Genialidad y sufrimiento
Eras un aventajado, de los más aventajados de tu generación. Nadie podía pararte, sobre todo a fines de los ochenta y principios de los noventa. Pero antes de alcanzar esa cúspide, pusiste la carne en el asador para que ese momento se materializase. Atrás dejabas Missoula, Philadelphia (esa ciudad que odiabas y te atemorizaba al... Leer más La entrada Genialidad y sufrimiento aparece primero en Zenda.
David, has cruzado definitivamente el Umbral, ese con el que te encantaba coquetear en buena parte de tu obra. Y lo hacías tanto que parecías balancearte una y otra vez entre los dos lados, bordeando continuamente los límites de esas realidades que o bien ignoramos o bien pretendemos definir categóricamente a través de nuestras inseguridades y veleidades.
No dejaste de pintar, eso sí. Ni tampoco de esculpir. Pero vino Mel Brooks, quien tras ver esa opera prima tuya confió en ti a ciegas para un proyecto tan difícil como era The Elephant Man. Lo sacaste adelante con no menos dificultades que Eraserhead: aquí no era el dinero lo que acuciaba, sino muchos problemas relacionados con la envergadura de un proyecto que, a pesar de no ser mastodóntico, era lo suficientemente grande como para sentir que no lo dominabas por completo. Y eso te lo recordaba constantemente Anthony Hopkins, con crueldad y cinismo, durante el rodaje. Y no se quedó ahí la cosa, ya que hizo lo posible para sacarte del proyecto, pero aguantaste la presión y lo sacaste adelante con honores. Además, obtuviste el reconocimiento de la crítica y de la Academia de Cine de Norteamérica, con varias nominaciones a los Oscar, entre otros premios en diferentes festivales europeos.
Estabas ascendiendo. Nadie podía detenerte. En ese ascenso entró en liza otro bastión de la industria: Dino De Laurentiis. Sedujiste tanto a Dino como a Raffaella, su hija, que te dieron un proyecto, esta vez sí, mastodóntico: Dune. Pero como si de un masoquista se tratase, volviste a sufrir. Una vez más. Querías libertad de movimientos, pero el rodaje, ahí en el desierto de México, y, sobre todo, el montaje de la película, fue una tortura. Otra más. Y lo fue tanto que hasta renunciaste a la autoría. Pese al sufrimiento, no obstante, alcanzaste una enseñanza trascendental: no involucrarte en proyectos en los que no tuvieses el final cut.
Sin embargo, esa experiencia traumática te permitió rodar una obra que te reconciliaría contigo mismo: Blue Velvet. Subiste un peldaño más a la cumbre artística, pese a los desfallecimientos precedentes. Y ya no digamos cuando te embarcaste en Twin Peaks con tu colega Mark Frost. Ahí sí obtuviste un reconocimiento espectacular (por inesperado). Cambiasteis las reglas del juego de la ficción televisiva. Fueron meses de creatividad pero también de luchas, otra vez más, con productores y responsables televisivos, en esta ocasión. Todo aquello no podía durar, como bien sabes. Eras demasiado inquieto, inestable, disruptivo. Llegaste a odiar el proceso creativo, tanto que tuviste que irte de los rodajes de la serie bajo el pretexto de la añoranza cinematográfica.
Hiciste Wild at Heart, en medio de la tormenta, y de nuevo tuviste una experiencia creativa catártica. Seguramente no es tu obra más redonda ni la más interesante o inquietante, pero Cannes decidió premiarte con el máximo galardón. Ahora sí que estabas en la cima del reconocimiento, nadie podía toserte en la industria (pese a las constantes críticas que recibías por tu genialidad tan incomprendida).
Y, tras diferentes proyectos más o menos fallidos o interrumpidos, necesitabas introducirte de nuevo en ese universo tan enigmático que creaste junto a Frost. Sentías que tenías una deuda con Twin Peaks. Pero ahora estabas en una posición completamente distinta. Eras el director más prestigioso del momento y con un reconocimiento popular sorprendentemente indiscutible. Pero tu genialidad iba por otro lado, rehuyendo a la masa, escapando de los laureles interesados fruto de las coyunturas interesadas de la industria. Ahí tomaste una decisión valiente y, por ello, suicida. Fire Walk With Me es esa película que marcará el inicio de un proceso irreversible, de una andadura que irá a contracorriente y, sobre todo, buscará experimentar con el lenguaje audiovisual llevándolo hasta las últimas consecuencias. Recibiste el rechazo generalizado, sobre todo de ese Festival de Cannes que te había encumbrado un par de años atrás. Sufriste mucho, muchísimo por ello, como bien sabes. Pero no dudaste jamás de tu talento y, sobre todo, del camino a seguir.
Lo radicalizaste con esa obra maestra que es Lost Highway, lo maquillaste de alguna manera con The Straight History, pero lo llevaste al límite, de nuevo, en Mulholland Drive y sobre todo Inland Empire. Todos estos proyectos, sobre todo los dos últimos, cabe decir, fueron difíciles de sacarlos adelante. Porque, no nos olvidemos, pese a que ahora, tras tu partida, parezca que no es así, que pasaste años de ostracismo del público. Claro que tenías el reconocimiento (merecidísimo) de parte (minoritaria) de la crítica y público, de gente en la academia que analizaba sesudamente tu obra, pero la masa, esa que hoy llora por tu partida, no puso especial atención en tu obra.
Y eso se vio cuando hiciste esa obra maestra que es Twin Peaks: The Return. No podías haber dejado mejor legado (al margen de tus pinturas, esculturas, música, fotografías y demás proyectos que has ido haciendo a lo largo de tu vida y, sobre todo, en los últimos de tu existencia terrenal). De nuevo cambiaste las reglas del juego televisivo, pese a que el público general rechazase, una vez más, tu virtuosismo y frenesí creativo. Fuiste con todo, hiciste lo que creías conveniente, porque necesitabas experimentar con lenguajes, registros y normatividades. Aquello fue un éxtasis audiovisual, una deslumbrante experiencia que proponías, una vez más, con tu arte desmesurado e incomprendido.
A partir de ahora empiezan los homenajes, encumbramientos que se mezclan de manera difusa y sospechosa con negocios, pero eso da igual ahora, corramos la cortina. Lo importante es que la gente vuelva o entre en tu universo, ese del que personalmente he podido disfrutar desde que, de bien pequeño, me adentré, en primer lugar a través de esa melodía misteriosa y enigmática que compuso para ti y Frost Angelo Badalamenti, y que sonaba como rumor de fondo en el televisor de mis padres, pero que luego, con el paso de los años y de tu obra, se hizo cada vez más palpable hasta ser un líquido amniótico que, junto a otros, alimenta mi universo existencial ya adulto. Disfrutemos de tu obra, y espero que tu reencuentro con Angelo, Jack, Catherine, Harry Dean y demás cómplices de tu travesía artística en ese otro lado, velado para nosotros, haya sido el evento que imagino tuvo que ser, repleto de café, cigarrillos, donuts y música inaudible para los mortales. Y nosotros, mientras tanto, gocemos de tu legado, que va más allá de tu obra, no lo olvidemos.
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