Daria Serenko, la activista contra Putin exiliada en Madrid: «Escribo para impedir que su voz sea la única que se escuche»
Tienen que ocurrir muchas cosas para que un día escribas: «Deseo cenizas para mi casa». Que te metan quince días en un Centro de Preventivos por pedir el voto útil en tu cuenta de Instagram. Que a tus amigos los detengan por celebrar una fiesta queer privada, en su casa. Que les aplasten la cara contra el suelo. Que luego a ti te declaren Agente Extranjera, un eufemismo para Enemiga del Pueblo, y que al poco abran una causa penal con tu nombre. Que te busquen. Que prohíban tus libros. Que te exilies, primero en Georgia y después, por miedo a la extradición, en España. Que aún tengas esperanza en que tu país resurja como un fénix. «Quizás sea una esperanza estúpida», dice Daria Serenko (Jabárovsk, Rusia, 1993), que lleva solo unos meses viviendo en Madrid. «Y en realidad es algo que me impide vivir. Porque al pensar que al final vas a poder volver a tu casa, a tu patria, en cierto sentido te planteas hasta qué punto tiene sentido arraigar en el lugar en el que estás. Ahora estoy aquí y no tengo muy claro si realmente debería acostumbrarme a esto, si debería echar raíces en Madrid», continúa. Serenko es escritora, activista, profesora de literatura, artista y performer. Es una de las fundadoras del movimiento Resistencia Feminista contra la Guerra [de Ucrania], que opera en más de veinte países, y con el que sigue colaborando. Acaba de publicar en español 'Deseo cenizas para mi casa' (Errata Naturae), un libro de 2022 que nació después de aquel encierro de quince días. A Unamuno le dolía España. A ella le duele Rusia. Y mucho. «Deseo cenizas para mi casa. No notaré calor alguno hasta que arda. A una hoguera así, sí me acercaría a calentarme, sin contener las lágrimas», continúa el poema. —Es un título fuerte. —La otra opción era: «Cuando crezca, yo también seré una dictadora» [sonríe]. Pero preferí este, más trágico, porque Putin ejerce un monopolio sobre conceptos como patria, casa, hogar. Y, de esta manera, lo que yo estoy haciendo es decir: si esta es mi casa, si este es mi hogar, voy a prenderle fuego. Para que mi casa, mi casa de verdad, pueda resurgir de las cenizas como un fénix. —«Me da miedo ser migrante. Veo lo que significa. Lo perderé todo, a pesar de que tampoco es que tenga nada», escribía en 2022. ¿Cómo lleva ahora su exilio? —Es la segunda vez que soy migrante. Los primeros dos años viví en Georgia, y desde hace unos meses estoy en España. Son experiencias migratorias muy distintas. Una cosa es migrar en el espacio postsoviético y otra cosa es migrar a la Unión Europea. Mi miedo del libro no era infundado. Me siento como una niña que se ha perdido en un supermercado. Y soy como esa niña de cuatro años que conoce unas trescientas palabras e intenta relacionarse con el mundo que la rodea con ese vocabulario mínimo. —¿Cómo llegó a España? —Tuve que ser evacuada de forma urgente de Georgia porque Rusia me abrió una causa penal. Me acusan de incumplimiento de las obligaciones de agente extranjero, que es una suerte de estatus discriminatorio que básicamente te marca como una especie de enemiga del pueblo. Esa ley sobre los agentes extranjeros se aprobó también en Georgia. Rusia me declaró en búsqueda y captura. Tuve muy poco tiempo para poder marcharme. Y España me ayudó en esta situación. Por temas de seguridad no puedo dar más detalles. —¿Sigue participando desde España en el Movimiento de Resistencia Feminista contra la Guerra? —Por supuesto. Voy a estar en este círculo bastante tiempo [sonríe]. Mientras tenga la oportunidad, sea como sea, desde donde sea, ayudaré al movimiento antimilitarista. No voy a dejarlo morir. Es una responsabilidad. —¿Qué clase de acciones llevan a cabo? —Puedo contar solo algunas, porque muchas de nuestras activistas y coordinadoras todavía permanecen en Rusia. Hacemos manifestaciones con carteles con frases que nos envían desde Rusia, y que allí sería imposible mostrar, porque enseguida llegaría la policía a detenerte. También hacemos manifestaciones por la justicia reproductiva, porque en Rusia están intentando prohibir los abortos. —¿Cómo empezó en el activismo? —Fue en 2014, tras la invasión de Rusia a Ucrania. La propaganda de la guerra entró a las universidades, y nosotros empezamos a luchar contra ella. —Su literatura es combativa, de denuncia. ¿En qué puede ayudar al cambio? —Solo escribiendo es imposible parar una dictadura y una guerra, eso es obvio. Pero puede hacer algo. Ahora estoy haciendo muchos talleres de escritura para escritoras feministas que viven en Rusia y repito mucho que nuestra tarea es impedir que la voz del Gobierno sea la única voz que se escuche. Es un trabajo para el futuro, porque no va a hacer nada por ti aquí y ahora, pero sí puede influir en la educación de la sociedad, en cómo esa sociedad se relaciona en el futuro. Lo que hacemos es describir los terrores de la guerra y de la dictadura para que podamos imaginar un mundo sin esos terrores. Porque si no podemos imaginar un mundo sin dictadura y sin guerra, no seremos nunca capaces de
