.
The Brutalist ―con diez nominaciones a los Oscar― es una de ellas. Desde su primer pase en el Festival de Venecia se supo. Llegó rodeada de misterio, y lo primero que se supo de ella es que se había rodado en 70 milímetros, en VistaVisión y que duraba casi cuatro horas con un descanso de 15 minutos incluido. Podían haber sido simples ramalazos pedantes, y sin embargo todo cuadraba. Lo que Brady Corbet había decidido contar en su tercer filme, y la forma en la que había decidido contarlo era tan grande, tan apabullante, que necesitaba ese tiempo y esa escala.
Aquellas decisiones estéticas respondían a la lógica de una mente brillante, que demostraba un dominio del lenguaje cinematográfico para lograr una película tan poética como política. La historia de un superviviente del Holocausto que llega a EEUU para encontrarse con las fauces del capitalismo salvaje. Lo primero que ve cuando sale mareado del barco que le lleva a la supuesta libertad es una estatua de la libertad del revés.
Corbet no es, además, un cineasta esquivo en sus entrevistas. No es el típico auteur que deja que los demás interpreten su cine mientras se parapeta sin responder. Al revés. Le gusta hablar. Demuestra un conocimiento exhaustivo de cada plano, de cada decisión. Todo en The Brutalist tiene un motivo poético y político, como esos mármoles de Carrara, que nunca habían lucido tan hermosos como con su VistaVisión, pero que se usan para mostrar la erosión del capitalismo en la propia naturaleza. Antes de dar paso a la metáfora sexual más obvia e impactante posible.
En un giro que parece escrito por un guionista caprichoso, The Brutalist se estrena con Donald Trump recién reelegido, un presidente que en su anterior mandato propuso destruir los edificios brutalistas y reemplazarlos por otros de estilo neoclásico. “Es fascinante que 70 años después, Donald Trump refleje la misma actitud del Tercer Reich hacia el diseño y la arquitectura modernistas. La yuxtaposición de esas dos cosas muestra que entre ambas cosas hay una unión que no es solo estética. Creo que es importante contextualizar eso para los espectadores, que vean que esto también está sucediendo hoy, y no hace más de 70 años”, dice Corbet.
Las tres películas de Corbet son de época, y tampoco es casualidad, porque lo primero que piensa es en qué momento histórico ambientar sus historias. En este caso tenía que ser la década de los 50, que es cuando surgió el brutalismo, y esa unión le pareció “la alegoría visual correcta para explorar temas de la forma en que se vinculan la arquitectura de posguerra y la psicología de posguerra”. Después pensó en el origen de su personaje, y pensó que los miembros de la Bauhaus eran “mayoritariamente judíos de Europa central y oriental que habían huido cuando los nazis la prohibieron a mediados de los años 30”.
Esa época también le vale para reflexionar sobre la masculinidad, ya que para Corbet, el personaje de Adrien Brody “está tratando de encontrar una manera de expresar amor y afecto de nuevo” tras el trauma del Holocausto. “Lo encuentra a través de su trabajo, algo muy típico de los hombres de mediados de siglo. Adrien y yo somos sensibles y empíricos, pero eso no es algo a lo que se nos animara cuando crecimos. En los años 50 debía ser muy difícil ser otro tipo de hombre, y debía ser especialmente complicado para las mujeres. Por eso creo que la agenda conservadora romantiza la década de los años 50 y es a la que parece quieren volver. Esta película es un recordatorio de que no fue una época amable, y que aunque estéticamente fuera un momento rico en la historia de EEUU, también fue extremadamente problemático”, analiza.
No es naif, y sabe que eso de que el cine cambie las cosas es más un deseo que una realidad, pero también es consciente de que cuanta más gente vea su película más fácil será “entablar una conversación y que esta sea importante”. “La historia del cine, las películas, siempre han apoyado a la clase más baja, a los desfavorecidos y, sin embargo, todavía estamos donde estamos. Creo que tenemos la oportunidad de remodelar la forma en que las generaciones más jóvenes perciben los problemas, porque creo que, lamentablemente, si tu sistema de creencias está demasiado arraigado no vas a cambiar la opinión de nadie. Pero sí, espero que mi película provoque muchas conversaciones, y ya ha provocado muchas conversaciones y debates, y esa es la señal de que es una obra de arte significativa”, apunta.
The Brutalist sirve también como reverso de El manantial, la película de King Vidor basada en la novela de la filósofa rusa, madre del objetivismo y contraria al socialismo, Ayn Rand sobre un arquitecto. Pero si en aquella ocasión ―algo que se destilaba de la obra literaria original― el filme era un elogio del individualismo y el neoliberalismo económico, Corbet le da la vuelta para que su filme sea una crítica al capitalismo salvaje. Por eso él mismo define su filme como “su antítesis”, pero no del filme, sino de la novela.
Rápidamente también añade que cree que “la obra de Ayn Rand, al igual que la obra de Karl Marx, ha sido frecuentemente malinterpretada y bastardizada un poco”. “Mi película no va en contra de su obra, pero mi propuesta nace de dónde yo vengo y de cómo me siento, y eso está en contraste con donde ella venía, y también de la época de la que venía, que era muy diferente. Creo que a menudo se la ha difamado injustamente como pensadora. Muchos de mis artistas favoritos eran personas complicadas. Es difícil imaginar a un artista como V.S. Naipaul, que era tan humanista y tan genio, diciendo tantas cosas terriblemente misóginas como las que dijo en los últimos 20 años de su vida. Francamente, debía estar senil, pero eso no desacredita los 60 años de hermosa labor humanitaria que realizó a través de toda su obra literaria”, reflexiona.
En su discurso en los Globos de Oro, Brady Corbet enarboló una defensa por la importancia de que los cineastas tengan la última palabra sobre el montaje final de sus películas. En otras ocasiones también ha manifestado su defensa de las salas de cine frente al mercado de las plataformas. Pero, ¿y si hubiera sido Netflix quien le hubiera ofrecido el cheque en blanco y el montaje final del filme? “Hubiera hecho la película bajo cualquier circunstancia”, aclara.
Pero Corbet siempre mastica cada respuesta. La razona y reflexiona, y por eso se encarga de matizar: “Yo valoro película por película. Caso por caso. Y también depende de con quién estés tratando específicamente en cada empresa. Hay algunos ejecutivos realmente extraordinarios en Netflix que son cinéfilos increíbles, y hay muchas películas que no existirían sin su apoyo. Creo que el tema del streaming es realmente complicado. Mira lo que Spotify le hizo a la industria musical, le ha hecho mucho daño. Los músicos están entre las personas más pobres que conozco, incluso las que trabajan mucho y tienen mucha producción, así que, por supuesto, sigo preocupado por nuestra industria en relación con ese modelo”, aclara.
La respuesta se le queda corta y añade la lista de películas que vio en VHS en una televisión de su casa, como Andréi Rublev, además de otras que fueron creadas directamente para la televisión, como Berlin Alexanderplatz o Fanny y Alexander: “Para mí todo se reduce a dos preguntas, ¿qué historia quieres contar? Y ¿cuál es el mejor formato para ello? Pero sobre todo se trata de tener autonomía creativa. Los jefes de departamento y el elenco han aceptado trabajar conmigo y al hacerlo hay un pacto tácito. Ellos han decidido trabajar conmigo, no con 25 extraños que nunca han conocido”.
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