Tienen que ocurrir muchas cosas para que un día escribas: «Deseo cenizas para mi casa». Que te metan quince días en un Centro de Preventivos por pedir el voto útil en tu cuenta de Instagram. Que a tus amigos los detengan por celebrar una fiesta queer privada, en su casa. Que les aplasten la cara contra el suelo. Que luego a ti te declaren Agente Extranjera, un eufemismo para Enemiga del Pueblo, y que al poco abran una causa penal con tu nombre. Que te busquen. Que prohíban tus libros. Que te exilies, primero en Georgia y después, por miedo a la extradición, en España. Que aún tengas esperanza en que tu país resurja como un fénix. «Quizás sea una esperanza estúpida», dice Daria Serenko (Jabárovsk, Rusia, 1993), que lleva solo unos meses viviendo en Madrid. «Y en realidad es algo que me impide vivir. Porque al pensar que al final vas a poder volver a tu casa, a tu patria, en cierto sentido te planteas hasta qué punto tiene sentido arraigar en el lugar en el que estás. Ahora estoy aquí y no tengo muy claro si realmente debería acostumbrarme a esto, si debería echar raíces en Madrid», continúa. Serenko es escritora, activista, profesora de literatura, artista y performer. Es una de las fundadoras del movimiento Resistencia Feminista contra la Guerra [de Ucrania], que opera en más de veinte países, y con el que sigue colaborando. Acaba de publicar en español 'Deseo cenizas para mi casa' (Errata Naturae), un libro de 2022 que nació después de aquel encierro de quince días. A Unamuno le dolía España. A ella le duele Rusia. Y mucho. «Deseo cenizas para mi casa. No notaré calor alguno hasta que arda. A una hoguera así, sí me acercaría a calentarme, sin contener las lágrimas», continúa el poema. —Es un título fuerte. —La otra opción era: «Cuando crezca, yo también seré una dictadora» [sonríe]. Pero preferí este, más trágico, porque Putin ejerce un monopolio sobre conceptos como patria, casa, hogar. Y, de esta manera, lo que yo estoy haciendo es decir: si esta es mi casa, si este es mi hogar, voy a prenderle fuego. Para que mi casa, mi casa de verdad, pueda resurgir de las cenizas como un fénix. —«Me da miedo ser migrante. Veo lo que significa. Lo perderé todo, a pesar de que tampoco es que tenga nada», escribía en 2022. ¿Cómo lleva ahora su exilio? —Es la segunda vez que soy migrante. Los primeros dos años viví en Georgia, y desde hace unos meses estoy en España. Son experiencias migratorias muy distintas. Una cosa es migrar en el espacio postsoviético y otra cosa es migrar a la Unión Europea. Mi miedo del libro no era infundado. Me siento como una niña que se ha perdido en un supermercado. Y soy como esa niña de cuatro años que conoce unas trescientas palabras e intenta relacionarse con el mundo que la rodea con ese vocabulario mínimo. —¿Cómo llegó a España? —Tuve que ser evacuada de forma urgente de Georgia porque Rusia me abrió una causa penal. Me acusan de incumplimiento de las obligaciones de agente extranjero, que es una suerte de estatus discriminatorio que básicamente te marca como una especie de enemiga del pueblo. Esa ley sobre los agentes extranjeros se aprobó también en Georgia. Rusia me declaró en búsqueda y captura. Tuve muy poco tiempo para poder marcharme. Y España me ayudó en esta situación. Por temas de seguridad no puedo dar más detalles. —¿Sigue participando desde España en el Movimiento de Resistencia Feminista contra la Guerra? —Por supuesto. Voy a estar en este círculo bastante tiempo [sonríe]. Mientras tenga la oportunidad, sea como sea, desde donde sea, ayudaré al movimiento antimilitarista. No voy a dejarlo morir. Es una responsabilidad. —¿Qué clase de acciones llevan a cabo? —Puedo contar solo algunas, porque muchas de nuestras activistas y coordinadoras todavía permanecen en Rusia. Hacemos manifestaciones con carteles con frases que nos envían desde Rusia, y que allí sería imposible mostrar, porque enseguida llegaría la policía a detenerte. También hacemos manifestaciones por la justicia reproductiva, porque en Rusia están intentando prohibir los abortos. —¿Cómo empezó en el activismo? —Fue en 2014, tras la invasión de Rusia a Ucrania. La propaganda de la guerra entró a las universidades, y nosotros empezamos a luchar contra ella. —Su literatura es combativa, de denuncia. ¿En qué puede ayudar al cambio? —Solo escribiendo es imposible parar una dictadura y una guerra, eso es obvio. Pero puede hacer algo. Ahora estoy haciendo muchos talleres de escritura para escritoras feministas que viven en Rusia y repito mucho que nuestra tarea es impedir que la voz del Gobierno sea la única voz que se escuche. Es un trabajo para el futuro, porque no va a hacer nada por ti aquí y ahora, pero sí puede influir en la educación de la sociedad, en cómo esa sociedad se relaciona en el futuro. Lo que hacemos es describir los terrores de la guerra y de la dictadura para que podamos imaginar un mundo sin esos terrores. Porque si no podemos imaginar un mundo sin dictadura y sin guerra, no seremos nunca capaces de construirlo. —¿Queda algún puente cultural entre Ucrania y Rusia? —Hay intercambio cultural, pero es algo de lo que no se habla, porque es complicado. No está muy claro quién habla con quién, qué ideas se intercambian. La invasión de Ucrania no fue solo un movimiento geopolítico, también fue un movimiento cultural, un intento de rusificar la zona. Por eso hoy muchos artistas y escritores y creadores lo que quieren hacer es distanciarse de Rusia, de lo ruso. Y es una posición que entiendo, claro. Te cuento un ejemplo. Hubo una poeta ucraniana que murió en un bombardeo ruso, y como homenaje varios escritores la tradujeron al ruso. Muchos ucranianos se indignaron, diciendo que lo último que hubiese querido ella era esa traducción. Es todo muy complejo. Yo creo que hay que intentar tender puentes, pero según sus propias reglas.
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